Las dos casas de Schiller
De Marbach a Weimar, un íntimo acercamiento al gran escritor alemán
El destino, esa carambola, quiso que Friedrich Schiller naciera en Marbach am Neckar el 10 de noviembre de 1759, aunque a punto estuvo de nacer en un cercano campamento militar en el que su padre servía como alférez al servicio del duque de Württemberg, cuyo ejército se hallaba replegado en Ludwigsburg a la espera de iniciar la campaña de Hessen, en la guerra de los Siete Años. Los primeros dolores del parto le sobrevinieron a la abnegada mujer del alférez en el campamento, y a toda prisa la trasladaron a casa. Hubo suerte y Elisabeth Dorothea pudo dar a luz entre sábanas al que era su segundo hijo. La providencia del azar, a la que siempre vivió encomendado Schiller, comenzaba sonriéndole. Aunque esa sonrisa pronto se apagaría: arruinado el abuelo materno, los Schiller abandonaron Marbach a los pocos años del atropellado nacimiento
Dos ciudades, donde nació y murió, que conservan la atmósfera cotidiana del poeta. Y una visita al Archivo de Literatura Alemana, con los manuscritos de obras de grandes autores.
de Johann Christoph Friedrich. Nada ya les retenía allí.
Si en la corta y dura vida de Schiller, Marbach no pasó de ser una anécdota, en la historia de esta pequeña ciudad o pueblo grande del land Baden-Württemberg, la venida al mundo de Schiller sería un acontecimiento determinante. Y es que Marbach tiene en el forjador del idealismo alemán a su dios tutelar.
No hay casa natal en la que no se dé una mezcla de autenticidad y de artificiosidad. La casa en la que nació Schiller, una casa como de bibelot, preservada de la lija del tiempo por una invisible burbuja de cristal, no constituye ninguna excepción. Pero aunque no haya mucho en ella que husmear, es improbable que el viajero no dé con algún que otro detalle que satisfaga su fetichismo.
Para curiosos y fetichistas
Es en el Schiller Nationalmuseum donde el estudioso, el curioso y el fetichista podrán saciar de verdad sus apetitos. Las salas de este inmenso caserón palaciego les permitirán sumergirse a placer en el mundo literario del gran escritor alemán. El Museo Nacional de Schiller está situado a las afueras de Marbach, en una zona denominada Schillerhöhe, el alto de Schiller.
Se trata de una especie de complejo cultural circunvalado de urbanizaciones que acoge, entre jardines amenos, además del citado museo, el Archivo de Literatura Alemana (Deutsches Literaturarchiv o DLA) y el Museo de la Literatura Moderna (Literaturmuseum der Moderne o LiMo). En efecto, ésta es la colina del tesoro de la literatura alemana.
Inaugurado en 1955, el DLA cuenta con unos fondos inagotables: más de 750.000 volúmenes y más de 1.100 revistas literarias, además de un sinnúmero de manuscritos, cartas, fotografías, carteles de teatro, esculturas e incluso máscaras mortuorias. Con una escogida selección de la parte más moderna de esos fondos se ha creado el LiMo, un museo de crudo hormigón proyectado por el arquitecto inglés David Chipperfield y que más bien parece un mausoleo. Un mausoleo new age, por supuesto: no hay tablas explicativas, la luz es muy tenue, la temperatura no sube ni baja de los 18 grados y la humedad se mantiene al 50%. La exposición permanente está compuesta por 1.300 objetos, libros y documentos repartidos en unas vitrinas que forman como un laberinto de cristal en el que es un gusto perderse, porque a cada paso nos asalta una maravilla: los manuscritos de El proceso o de El lobo estepario o de Ser y tiempo o de Austerlitz; cartas autógrafas de Nietzsche, de Jünger o de Musil; una agenda de Celan y otra de Benn; unos tableros de ajedrez de Duchamp, un álbum de fotos de Döblin, una radiografía del cráneo de Kästner, un camisón infantil de Mann o una edición de Austral del Quijote que Handke maltrató con una infinidad de subrayados en rojo.
Schiller llegó por primera vez a Weimar en la tarde del 21 de julio de 1787, con el cuerpo molido y el aspecto de un vagabundo. Weimar contaba entonces con 16.000 habitantes, y el espectáculo pueblerino que ofrecían sus calles nada tenía que ver con su creciente fama de Arcadia cultural: los cerdos campaban libremente por la vía pública, las vacas pacían a su antojo en el cementerio, y montones de estiércol condecoraban las puertas de las casas.
Sería en 1794 cuando Schiller volvió a Weimar, esta vez como huésped de Goethe, al que se había ganado epistolarmente. Aquél fue el comienzo de una gran y fructífera amistad a la que la patria alemana -así de solemne reza la inscripción- le consagraría el monumento que se alza en la plaza del Teatro, en el que el escultor, Ernst Rietschel, digamos que difuminó la diferencia de altura -física- que había entre ambos para evitar malentendidos.
Schiller sigue siendo en Weimar el invitado de Goethe. Con su propia casa, claro, la Schillerhaus, en el número 12 de Schillerstrasse (para que no haya equívocos). Ésta es la casa mortal (1805) de Schiller, aquí vivió los últimos años de su vida, hasta que ya devorado por la enfermedad se tomó su última copa de champán, que le ofreció el médico. Esta casa de Schiller tiene una magia que no tiene su casa natal y que tampoco tiene, por cierto, la Goethehaus, esa monumental mansión que Goethe levantó en honor de sí mismo.
Los amigos de Goethe
Seguramente lo lógico sería acabar este viaje schilleriano en la cripta de los príncipes de Weimar, donde se supone que yacen los restos de Schiller junto con los de Goethe. Pero como eso sólo se supone, porque todavía no se ha demostrado que los huesos de Schiller pertenezcan realmente a Schiller (el azaroso destino no le dejó en paz ni aun después de muerto), uno franquea la puerta del hotel Elephant, el tan viejo y tan renovado hotel en el que se hospedaban los amigos de Goethe, sobreponiéndose a su recargada decoración art déco y tratando de recordar aquel necrófilo poema que el autor del Fausto le dedicó a la estropeada calavera de su buen amigo.
Y después de cenar una sopa de cebolla y un asado de jabalí con salsa de pepinillo, uno regresa a las calles de Weimar, tomadas ya por la noche, y se las ve y se las desea para encontrar un bar abierto.
Julio José Ordovás (Zaragoza, 1976) es autor del libro de viajes Frente al cierzo (BArC, 2005)
GUÍA PRÁCTICA
Cómo ir- El aeropuerto grande más cercanoa Marbach es el de Stuttgart. Lufthansa (www.lufthansa.com; 902 220 101) y la bajo coste Germanwings (www.germanwings.com; 916 25 97 04) son dos compañías que ofrecen vuelos entre España y Stuttgart.- Entre Marbach y Weimar hay unos 300 kilómetros por carretera.Visitas- Casa Natal de Schiller (0049 71 44 175 67). Niklastorstrasse, 31. Abre todos los días de 9.00 a 17.00.Entrada: 2 euros.- Museo Nacional de Schiller (cerrado por obras hasta 2009, la tienda sigue abierta). Archivo de Literatura Alemana (0049 71 44 84 80) y Museo de la Literatura Moderna (0049 71 44 84 86 60; www.dla-marbach.de). Schillerhöhe, 8-10. Marbach. De martes a domingo, de 10.00 a 18.00; miércoles, de 10.00a 20.00. Entrada: 7 euros.- Schillerhaus Weimar (0049 36 43 54 53 50). Schillerstrasse, 12. Weimar. Abre de 9.00 a 18.00; sábado, de 9.00a 19.00. Martes, cerrado. Entrada: 4 euros.Información- Turismo de Marbach (0049 71 44 10 22 50; www.schillerstadt-marbach.de).- Turismo de Weimar (0049 36 43 74 50; www.weimar.de).- www.klassik-stiftung.de.
- www.schiller-weimar-marbach.de.j:/hedata/archive/graphic/8/1/1/23/20070512//SCHILLER.eps
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