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Crónica:Ciclismo | Mundial en Stuttgart
Crónica
Texto informativo con interpretación

La victoria de la rabia

El 'indeseable' Bettini repite triunfo tras una carrera de la que Freire y Valverde desaparecieron en el momento decisivo

Carlos Arribas

A Paolo Bettini se le mató en accidente su hermano el año pasado, pocas semanas después de ganar su primer Mundial en Salzburgo. Ayer, cuando cruzaba la línea de meta el primero, cuando su cuerpo, su corazón exaltado, le decía que volvía a ser campeón del mundo, Paolo Bettini no elevó su dedo al cielo, no puso cara compungida, no quiso recordar públicamente a su hermano muerto. No. Cruzando la meta en la feria de muestras de Stuttgart después de un sprint a cinco en el que en la última recta, apenas 200 metros, superó, por este orden, al ruso Alexandr Kolobnev; al alemán Stefan Schumacher; al luxemburgués Franck Schleck; y al australiano Cadel Evans, Paolo Bettini, campeón orgulloso, italiano, toscano soberbio, compuso con sus manos, con sus brazos, un fusil y disparó. Fuego graneado. Luego levantó el puño derecho con fuerza mientras soltaba un grito primal, ininteligible. La rabia. La fuerza.

"Me han disparado, así que no tuve más remedio que disparar yo", se queja el campeón
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"Toda la semana me han estado disparando a mí, así que no tuve más remedio que coger mi fusil y disparar yo a todo el mundo", explicó Bettini, de 33 años, el primer ciclista que gana un Mundial con el dorsal número uno después de su compatriota Gianni Bugno, maillot arcoiris en Stuttgart 91 y en Benidorm 92. "Pero no disparaba contra nadie en concreto, y mucho menos contra Pat McQuaid [el presidente de la UCI, sentado a su lado en la rueda de prensa, sonrió y le estrechó la mano, pese a ser uno de los causantes de la rabia del campeón cuando le criticó por no firmar la carta compromiso contra el dopaje] o la gente del ciclismo, que somos capaces de hablar para solucionar nuestros problemas, sino para los que no entienden nada y llegan al ciclismo para ganar dinero sin más. Así que si alguno se ha sentido aludido, será porque lo merece".

La rabia. A Bettini, aparte de McQuaid, esta semana le ha atacado una televisión alemana, que le ha acusado de ser el camello de otro ciclista, y sólo ha podido participar después de que un tribunal rechazara la petición de los organizadores locales de prohibirle salir. Y para terminar, ayer, los inspectores del control de sangre le hicieron levantarse de la mesa del desayuno a las 7.30. "Podía haber pensado en dejarlo todo, pero una persona muy importante

me ha hecho ver esta semana lo que es de verdad importante en la vida. Me ha dicho que debía continuar, así que seguiré fastidiando por lo menos un año más", dijo. "Además, los italianos somos orgullosos. Rendimos más en las situaciones difíciles. Cuando nos tocan las narices transformamos la presión en rabia, en fuerza, en estímulo".

Los españoles más esperados, Alejandro Valverde, que vivió una situación similar -hasta el miércoles no confirmó el TAS su derecho a participar-, Óscar Freire, que mostró su malestar por el estado caótico del ciclismo, transformaron el mal humor en nada, en la nada más absoluta llegado el momento decisivo de una carrera que manejó Italia desde la salida. Samuel Sánchez fue el único del tridente que formó parte del grupo de 13 que en la última vuelta, en la última subida a la colina de los abedules, aguantaron el ritmo desaforado de Bettini. Acabó séptimo después de mostrar sus limitaciones. Valverde, corto de kilómetros en el último mes -como en los últimos ocho años, el ganador del Mundial había pasado antes por la Vuelta, el mejor entrenamiento- se apajaró cuando Rebellin, el último de los dinamiteros italianos -antes le precedieron Cunego y Ballan- encendió la mecha en la penúltima vuelta; Freire, que tampoco compitió lo necesario las últimas semanas, a falta de las piernas de los grandes días, las que le permitieron ganar tres Mundiales y dos Sanremos, decidió cruzar los dedos y esperar que el ataque de Bettini y Schumacher, que arrancaron delante de sus narices en el penúltimo repecho, muriera antes de llegar y poder jugarse la victoria al sprint. Y un sprint ganó, pero el que disputaron los derrotados por la 14ª plaza. Hasta entonces, hasta que Rebellin les desnudó -hundió a Purito, dejó a Samuel Sánchez en la duda de contrarrestar o esperar su oportunidad más tarde-, los de Antequera -sobre todo Purito, Barredo y Beltrán- se habían manejado bien en la táctica defensiva, actuando como sombra de los italianos. Después, desaparecieron. Samuel jugó, sin éxito, su baza atacante y, así, para acercar a Freire al grupo de Bettini y Schumacher, sólo estaba Beltrán, que bastante paliza se había dado ya. Demasiado poco para frenar a un Bettini desencadenado, un hombre a la altura de la situación -"un Mundial siempre lo gana un campeón", dijo Freire- incapaz de frenarse ante la menor cuesta. "Es que he recibido tantos estímulos para superarme esta semana, que ya tengo por lo menos para un año más", dijo.

Paolo Bettini celebra su victoria en la línea de meta simulando que dispara.
Paolo Bettini celebra su victoria en la línea de meta simulando que dispara.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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