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Columna
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No se arrodillen ante Bertarelli

La Copa del América está celebrando en Valencia la mejor edición de su historia, deportiva y económicamente. Sin lugar a dudas.

El culpable de que este añejo trofeo se dispute en Valencia se llama Ernesto Bertarelli, dueño del barco campeón Alinghi y, por tanto, encargado de organizar la competición. Él eligió Valencia porque dimos más dinero que nadie. A una semana de que se acabe el torneo, Bertarelli dice que la copa seguirá en Valencia si se quita el puerto comercial.

Las condiciones de Bertarelli coinciden en el tiempo con las de Bernie Ecclestone, en este caso para celebrar la Fórmula 1. Uno y otro parece que quieren diseñar el futuro de la ciudad, cuando a lo que se dedican es al futuro de sus negocios.

La elección de Valencia para la Copa del América no fue gratis. El ayuntamiento le dio a la sociedad de Bertarelli ACM -dueña del puerto durante la competición- 90 millones, y el Gobierno de España se gastó 130 millones en el puerto deportivo. Es decir, los impuestos de los valencianos y -sobre todo- de los españoles han ido a la organización del suizo.

Bertarelli ha abierto otra vez la tómbola. Si me quitan el puerto comercial, seguirá la copa aquí. Otra vez, los políticos corriendo tras él. No caigan en la trampa, que se vaya, porque si no se va en el 2009 se irá al otro. Ni él ni Ecclestone pueden determinar decisiones irreversibles de una ciudad.

Bertarelli ya no tiene ases en la manga. Juega de farol. Primero, para ofrecer algo tiene que tenerlo (aún no ha ganado la Copa), y segundo, en caso de celebrarse aquí otra vez, el impacto económico sería mínimo. Los estudios realizados en las dos ediciones de Auckland así lo avalan.

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Si un acontecimiento de este tipo se hace bien una vez -y Valencia lo ha hecho-, no es necesario repetirlo, y menos pagando. Miremos a Barcelona. Los frutos de unos Juegos Olímpicos impecables se siguen recogiendo.

La Copa del América ha sido una gran promoción mundial de la ciudad. Ahora hay que administrar el éxito. ¿Qué turismo se quiere atraer, el que llega, se emborracha y duerme en el avión de regreso o el turismo profesional de congresos y convenciones? Uno es masivo y el otro selecto; uno es de cerveza y bronca y el otro busca silencio, tranquilidad y calidad ¿Qué puerto queremos uno de cruceros o uno comercial? Todo es imposible. La falta de elección la están pagando los barceloneses. Valencia aún está a tiempo de pensárselo, pero sin presiones externas y sin pagarles la factura.

Valencia, a una hora de Madrid, a otra de Barcelona, con tranvía hasta las playas, sol todo el año y universidades de prestigio, tiene tantos atractivos que sólo necesita Copas de Américas o Fórmulas 1 como promoción temporal. Conseguida ésta no hace falta arrastrarse ante nadie. Los beneficios llegarán, pero el futuro de Valencia -el turismo o la industria que quiere- lo tienen que pensar y decidir sus administradores y sus ciudadanos. Valencia no puede convertirse en la ciudad de Bernie y Ernie.

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