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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Historias de González

Hace unos días, el corresponsal de EL PAÍS en Roma, Enric González, fue galardonado con el Premio Cirilo Rodríguez, destinado, según dicen las bases, a periodistas que realizan su labor en el extranjero. El premio se lo entregaron los Príncipes de Asturias y durante su protocolario discurso, don Felipe aprovechó para recordar a "todos los periodistas españoles que han perdido la vida de forma dramática ejerciendo su profesión". Se da la circunstancia de que, por las mismas fechas, González acababa de publicar Historias de Nueva York, un libro en el que, entre otras cosas, habla de Julio Anguita Parrado y de Ricardo Ortega, que murieron ejerciendo su profesión de corresponsales de guerra.

Enric González pertenece a la categoría de corresponsales de paz: periodistas que cambian de ciudad en una especie de destierro voluntario

González (Barcelona, 1959), en cambio, pertenece a la categoría de corresponsales de paz: periodistas que cambian de ciudad (Londres, París, Nueva York, Washington, Roma) en una especie de destierro voluntario y adictivo y que acaban destilando una visión del mundo justificadamente descreída que, a veces, asoma en sus crónicas. En el caso de González, esta visión asoma tanto que ya dio lugar a otro libro memorable, Historias de Londres, que incluía afirmaciones propias de un observador categórico: "No es que los ingleses sean sucios. Es que son raros. E isotérmicos. El inglés se abrocha la gabardina en invierno y se la desabrocha en verano, eso es todo". O: "El pasado de las ciudades se encuentra en las hemerotecas y en las cloacas. Especialmente en las cloacas".

Siete años más tarde, las dotes de observación de González siguen en plena forma e inspiran comentarios sobre Nueva York que recuerdan los que, con un mecanizado sentido del rigor, hacía Josep Pla: "El neoyorquino es un tipo que habla. Mucho. Todo lo demás es secundario". Bastaría un estadio lleno de neoyorquinos mudos para desmentir al corresponsal, pero a estas alturas el lector ya ha sido hipnotizado por un estilo de crónica en el que, sin darse cuenta, aprenderá mucho y se divertirá saltando de Al Capone a Rudolph Giuliani, de la fundación de los barrios a la catástrofe del 11-S. Para ambientarme mejor, pensé en leer Historias de Nueva York en una plaza, un parque o una calle dedicada a Nueva York, pero el nomenclátor de Barcelona (una delirante mezcla de geografía, páginas amarillas medievales, santoral, casting militar y selección de mitologías progres) desprecia esta ciudad y sólo el Harlem Jazz Club (Comtessa de Sobradiel, 8) y el New York Club (Escudellers, 5) mantienen vivas ciertas vías de hermanamiento.

El formato de libro tiene, respecto al artículo, la ventaja de las grandes distancias. Acostumbrado a resumir catástrofes o cumbres internacionales en 3.000 o 6.000 caracteres (con espacios), el periodista redescubre el vértigo del horizonte lejano. A veces, algunos no logran distanciarse de la gimnasia de lo breve, y para vencer el pánico de lo extenso recurren a la profusión de datos y se emborrachan de referencias hasta perder el tempo que todo relato debería tener. No es el caso de González. Los cambios respecto a su trabajo de corresponsal no son únicamente de tamaño. El libro también permite una presencia más íntima del yo, la justa para cultivar mejor ese elegante sarcasmo que tanto valoran los que le leen en el periódico, sobre todo cuando, semanalmente, nos entretiene sobre los vaivenes del fútbol italiano bajo el epígrafe de Historias del calcio.

Pero volvamos a Nueva York. González llegó a la ciudad en junio del año 2000. Ahora, desde Roma, rememora las primeras sensaciones que experimentó entonces. Para hacerlo, recurre a un estilo de frase corta en el que la precisión, unida a la cadencia, refuerza el sentido de cada emoción, de cada dato, de cada opinión, de cada historia. Una muestra: "La vida en Nueva York es un deporte de velocidad y reflejos en el que, al final, decide la suerte. Eso tiene que ver, seguramente, con el tipo de personas al que atrae la ciudad. Pocos van a NuevaYork para retirarse o para llevar una vida tranquila. A Nueva York se va a trabajar y a vivir con la mayor intensidad posible, lo cual acarrea riesgos. Y hace falta suerte. Supongo que yo la tuve. Algunos de mis amigos no la tuvieron".

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La suma de consejos y sugerencias que da González hacen que uno sienta el deseo inmediato de viajar a Nueva York, pero si uno decide no moverse también podrá recorrer, a través de una mirada escéptica y melancólica, calles, tugurios, rascacielos o antecedentes penales de la historia. Y, en algunos momentos, se quedará admirado por la capacidad descriptiva y por la habilidad para atrapar, en un par de frases, atmósferas y extravagancias humanas. En 1924, George Bellows pintó un cuadro impresionante titulado Dempsey y Firpo que, si no recuerdo mal, se expone en el Whitney Museum. Retrata un combate de boxeo, y una vez delante uno descubre que el espíritu de los rings es, en cierto modo, el de una ciudad que se ha hecho grande también gracias a sus pintores, arquitectos, escritores, cineastas y a cronistas como Enric González.

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