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SIN PERDER LOS NERVIOS
Columna
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'Lloro a la Pantoja'

Si introducen en Google las palabras "Isabel Pantoja" seguidas por "lágrimas / llanto / lloro" o alguna de sus variantes lacrimógenas, se encontrarán con más de 50.000 entradas. Lo cual me lleva a preguntarme por qué, en su momento, a la insigne tonadillera restante le dio por patentar su receta de "pollo a la Pantoja", que obviamente no pasó a la historia del arte culinario, y no su "lloro a la Pantoja", del que lleva viviendo varias décadas, sin que, además, esto tenga la menor pinta de terminar.

Pero me dice la gente que a la dama le han salido más contratos que nunca para actuar en los pueblos de ¡Ehpaña! Son ganas de ver al monstruo de feria llorando en directo.

Tengo muy estudiada a Pantoja, en sus lloros. Recuerdo su reaparición en un teatro de Madrid, en noviembre de 1985, al poco de cumplirse el año de la mortal cogida de Paquirri en Pozoblanco. Yo trabajaba por entonces en Cambio 16 -cuyos archivos se encuentran desaparecidos en manos de un desaprensivo: si yo fuera el Gobierno trataría de recuperar la memoria histórica de aquella gran revista, que tan importante fue al final del franquismo y a principios de la transición- y fui enviada a cubrir el evento. Y llevaba la tía, la pobre viuda quiero decir, unas doce mil canciones presentadas, todas pertenecientes a su nuevo -entonces no había CD- long play y escritas, tiene tela, por Perales (títulos de este tenor: Me voy, Mi vida era él, Ven a mí otra vez, Pensando en ti, etcétera), cuando fue doña Isabel y, entre pucheros -sus pucheros milenarios, que lo mismo sirven para un pollo que para un lloro-, anunció que iba a cantar, por fin, un tema especialmente dedicado al difunto Paquirri.

A la dama le han salido más contratos que nunca para actuar por los pueblos de '¡Ehpaña!'. Son ganas de ver llorar en directo

Una oleada de estupor invadió la platea. Pues en tal caso, ¿a quién había estado dedicando las dos horas anteriores, había otro torero en su vida, era un homenaje a Manolete?, nos preguntamos los más avezados, mientras otros seguían gritándole "¡Guapa!", "¡Viva tu mare!", sin ningún respeto por su viudez. Era un concierto de beneficencia, por lo que contó con la presencia, en un palco, de la reina Sofía, que no movió un músculo del rostro durante el recital: yo aquel día adquirí religiosa reverencia por nuestra majestad femenina. Cuando la otra, perfectamente concentrada, cantó lo que tocaba cantar y lloró lo que tocaba llorar, la Reina ni siquiera consultó de reojo su reloj de pulsera. Eso no es una profesional, eso es una santa.

Pero alguien tiene que advertir a la señora Pantoja que no es lo mismo llorar de viudita tierna que con la cincuentena encima y porque te metan en la trena a un alcalde encontrado con las manos en la masa.

Desahogado que me he con el asunto lacrimal

a la Pantoja, debo añadir que a mí, personalmente, me ha venido muy bien verla trivializar el dolor. Te da brío y te corta otros llantos que te vendría muy bien soltar... si no fuera porque doña Isabel ha hundido la lágrima en el desprestigio. No sé si ella se acordará, pero cuando a la hoy aún viva y tonadillera Paquita Rico se le quemó la casa con su marido, también torero, dentro, la eximia protagonista de ¿Dónde vas, Alfonso XII? se calzó el miriñaque que lucía en tal película, en su papel de María de las Mercedes, y se hizo una tournée junto al difunto Vicente Parra, que, ataviado del mismísimo bisabuelo de don Juan Carlos, le daba la réplica para que llorara como viuda reciente. Menuda pasta recogieron por todos los pueblos y discotecas de ¡Ehpaña!

Pero Paquita era más auténtica y, sin duda, más propia de aquella cutrez. Con decir que meaba de pie en los entreactos, para no tener que recogerse el miriñaque. En el país de hoy estremece ver a la viuda Pantoja patentar el lloro a la Marbella.

Todos a la cárcel. Y a callar, ladrones, que no tenéis ni vergüenza, ni decoro.

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