Así se estrenó la libertad
Los candidatos recuerdan con cierta nostalgia cómo se construyó la estabilidad
Al suelo!, ¡al suelo todo el mundo!". El 23 de febrero del año 1981, el diputado socialista Juan Barranco reflexionaba amargamente, en el suelo y boca abajo, sobre la fugacidad de la democracia en España: "Este país no tiene arreglo". Un pelotón de tricornios había secuestrado el Congreso cuatro años después de las primeras elecciones democráticas tras 36 de dictadura (1939-75). "Fue tremendo, pero hoy disfrutamos de una democracia consolidada. Eso sí, echo en falta la generosidad de aquella época", subraya Barranco, elegido diputado por Madrid el 15 de junio de 1977. El rumbo de la transición era tan incierto durante la histórica convocatoria que el sindicalista, detenidos varias veces, protegió su empleo en un banco: hizo campaña en vacaciones, solicitó una excedencia de seis meses para asumir el escaño y, después, la prorrogó. "Oiga, ¿por qué no la pide para toda la legislatura?", le recomendó el jefe de personal. "Y aquí sigo, de senador. Me atrapó la política de una forma absolutamente impensable".
La derecha más reaccionaria instaba a la sublevación contra la apertura
Calvo-Sotelo: "Adolfo Suárez improvisaba mucho y bien. El resultado fue excelente"
El PSOE propuso a Suárez la recuperación de los Estatutos de 1932 y 1936
"Si se hace un poco más, a lo mejor media España no lo acepta", afirma Alfonso Guerra
Arzalluz: "Colaron la monarquía con trampa, a través de la Constitución"
"Te metían cada abucheo que te dejaban temblando", recuerda Nicolás Redondo
El ingeniero de caminos Leopoldo Calvo-Sotelo, ex procurador en Cortes (1971), ministro de Comercio en el primer Gabinete de la Monarquía (1975-77), también quedó atrapado por la democracia, y por los guardias civiles que interrumpieron a tiros su investidura como jefe de Gobierno (1981-82). El recordatorio y reconstrucción de la cita de hace 30 años pasa por el hombre a quien el entonces presidente Adolfo Suárez (1976-1981) encargó la creación de Unión de Centro Democrático (UCD), que ganó las elecciones (34%), seguida por el PSOE (29,32%) y el Partido Comunista de España (PCE) (9,33%). "Hubo mucha improvisación pero una improvisación buena, gobernada por Adolfo Suárez, que improvisaba mucho y muy bien. Creo que el resultado fue excelente", subraya Calvo-Sotelo.
La dictadura del general Francisco Franco había construido una España sombría, santurrona, intolerante, a la medida del obispo de Sigüenza, monseñor Laureano Castán, que culpaba al divorcio de la fabricación en cadena de huérfanos, o de Alfonso Figueroa, Duque de Tovar, que retomaba en un mitin las arengas del 2 de mayo de 1808 contra la ocupación napoleónica: "¡Españoles, la patria está en peligro, acudid a salvarla!". Pero la mayoría de los españoles acudió a las urnas para salvarla del aislamiento y la asfixia, para reclamar libertades y derechos, y permitir que, meses después, durante la entrega de los premios Pueblo, la pionera del destape en España, Susana Estrada, pudiera mostrar uno de sus pechos a quien sería alcalde de Madrid, el socialista Enrique Tierno Galván. "No vaya usted a enfriarse", reaccionó Tierno. La caverna tocaba a rebato contra la democracia y el libertinaje: "¡Viva España! ¡Arriba España!".
"Siempre pensé que la derecha española era muy carpetovetónica, muy poco europea", señala Santiago Carillo, secretario general del PCE (1960-82), elegido diputado por Madrid el 15-J. "Esa derecha era un problema, y creo que hoy también sigue siéndolo, pero tuve gran confianza en que el advenimiento de la democracia era imparable". La formación encabezada por Suárez y Calvo-Sotelo pretendía alejarse de la derecha de Alianza Popular (AP), liderada por Manuel Fraga, y homologar el centro español con el europeo, pese a que la izquierda radical los presentara uncidos por la reacción. "UCD y AP son la clara y el huevo podrido del franquismo, se decía en los mítines", según recuerda José Sanroma, camarada Intxausti, secretario general de la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores), ilegal y sin representación parlamentaria. "Suárez se la jugó para que España contara con una derecha comprometida con la democracia y esa posibilidad se abrió con el triunfo de la UCD, pero no se consolidó", agrega Sanroma, hoy afiliado al PSOE y presidente del Consejo Consultivo de la Junta de Castilla-La Mancha.
Leopoldo Calvo-Sotelo rememora el día de mayo de 1977 en que presentó la renuncia al audaz político abulense. Aunque, con una zanca más larga que Suárez, debía acelerar el paso para seguirle por la bella terraza del palacio de la Moncloa, donde conversaron. "Adolfo discurría paseando. 'Presidente', le dije, 'quiero ser diputado en las primeras elecciones democráticas y para ser diputado tengo que dejar de ser ministro'. Él me miraba de reojo. 'Bueno, bueno, tengo que pensarlo, porque me juego mucho". Suárez aceptó la dimisión y le encomendó organizar un grupo político. Al reunirse con los fundadores de UCD, que se definían demócrata-cristianos, liberales, socialdemócratas o independientes, Calvo-Sotelo les dijo: "Yo no tengo mucha experiencia en organizar un partido o unas elecciones, pero sospecho que vosotros tampoco".
La experiencia política de Santiago Carrillo sí era intensa. El 22 de diciembre de 1976, disfrazado con una peluca, regresa a España desde su exilio en Francia. Es detenido, pero el 9 de abril de 1977 Suárez legaliza el PCE para hacer posible su participación electoral. "Era la primera vez en mi vida, ya con 62 años, que podía ejercer el derecho de voto", subraya. "Pero sobre todo, las elecciones eran la confirmación de que las medidas necesarias para una auténtica transición, con amnistía, legalización de partidos y organizaciones sociales, y la convocatoria de Cortes constituyentes, se iban a cumplir". España es hoy una democracia homologable, con sus virtudes y sus defectos, añade Carrillo. "El objetivo de aquel momento, que era poner fin a la dictadura y conseguir un sistema democrático, se logró. Aquel fue uno de los períodos más felices de mi vida".
Igualmente felices eran los activistas de la democracia, entre ellos el contingente de cantautores, Raimon, Lluís Llach, Paco Ibáñez, Carlos Cano o Rosa León, cuyos mensajes de libertad fueron auténticos referentes políticos. Desde el radicalismo de izquierda, sin escaños el 15-J, bregaban Sanroma; Eladio García Castro, del Partido del Trabajo de España, hoy director de Rehabilitación de Casco Histórico de Cádiz, o Jaime Pastor, secretario general de la Liga Comunista Revolucionaria, profesor de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). "No fueron unas elecciones libres a una Asamblea Constituyente, sino un proceso controlado desde un pacto, pero era una oportunidad para avanzar", dice Pastor, dirigente de Espacio Alternativo, una corriente de tradición trotskista integrada críticamente en Izquierda Unida. Se logró lo que convenía, precisa Alfonso Guerra, entonces vicesecretario general del PSOE y luego vicepresidente del Gobierno con González (1982-1991), y uno de los negociadores más importantes del 15-J.
"Algunos dicen que teníamos que haber ido más lejos y otros responden que la relación de fuerzas de entonces no lo permitía. No comparto en absoluto esas dos apreciaciones. Se hizo lo que el pueblo español estaba pidiendo y que ha dado un resultado espectacular: 30 años de prosperidad y estabilidad sin precedentes en la historia moderna de España", destaca. "Si se hace un poco más, a lo mejor la mitad de España no lo hubiera aceptado, y si se hace un poco menos a lo mejor la otra mitad no lo hubiera aceptado. Suárez tenía muchísimos problemas y hubo momentos en que no pudo acometer algunas reformas porque anticipaba su rechazo", según explica Guerra. Ocurrió, por ejemplo, cuando el PSOE le ofreció la recuperación de los Estatutos de 1932 y 1936 para el País Vasco y Cataluña, en lugar de acometer unos nuevos.
"Las comunidades autónomas hubieran tenido menos competencias y menos conflicto", estima el presidente de la Comisión Constitucional del Congreso y de la Fundación Pablo Iglesias. "Suárez creía que esa fórmula era mejor, pero al proceder de la legitimidad republicana, tendría más inconveniente que unos Estatutos nuevos". La lectura es otra desde Euskadi. Xavier Arzalluz, diputado del Partido Nacionalista Vasco por Guipúzcoa y luego presidente de esa formación (1980-2004), subraya que los organizadores de las elecciones protegieron sus propios intereses. "Simplemente se trató del paso de un régimen a otro sin romperlo. Surgió una nueva legalidad, pero no un nuevo Estado", añade. "Colaron la monarquía con trampa, a través de la Constitución, sin ninguna consulta popular. Y respecto al Estatuto, recuperamos lo que tuvo la generación anterior a la nuestra. Nada más, porque aunque el de ahora, que sólo está cubierto en un 60%, trae más cosas que las que tuvo el Estatuto del 36, también el Estado ejerce ahora más poderes que entonces".
Ajena a la ilusionada catarsis nacional de 1977, ETA asesinó a 27 personas ese año. "Pero era tal el gozo de la aventura de la democracia que el elemento terrorismo lo pusimos entre paréntesis", explica el socialista Enrique Múgica, diputado por Guipúzcoa. Y si la democracia fue el resultado de la convergencia del centro derecha y del centro izquierda, "acabar con el terrorismo exige también la misma convergencia", agrega el hoy Defensor del Pueblo.
No fue sencillo para el españolismo socialista su campaña en la Euskadi independentista, recuerda Nicolás Redondo, diputado por Vizcaya. "Te metían cada abucheo que te dejaban temblando, pero mereció la pena porque ésta España no tiene nada que ver con la de entonces", dice el ex secretario general de la UGT (1976-1994).
Menos crítico que Xavier Arzalluz con las carencias autonómicas es Miquel Roca i Junyent, nacido en el exilio, diputado y portavoz de Convergencia i Unió (CiU) en varias legislaturas. "Viví el 15 de junio con una gran emoción, seguramente irrepetible. Y afortunadamente, porque si para emocionarme tengo que pasar casi 40 años de dictadura y un millón de muertos pues no me interesa", indica el hoy titular del despacho Roca Junyent Abogados Asociados. Sabía el político catalán que la construcción del Estado de las Autonomías no iba a ser fácil porque no lo era cambiar tradiciones centralistas seculares. "Yo aspiro a más, y creo que muchas reticencias son injustificadas, pero se dan en el marco de un Estado autonómico generalizado, con cuotas de competencias y de libertad que muchos Estados federales desconocen", agrega Roca, que cuando se reúne con políticos de la transición "nos abrazamos", dice, "casi llorando".
También los trató Manuel Fraga, diputado de Alianza Popular (AP) por Madrid, que recuerda su contribución a la apertura y aplaude los pasos dados "para evitar que algunos aprovecharan la ocasión para echarlo todo a rodar, como se había hecho tantas veces en el siglo XIX". Ministro de Información y Turismo con la dictadura y titular de Gobernación (Interior) con el Rey, Fraga señala que "sin una transición pacífica y pactada, España no estaría hoy entre los diez países más desarrollados". Franco murió en la cama, pero "fue abriendo la mano a medida que se le presentaron las cosas razonablemente".
La habría cerrado abruptamente para impedir aquel feliz 15 de junio.
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