El poeta discreto
Javier de Bengoechea acaba de publicar sus obras completas, en las que se confirma la calidad de su escritura
En la introducción de A lo largo del viaje. Poesía completa (Ediciones de la Universidad del País Vasco), el escritor José Fernández de la Sota estima que Javier de Bengoechea (Bilbao, 1919) es "el mejor poeta vivo vasco en lengua castellana". Lo dice sin ambages, a sabiendas de la atipicidad del autor de Habitada claridad, su primer poemario, que en 1950 obtuvo el accesit al premio Adonais. Bengoechea consiguió este galardón cinco años más tarde con su segundo libro, Hombre en forma de elegía.
Cualquiera, con estos reconocimientos, habría comenzado a dar codazos en busca de un lugar en el Parnaso. Javier de Bengoechea, no. De ahí su rareza. El entonces joven abogado (se había licenciado en Derecho en la Universidad de Deusto), íntimo de Blas de Otero, a quien le pasó a máquina sus dos primeros poemarios, se quedó en casa, atendiendo a su familia.
No abandonó la poesía. De hecho, se presentó al premio Boscán en 1959, y quedó finalista. Pero, poco a poco, este maestro del soneto se retiró del mundo de la publicación. "Nunca hice ningún esfuerzo por publicar nada, tampoco tenía un interés en obtener lectores. De todo lo que escribía sólo hacía tres copias, para mis amigos Antonio Bilbao, Gregorio San Juan y Eusebio Abásolo. Ese era mi público", explica Bengoechea.
La obra del poeta bilbaino refleja su interés por la poesía de sentimientos. Quizás en la elección de esta temática es donde hay que rastrear su timidez editora. "Creo que he tenido un cierto sentido del pudor que me servía de freno para no lanzarme a episodios exhibicionistas; la prueba se puede encontrar en algunos ramalazos de ironía que compensan esa pérdida de intimidad que me aterraba un poco". Y así lo reflejan los poemas dedicados a esta temática, esos sonetos intimistas que en el último terceto se resuelven con un cierto distanciamiento, como si no se quisiera terminar de creer en lo que se está escribiendo.
Sin embargo, su conciencia poética no es nada débil. Comenzó a escribir en bachillerato y lo ha venido haciendo hasta hace unos años. "La biblioteca de mi padre me sirvió para contactar con los poetas modernistas. Rubén me apabulló. Ahí es cuando tengo claro que la escritura me atrae", cuenta Javier de Bengoechea. Y regresa el distanciamiento al afirmar que aquella su obra primera ha desaparecido "afortunadamente", quiza porque "siempre he mantenido una conciencia crítica muy exigente con uno mismo".
Llegó la Guerra Civil y el poeta de Bilbao incorporó a su mochila dos pequeños libros de Rubén Darío, "que ejercieron una labor de isla, totalmente despegado del entorno", recuerda. Entonces, ya sentía la pulsión de crear, pero sin quererlo. "Para mí el escribir no era una obsesión, no me lo planteaba; surgía así, como crecerme el pelo o las uñas; un suceder", aclara. "La conciencia de la escritura llega más tarde, cuando me presento al premio Adonais".
Para entonces, este solitario absoluto en la escritura ya ha conocido a Blas de Otero. "Me lo presentó el pintor José Solís. Mis primeros recuerdos me llevan a los paseos por el parque y, luego, sentados en un banco, a Blas leyéndome sus poemas. Hasta que terminó en una relación diaria, en la que Blas venía a la oficina a buscarme y me dictaba lo que había escrito la noche anterior", rememora Bengoechea. Efectivamente, los dos primeros libros de Blas de Otero, Angel fieramente humano y Redoble de conciencia, los mecanografió en su oficina de la Asociación de Consignatarios de Buques, donde trabajaba como abogado.
"Fue un contacto muy jugoso, muy enriquecedor; él era como era y yo era como era. No había ninguna incompatibilidad de fondo". Javier de Bengoechea no veía incompatible el contacto entre dos personalidades tan dispares; la poesía era el vínculo de unión. "Aunque, luego, cuando se entregó a la creación a fondo, perdimos la relación". El abogado y poeta dio preferencia a la conformación de su programa vital, tener una familia, una vida ordenada: "Nunca me he planteado dejar la toga. La dualidad la ha llevado bien. Por su parte, Blas de Otero era un angustiado radical; un absorbido por lo absoluto total, no creo que se planteara una vida al estilo convencional".
Eusebio Abásolo escribió lo siguiente de su amigo, resaltando la compatibilidad del ejercicio de la abogacía y el de la poesía. "
[Uno de los principales poetas de la primera mitad del siglo XX, el estadounidense] Wallace Stevens, a la pregunta del periodista de turno, contestó simplemente: 'Soy un hombre del Derecho y vivo en Hartford. Este hecho no es ni divertido ni revelador'. Sustituyamos Hartford por Guecho y encontraremos la respuesta que daría probablemente Javier de Bengoechea".
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