"Mirad lo que hicisteis con mi cara"
Zahira, una víctima del 11-M, se planta ante los acusados para mostrarles sus heridas y sus ganas de seguir viviendo
La mujer rubia de la fotografía se llama Zahira y tiene 24 años. El jueves pasado acudió al juicio del 11-M y se sentó lo más cerca que pudo de los acusados. A menos de un metro, tras el cristal blindado, tenía a Fouad El Morabit -el de las gafas- y un poco más allá a Bouchar, el marroquí que salió huyendo del piso de Leganés justo antes de que se suicidaran los autores de la matanza. "No les hablé. Sólo quería que me vieran. Decirles con mi presencia: miradme, mirad lo que hicisteis con mi cara, yo antes no era así. Mi rostro era diferente, muy diferente. Tengo este parche por vuestra culpa. Pero a mí no me habéis conseguido cambiar. Ya he aprendido a aceptar un nuevo rostro frente al espejo".
"Yo pensaba que la verdad se iba a tapar. Ahora sé que se va a hacer justicia"
"Ya hemos aprendido que en un momento la vida se va. Ahora hay que agarrarse a ella"
Zahira Obaya, gaditana de Tarifa, no tenía pensado ir al juicio. Llegó a Madrid el martes para someterse a una nueva operación, pero al día siguiente le dijeron en el hospital que con gripe no la podían meter en el quirófano. Fue entonces cuando decidió plantarse en la Casa de Campo. "Necesitaba enseñarles lo que me habían hecho, y que a través de mí se dieran cuenta de todo el horror que causaron".
Aquella mañana de hace tres años, Zahira se dirigía a su trabajo de dependienta en el centro de Madrid cuando explotó el tren de la calle Téllez. Durante ocho horas, los cirujanos intentaron reconstruir su rostro sin saber cómo era antes de la explosión. Tenía una herida tremenda, con destrozos en los huesos de la nariz, en el pómulo, en la mandíbula. El nervio que da movilidad a la mitad izquierda de la cara estaba seccionado, había perdido mucha sangre y hubo momentos en que se temió por su vida. La doctora que dirigió la operación contó después: "Reconstruimos todo lo que pudimos, como un gran puzle, a pelo, sin foto, sin nada". Zahira perdió el ojo izquierdo.
Ella fue una de las 2.000 personas heridas por los terroristas. Cuando le dieron el alta, aprendió a moverse por su casa evitando los espejos. Cuando alguno se le cruzaba en el camino, lo maldecía. Una noche, al levantarse para ver llover, el cristal de la ventana, traicionero, le devolvió la imagen de su rostro sin el parche blanco. Se apartó de la ventana y encendió la luz. Todavía estaba todo muy reciente. Tres años después de aquella mañana tan terrible, Zahira ya no necesita regatear a los espejos. "He aceptado mi nueva imagen. Las lesiones se van aceptando poco a poco. No ha sido algo demasiado costoso, pero sí ha llevado su tiempo".
El miércoles pasado, al llegar al juicio, Zahira se sentó entre los familiares de las víctimas, pero el día siguiente ya se atrevió a hacerlo justo al lado de los acusados. "Ninguno fue capaz de sostenerme la mirada. Alguno, después de encontrarse con mi cara, miraba al suelo y movía la cabeza como diciendo qué barbaridad. Pero yo no les dije nada. No, no. No se merecen ni una palabra. ¿Para qué? ¿Se van a excusar? ¿Me van a decir que ellos no han sido, que son muy buenos? No merece la pena debatir con ellos".
Cuando salió a la calle, Zahira estaba feliz, y no sólo por haber aguantado el reto de confrontar su mirada con quienes le quisieron quitar la vida. Acompañó a su padre a la estación de Atocha y luego, aprovechando el buen tiempo, se dio un gran paseo por Madrid. "Me sentía feliz, tenía la sensación de haber crecido cinco centímetros. Tengo que confesar que antes de ir al juicio tenía mis dudas, mi desconfianza. Desde fuera es muy fácil decir bah, nunca vamos a saber la verdad, se van a ir tapando las cosas, pero una vez que estás allí y ves lo que se está haciendo, el trabajo de los abogados, de la fiscal, del juez, que es el juez de los 1.000 ojos, no se le escapa ni una... Entonces, todo eso te va dando confianza. Te das cuenta de que en realidad opinar es lo más fácil del mundo, pero allí compruebas que la realidad es otra, que al juez no se le escapa ni el número del folio donde está registrada la bota que llevaba el terrorista... Después de ver todo eso, salí a la calle y sentí que podía comerme el mundo. Sí, se va a hacer justicia. Si han sido ellos, lo van a pagar".
Zahira tiene toda la luz de Cádiz alumbrándole el carácter. Su alegría es contagiosa. Dice que a veces, cuando piensa en las madres que perdieron a un hijo aquella mañana, hasta siente remordimiento de ser tan feliz. "Estoy feliz por haber conservado mi vida y por haberla echado para adelante. Ellos no tienen derecho a robarme ni un minuto. Si el jueves les concedí algo de mi tiempo fue porque quería, para que se lleven mi imagen, por si acaso saben lo que es la mala conciencia. Pero hay que seguir adelante como sea. No hay que quedarse atrapado en el dolor. Ya hemos aprendido que una mañana, de repente, pum, se te va la vida. La gente que se queda en el dolor tiene derecho a hacerlo, porque la situación da pie a ello, pero qué pena da perder los rayos de sol, los días de lluvia. El jueves, después del juicio, me sentí capaz de comerme el mundo. Verlos agachar la cabeza ante mi mirada... Saber que se hará justicia...".
Zahira, en árabe, significa "lo que florece".
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