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Columna
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Piel de lengua

Para empezar esta columna con buena letra, voy a acudir a dos citas. La primera es de la escritora turca Emine Sevgi Özdamar que en La lengua de mi madre dice: "Los nudos que ha hecho una lengua no pueden deshacerlos los dientes". La segunda cita pertenece a Historia de una vida de Aaron Appelfel: "Necesitaba otro tipo de relación con la lengua hebrea; no una relación mecánica sino interior". Ambas frases sugieren una biografía expresada en, al menos, dos idiomas. Ambas quieren representar también, cada una a su manera, que las relaciones que mantenemos con las lenguas son profundamente delicadas y complejas.

Con el tiempo que llevan nuestras dos lenguas conviviendo, a lo menos que podríamos aspirar los vascos es a la delicadeza y la profundidad en el abordaje del tema lingüístico. Sin embargo no creo que hayamos tenido ninguna de las dos cosas, por no decir que vivimos desde hace años en prácticamente todo lo contrario: en la rudeza o tirantez lingüística, y en superficies. Creo también que eso se debe a que el euskera ha sido desde el principio, desde que tenemos nuestras instituciones, una lengua acaparada por los nacionalismos (el ideológico y el gobernante). Uno de los signos más evidentes de esa apropiación y el que más favorece la superficialidad es el confundir, a conciencia, la política lingüística con la lengua misma; así, cualquier crítica, objeción, oposición a la primera pasa por enemistad, incluso hostilidad, hacia el euskera. Semejante estrategia de blindaje e impunidad no sólo ha tensado la cuerda (vocal) del debate sino que lo ha desvirtuado, aburrido y/o inhibido. Lo ha ahogado en aguas muy poco profundas, donde hubiera podido y debido avanzar sin hundirse.

Y ahí sigue, a mi juicio, el debate lingüístico en Euskadi, varado o ahogado en la piel. Una piel desde donde aún se pretende distinguir a la gente más por la lengua en la que habla o escribe que por lo que dice. Una piel que para algunos sigue siendo propiamente la capa de arriba, la nata (alimenticia). Y en relación con esto, creo que el cuándo y cómo la defendible discriminación positiva a favor del euskera se vuelve pura, dura e inaceptable discriminación entre vascos, es asunto que debería contar ya con una discusión en profundidad, pública, documentada y consistente. Porque para otros esa piel de la lengua es como la postilla de una herida (laboral, por ejemplo) aún latiente o abierta. El gobierno vasco ha integrado en sus políticas el concepto de diáspora. En cambio, nunca alude al, mucho más preciso y determinable, de exilio lingüístico: los vascos que ahora mismo tienen que salir de Euskadi para buscarse la vida profesional porque aquí no cumplen con los requisitos, o los rigores, de un perfil.

La profundidad exige sumarles capas de análisis y datos a estas cosas. Y a otras. No sólo despolitizar sino despatrimonializar el euskera, nacionalizarlo: sacarlo de la privatización en que se encuentra y devolvérselo a toda la sociedad vasca. Y exige también plantearse, como Emine Sevgi Özdamar, dónde están los nudos y los dientes que convierten la riqueza de lo doble (dos lenguas, es decir, multiplicadas tradiciones y posibilidades) en el empobrecimiento de lo dividido, de lo expresado por mitades, esto es, a medias. Dónde los nudos y dientes que hacen que no avance el bilingüismo -que para mí no es una aptitud sino una actitud, una querencia de pertenencia doble, de mestizaje lingüístico que cada cual expresa con su idioma-, mientras parece avanzar el comunitarismo verbal y cultural (en esencia monolingüe, aunque pueda hablar más de una lengua).

La profundidad exige también -y más en vísperas de un cambio de modelos- preguntarse, como Aaron Appelfel, por lo mecánico y lo interior. Medir, por ejemplo, el grado de mecanización o de interiorización del euskera en el profesorado, y el impacto que eso tiene en la transmisión y cimentación del conocimiento; o en la creatividad y el dinamismo docentes. Y exige más cosas, igualmente profundas: afrontar la desertización verbal entre los jóvenes. O las razones de seguir utilizando la palabra "castellano" no como una precisión definitoria sino como un veto.

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