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Columna
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Año de bolas

La que nos espera. Este va a ser el año de las bolas. Si alguna vez a Francisco Camps se le pasó por la cabeza gobernar, desde luego hace tiempo que se le ha olvidado. El sitio web que inauguró la pasada semana es un fiel reflejo de lo que ocupa al heredero de Eduardo Zaplana. Nada más abrir la página aparece un contador que va marcando los días, horas, minutos y segundos que faltan para lo único que le preocupa, su obsesión, su cuenta atrás hasta la medianoche del domingo 27 de mayo. Poco importa que falten cinco meses para los comicios y que la ley electoral diga que la campaña tendrá una duración de quince días. Para eso este serafín de la política es el president, para sobrevolar la ley. Eso de cumplir las leyes es cosa de protestantes. Este es un país católico y esto son pecadillos veniales: tres avemarías, un padre nuestro y leña a los sociatas, que son una pandilla de rojos.

La campaña electoral ha empezado ya y los cargos del PP se suben a la cresta de la ola publicitaria para surfearla con dinero público. Navidad y año nuevo: ahí van los cartelones de los autobuses vendiendo que la Generalitat destina el 0,7% del presupuesto a unas ayudas a la cooperación, que las ONG han cifrado en el 0,4%. Total una mentirijilla del 0,3%, no pasa nada, propósito de la enmienda y arreglado. Por no hablar de ese gigantesco aparato de crispación y propaganda que es Canal 9. Un artefacto partidista que, a pesar de las ingentes aportaciones de la Generalitat, acumula 624 millones de euros de déficit.

En los presupuestos del año que comienza la Generalitat ha incluido una partida de ocho millones de euros para campañas de publicidad pura y dura. Sin duda una bagatela. ¿Qué son ocho millones de euros al lado de los 1.271 millones de euros a los que, según la Sindicatura de Cuentas, ascendía el agujero del Gobierno valenciano en 2005? Una miseria. Una minucia si se compara con los 1.065 millones de euros por los que va ya la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Una menudencia si lo confrontamos con los compromisos de gastos con cargo a ejercicios futuros que adquirió el Gobierno de Camps en ese año, 3.500 millones de euros. Una fruslería, porque esos compromisos para los años venideros deben superar ya los 20.000 millones ¡de euros! dado que en el 2005 se situaron en 19.616 millones. Una nadería al lado de la deuda de la Generalitat Valenciana, 10.225 millones de euros, la más alta por habitante de España. Y el que venga detrás que arree.

Crispación y propaganda, esa es la receta. Rita Barberá y el PP repiten que Zapatero retrasa el AVE a Valencia para ocultar que mientras el Gobierno de Aznar invirtió 161 millones de euros, el Gobierno socialista lleva licitados 1.000 millones de euros.

Pero para exhibiciones, las del doctor Blasco, Rafael, conseller de lo que haga falta, ahora y aquí, de Sanidad, que destinará 2,3 millones de euros a publicitar sus logros en vallas y spots. A lo que hay que añadir que en su afán por salir en los medios de comunicación, Blasco lleva camino de convertirse en el fetiche de las redacciones, donde es objeto de sabrosos chascarrillos. Y es que, todos los días, Blasco muestra alguna proeza, bien sea la habitación piloto de la nueva Fe, o una investigación médica, que glosa como si él en persona le hubiera dedicado largas horas de laboratorio. La pasada semana volvió a salir en Canal 9 junto a Alba Lucía Cardona, la mujer a la que trasplantaron las dos manos en La Fe, cuando la paciente abandonaba el hospital. Blasco le llevaba la maleta y le abría la puerta del coche oficial. Días antes, cuando se dio la noticia a los medios, pudo vérsele en un reportaje de la 2 de TVE en el que la paciente, al notarle todo el rato a su lado, debió pensar que era el cirujano, y educadamente le dijo "gracias doctor". La confusión llegó también a la sede de una agencia británica de prensa que, antes de distribuir las imágenes de la trasplantada, preguntó a su corresponsal en Valencia si no tenía alguna fotografía en la que la paciente apareciera sola. El fotógrafo confesó que lo había intentado, pero que le había sido imposible. "Bueno, pues entonces ¿quién es ese señor calvo? ¿su marido o el médico?".

Blasco quiere más. Sus adláteres están haciendo saber a la dirección de los hospitales valencianos dos cosas: una, que lo que más le interesa al conseller es salir en los medios de comunicación; y dos, que sabe ser agradecido. Casi tanto como su señora esposa, Consuelo Ciscar, que va a montarle una exposición a su peluquero en el IVAM. Poca broma, Calígula nombró cónsul a su caballo.

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