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Reportaje:

Toda la vida de una lengua muerta

El catedrático emérito de Deusto Santiago Segura se mantiene como uno de los referentes en los estudios clásicos

Santiago Segura (Santaolalla de Bureba, Burgos, 1922) partió de su pueblo natal con 12 años y ya sólo ha regresado de visita o para veranear. Aquel chaval inquieto y espabilado, hijo de un agricultor, heredó de su padre, emigrante a los EEUU, la confianza de quien no siente temor ante lo que se encuentra al otro lado del camino. El niño marchó a San Sebastián a casa de un pariente con la exigua colaboración para la manutención que enviaba su padre. La idea surgió del maestro de su pueblo, "un chico joven, que llegó al pueblo en 1933", que fue quien le animó a dar el salto. "Me pidió que le ayudara en unas clases nocturnas que empezó a impartir a los mayores del pueblo; ahí ve usted a un niño de 11 años enseñando a hombres de 40 que no sabían leer ni escribir. Yo estaba impresionado con este maestro que me hizo ver que fuera de los montes de mi pueblo había otros horizontes", recuerda.

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Segura acude al latín para explicar lo que sintió aquel curso en que impartía clases a hombres hechos y derechos: "Me respetaban, creo que porque asumían que yo les enseñaba algo, les aumentaba en algo, que es la base de la auctoritas, del verbo augeo [aumentar]. La auctoritas se le confiere a una persona que aumenta en algo el caudal de la comunidad. Lo he sabido después, pero entonces me dí cuenta de que la gente respeta a quien le puede aportar algo, sobre todo en el terreno espiritual".

Allí nació su afición por la enseñanza y, con los tebeos con que el maestro le pagaba, su pasión por las historias, la literatura y el arte, que años después se volcaría en erudición sobre la antigüedad griega y romana. Pero aún tenía que estudiar el bachiller en San Sebastián. "El primer piso de estudiantes que se alquiló en aquella ciudad fue el nuestro, que arrendé con dos primos". Segura cumplió las expectativas con creces: aprobó varios cursos en uno, obtuvo becas y primeros premios en el instituto y en la Escuela de Artes y Oficios.

La capacidad de trabajo de aquel joven se completaría en Madrid, donde definitivamente se orientó hacia los estudios clásicos. Corría la dura posguerra y allí siguió estudiando con becas. Cuatro años después de ingresar en la universidad, acabaron la carrera en junio de 1943 once estudiantes de los más de cien que empezaron. "Había dos especialidades duras: Filosofía pura y Clásicas, y ya comencé a interesarme también por la escritura de libros de texto y la traducción. Mi primer libro lo publiqué en la Biblioteca Clásica de la editorial Gredos y era una traducción de Tito Livio, en 1951. Luego, con Gredos, he publicado la Apología de Apuleyo". La traducción de Las metamorfosis o el asno de oro de este autor es una de sus aportaciones más reconocidas.

Siendo ya catedrático de instituto en Jaén, pensó en publicar un libro para los alumnos del entonces curso preuniversitario. "Corría 1957, y el Preu, como se conocía, nos traía locos a los profesores, ya que cada año cambiaba de temario". Un día de septiembre, a tres semanas de comenzar las clases, tras comprobar que en Madrid no se podía adquirir ni un solo ejemplar de la Guerra de Jugurta, de Salustio, correspondiente al temario para aquel curso, Segura decidió rescatar él mismo el texto y preparar un libro didáctico.

"Acudí donde el hombre que más ha sabido de libros en España, el bibliotecario del instituto San Isidro, mi buen amigo Simón Sánchez Díaz. Le pedí que me llenara una maleta de cartón con todo lo que se había publicado sobre la Guerra de Jugurta y me encerré en una habitación de una residencia del CSIC. Sólo salía a desayunar, comer y cenar. Cuando me ponía nervioso, llenaba una bañera de agua fría y me relajaba. Los compañeros pensaban que me había vuelto loco", rememora.Consiguió alumbrar el libro antes de que comenzara el curso. "Remití un ejemplar a todos los institutos de España", y sus compañeros recibieron aquella aportación con alborozo. Durante los siguientes años, Segura se convirtió en el referente de las asignaturas de latín y griego para Preu.

Todos estos best sellers didácticos de la época se publicaban en la editorial Estudio y Vida, fundada por un grupo de profesores, entre ellos el propio Segura. Hasta que se encontró con Anaya. "El fundador y responsable de aquella editorial, Germán Sánchez Ruipérez, me pidió que me uniera a su equipo. Recuerdo que, para animarme, me enseñó la liquidación de un autor, ya se imagina quién puede ser [en referencia a Fernando Lázaro Carreter]. Al mismo tiempo, Estudio y Vida no andaba muy allá. Le vendí todos mis derechos, incluidas las planchas de plomo; cuántas toneladas viajaron a Salamanca". Una nueva etapa para quien ya se había convertido el 2 de octubre de 1962 en el profesor que había inaugurado la Facultad de Letras de la Universidad de Deusto.

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