_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El premio Roosevelt

El pasado 13 de mayo, tuve el honor de recibir de manos de su majestad la reina Beatriz de los Países Bajos el Premio Franklin D. Roosevelt por la Libertad de Expresión, una de las cuatro libertades anunciadas por el presidente Roosevelt en su mensaje al Congreso del 6 de enero de 1941. En medio de la guerra mundial, Roosevelt le dio un propósito a la lucha contra el nazi-fascismo, pero también a la lucha por un mundo mejor después de la guerra. Libertad para expresarse, para superar la necesidad y el miedo. Libertad de creencias.

Tengo una personal admiración hacia Franklin Roosevelt porque en 1938, siendo mi padre Consejero de la Embajada de México en Washington, el presidente Lázaro Cárdenas nacionalizó la riqueza petrolera mexicana y el presidente Roosevelt respetó esta decisión. Después de una larga historia de enfrentamientos a veces violentos entre México y EE UU, Roosevelt desoyó las voces que pedían represalias contra México y en vez de invadir, castigar o amonestar, decidió negociar. A partir de entonces, a pesar de los inevitables conflictos entre los dos países, nuestra relación se ha encaminado siempre a la negociación diplomática. Cuando lo hacemos, ganamos ambos. Cuando no lo hacemos, perdemos todos.

Franklin Roosevelt llegó a la presidencia de EE UU en medio de la peor crisis económica mundial del siglo XX. El crack económico de 1929 fue seguido de la Depresión que en Alemania llevó a Hitler al poder, en Italia consolidó a Mussolini en el suyo, en Japón significó el ascenso del militarismo, en la URSS fortaleció a Stalin, en Inglaterra y Francia debilitó a la democracia y a España la envolvió en una feroz lucha fratricida.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

En EE UU, no faltaban las voces pidiendo la mano dura. El presidente Herbert Hoover reprimió las marchas obreras y los generales McArthur y Eisenhower pidieron "una dictadura virtual" para superar la crisis. Roosevelt, en cambio, no reprimió ni tomó poderes dictatoriales. Puso en manos de la sociedad civil los instrumentos democráticos para combatir el desempleo, la caída de la producción y la crisis financiera. Reclutó a un cuarto de millón de jóvenes para labores de reforestación, lucha contra la erosión y control de inundaciones. Dio la oportunidad a miles de jóvenes para terminar sus carreras. Le abrió el horizonte a los agricultores, los trabajadores, los casa-habientes, los artistas, los escritores.

La NRA creó dos millones de empleos y la PWA construyó caminos, represas y renovó ciudades. La TVA generó más electricidad que toda América Latina. El nuevo Trato aseguró mejores salarios, mejores condiciones laborales, libertad sindical, el empleo de indios y negros.

"Si fracaso", dijo Roosevelt, "no seré el peor presidente norteamericano, seré el último". No fracasó. Muchas de sus iniciativas, en sí mismas, no resolvieron la situación. Pero Roosevelt le dio al pueblo la misión de reconstruir el país con tiempo, persistencia y medidas democráticas. Lo que sí logró Roosevelt fue superar los peores efectos de la Depresión, sin sacrificio de las libertades constitucionales. Ésta resultó ser la mejor defensa contra la tentación totalitaria. Roosevelt no tuvo que invocar el terror, la religión o el miedo para ganar elecciones. Las ganó con reformas sociales apoyadas por el pueblo.

La lección de Roosevelt es especialmente válida para nosotros, para la América Latina actual. Ni populismo ni inmovilismo ni regresión, sino movilización de las fuerzas productivas mediante el aliento y la protección del trabajo. Progreso para todos, no sólo beneficios para la minoría o, aún, sólo para la mitad de la población. Y todo dentro del marco jurídico de la democracia.

Roosevelt salvó a su patria de la crisis económica sin acudir a medidas represivas. Respetó totalmente la libertad de expresión, consciente -aun en tiempos de guerra- de que una sociedad libre no puede derrotar a sus enemigos si renuncia a los valores de la libertad, creyendo erróneamente que al imitar los vicios del enemigo, lo derrotaremos. No hay tal. Cuando los derechos de la libertad son sacrificados en nombre de la libertad, el enemigo gana y nuestras libertades se pierden.

A veces, las libertades de expresión se dan por descontadas en las sociedades satisfechas. Hablar se considera parte de la normalidad pluralista y escribir puede ser visto como un pasatiempo amable pero al cabo irrelevante. Pero cuando la libertad de expresión es prohibida, los libros quemados en público y los escritores condenados al exilio, la prisión y aun la muerte, nos damos cuenta de lo importante que es contar con puntos de vista alternativos y críticos de la realidad.

Si la libertad de expresión es democráticamente inocua, ¿por qué los regímenes totalitarios inmediatamente prohíben la prensa libre, controlan la radio y la televisión, persiguen a los periodistas e imponen la norma de la prohibición? ¿Nos hacen falta tiranías para apreciar el valor de la libre expresión?

Los premios Roosevelt son un recordatorio de que las libertades son nuestro derecho y nuestra obligación diarios, no un privilegio ni un deber excepcional.

Cuando Lázaro Cárdenas nacionalizó el petróleo en 1938, se enfriaron las miradas de mis maestros y condiscípulos en la escuela pública de Washington DC. Los titulares de los diarios gritaban: "Los rojos mexicanos se robaron nuestro petróleo". Periódicos, congresistas, figuras públicas pedían el castigo contra México, la invasión de México, la ruptura de relaciones al menos. Roosevelt y Cárdenas decidieron negociar en vez de acusar y pelear. La diplomacia demostró para qué era buena gracias a los embajadores de México en Washington, Francisco Castillo Nájera y de EE UU en México Josephus Daniels.

Roosevelt y Cárdenas representaron una milagrosa coincidencia a favor de la reforma, el progreso y el respeto mutuo. No siempre (o muy rara vez) se dan semejantes paridades. A menudo, el movimiento se da en medio de agresiones físicas y verbales, equívocos pasajeros o permanentes, cerrazón y demagogia intercambiables. Ojalá que en el futuro que se avecina, las indispensables reformas latinoamericanas encuentren serenidad y diálogo en EE UU, librándonos a nosotros de la confusión entre discurso y realidad y a ellos de la confusión entre imperio y democracia.

Carlos Fuentes es escritor mexicano.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_