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Columna
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Polarización

Enrique Gil Calvo

En apenas un mes, el clima político ha vuelto a invertir su signo. Tras la euforia del PP por su victoria numérica en las municipales, reforzada por la sensación derrotista del Gobierno ante la reanudación de la amenaza terrorista, hete aquí que el último debate sobre el estado de la nación ha vuelto a sepultar las esperanzas de alternancia electoral. De ahí que Zapatero recobre aliento y remodele su Gabinete para afrontar como favorito el definitivo sprint electoral. ¿Qué ha ocurrido?

Existe la común percepción de que Rajoy se equivocó de medio a medio al diseñar su estrategia retórica, cuando decidió presentar una especie de moción de censura destructiva contra el presidente del Gobierno con el fin de reclamar su inmediata dimisión. Todo ello adobado con una sarta de calumnias e injurias de juzgado de guardia, extremando hasta lo inverosímil una retórica nihilista de acoso y derribo que sólo busca desacreditar la reputación de Zapatero, con el fin de destruir a cualquier precio (un precio que pagaremos todos en deslegitimación de las instituciones) la confianza que los electores depositaron en él.

Y para eso todo vale, incluyendo su peregrina petición de que se publiquen las actas del diálogo con ETA. Una demanda contradictoria para sus propios intereses, pues tales actas sólo vendrían a demostrar que el Gobierno rechazó las exigencias terroristas. Pero es que, además, el simple hecho de pedir algo así ya supone descubrir su propia incapacidad como gobernante, pues alguien que aspira a estadista debería saber que los arcani imperii no se hacen públicos hasta que se convierten en historia. Aunque eso a Rajoy poco le importa, pues lo único que le interesa es acusar a Zapatero de mentiroso e indigno de confianza. Así demuestra seguir el revanchista guión de ajuste de cuentas que le dicta quien le nombró, pues la única obsesión de Aznar y, por tanto, de su deudor Rajoy es devolver con creces la misma pelota a quien le cogió en falta por mentiroso y por agresor belicoso.

Pero al componer su discurso al servicio del afán de venganza de su acreedor, Rajoy incurrió en un estrepitoso error de cálculo electoral. Tendría que haber aprovechado la oportunidad del último debate de la legislatura para imprimir un giro estratégico a su retórica política, con el fin de desprenderse del lastre nihilista y pasar a equilibrarlo con una dosis compensatoria de retórica constructiva. Digamos para entendernos que a Rajoy le convendría mucho más imitar el discurso positivo y activista de Sarkozy que el negativo y reaccionario de los gemelos Kaczynski. Pues si se empecina con obcecación en seguir en sus trece, el fracaso electoral que le aguarda parece asegurado.

Pero ¿seguro que es esto así? ¿Son tan suicidas en el think tank de FAES que no saben recomendar a Rajoy más estrategia que la que conduce directamente al desastre electoral? Cabe dudarlo. El que parezca seguirse al pie de la letra la retórica neocon de guerra sin cuartel contra las fuerzas del mal, aquí encarnadas por el masonazo Zapatero, podría tener su propia lógica interna, por debajo de su apariencia infantil y hollywoodense. ¿Cuál sería esta estrategia oculta? Sencillamente, la de reincidir y profundizar en la creciente polarización de España. Lo que busca esta retórica es cohesionar y movilizar al bloque social de la derecha nacional-católica para hacerla revivir como una especie de nueva Numancia sitiada, dispuesta a defenderse hasta la muerte de las fuerzas malignas que amenazan con destruirla. Y ello con el preciso objetivo de inmunizarse contra la abstención electoral.

Pues frente a esta polarización promovida por la derecha, que se mantiene unida como una piña, el otro bloque heterogéneo que se le enfrenta aparece dividido como una dispersa confederación de reinos de taifas, cada cual sólo movido por sus estrechos intereses sectarios. No hay liderazgo, estructura orgánica ni estrategia común en el bando que forman izquierdas y nacionalistas, lo que genera en sus bases sociales sin cohesionar una gran desmovilización y, por tanto, una altísima abstención. Éste es el blanco al que apunta la retórica de Rajoy.

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