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SIN PERDER LOS NERVIOS
Columna
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Asesinos y, encima, cursis

¿No les puso los pelos como torreones de la Sagrada Familia la foto en la que Bush empuñaba una sierra mecánica?

Qué lista ha sido Israel al preferir italianos para que manden a los que se le interpongan. Yo también me pediría un batallón de Marcellos, Mauros y Maurizios con objeto de que se me interpusieran en salva sea la parte (aunque la parte nunca está a salvo si Israel anda cerca) si alguien -en este caso la comunidad internacional- me desplegara el catálogo de cascos azules y me permitiera escoger, como parece ser el caso de estos calzonazos mundiales. ¿Necesita algo más la señora baronesa?

-A ver, en primera línea ese morenazo en camiseta y para despliegue inmediato me prepare a esos cuatro rubios lánguidos de la pulserita que parecen salidos de un anuncio de Armani. El vendedor de especias y verduras de Campo de' Fiori me lo reservan para el Momento Misiles Sin Fronteras.

Los italianos fueron bastante queridos por los nativos cuando estuvieron haciendo de protectores de Beirut a principios de los ochenta. Llegaron en el 82, sin mandato de la ONU pero sí de EE UU -lo que son las cosas: a Reagan le había dado un ataque de culpa por la masacre de Sabra y Chatila-, junto con norteamericanos y franceses. A los italianos les tocó proteger, además de dichos campos, lo que ahora, gracias a Israel, se ha convertido en una ruina: Bourj el Barajneh y Chiah. Los habitantes se llevaron bien con ellos porque eran buena gente, soldados venidos del terruño, campesinos del sur que abrieron su corazón a los musulmanes, tan pobres como ellos. Ahora bien, como en estos momentos los militares son tan de diseño -y los italianos siguen en Irak- es muy posible que, para el futuro, se les diseñe algo menos cariñoso que la convivencia de antaño. Siempre parecerá que estamos allí -porque vamos también los españoles- para defender a la baronesa regional, no para proteger al país invadido. En fin. Mientras no envíen a Oriana Fallaci como comandante en cascos me conformo.

Y a propósito de casquería. ¿No les puso los pelos como torreones de la Sagrada Familia (el clásico de Gaudí) la foto en la que Bush empuñaba una sierra mecánica similar a la de La matanza de Texas? Hay que reconocerle a su asesor de imagen que la susodicha pose trasudaba realismo. Lo cual disculpa parcialmente al asesor en estética y al gabinete de prensa presidencial de la insensatez gráfica anterior, consistente en sentar al mandatario número 43 en una mítica Harley-Davidson. Los ángeles del infierno debieron de removerse con gafas, cadenas, trippies y cervezas en sus tumbas, o allá donde se encuentren. Con todo mi respeto, a este fulano (del árabe fulán) o individuo (del latín individuus) no hay que arrimarle como atrezzo más iconos generaciones que los propios de sus carnicerías. Ya se vio el fracaso del pavo de cartón por el Día de Acción de Gracias (¿gracias por qué?) y del modelo Ken Barbie uniformado en portaviones, el día en que acabó para siempre la guerra de Irak (¿qué guerra?). Pero llévenlo al Museo de Madame Tussaud y siéntenlo entre Jack el Destripador y monsieur Guillotin, o, mejor todavía, vístanle a él y a sus ayudantes con los fúnebres atuendos de los puritanos que cazaban brujas en Salem. ¿Creen que me estoy pasando? Cuenten los muertos.

Y ya que estamos hablando de asesinos impunes y encima cursis -otro ejemplo: el coordinado capilar a lo Anasagasti que usa Ehud Olmert-, si hay algo para lo que no me encuentro preparada es para enterarme de que Bin Laden estuvo obsesionado con Withney Houston y albergó planes para deshacerse del marido y convertirla al wahabbismo extremo. Como dice una amiga mía, considerando cómo han acabado ambos, "mira tú si se hubieran conocido, igual les hubiera salvado el amor". Pero no quisiera terminar este artículo con semejante nota de esperanza retrospectiva, sino haciéndoles sufrir convocando una imagen tan repugnante como las más arriba descritas: Bin Laden en el fondo de su madriguera, viendo y volviendo a ver El guardaespaldas.

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