Napolitano: llegado de lejos
"Veniamo da lontano", venimos de lejos. Era la frase cargada de incertidumbre que presidía un cartel conmemorativo del sesenta aniversario del PCI bajo el retrato de su principal teórico, Antonio Gramsci. Transcurría el año 1981 y comenzaban a sentirse los efectos del callejón sin salida en que se encontró la estrategia berlingueriana del "compromiso histórico" a partir del asesinato de Aldo Moro. El avance electoral culminado en 1976 cedía paso a un inevitable reflujo que duraría toda la década, más allá de la desaparición de Enrico Berlinguer. Una vez perdidas las esperanzas, tanto de desplazar a la Democracia Cristiana de su hegemonía como de incidir eficazmente sobre la política del gobierno, se abría un período de inseguridad y sectarismo, frente al ascenso del PSI de Craxi y las medidas tendentes a sobrellevar la crisis económica.
A la política de "solidaridad democrática" sucedió una alternativa vacía, ante la imposibilidad de encontrar aliados. De nada sirvió de cuentas el trabajo de Sísifo emprendido bajo la dirección de Palmiro Togliatti desde los años cuarenta, tratando de abrir una vía al socialismo en la democracia. Ante esa ausencia de perspectivas, Achille Occhetto trató en 1989 de forzar un rápido e incompleto giro hacia la socialdemocracia, coincidiendo con el desplome de las "democracias populares". Lo hizo mal, un poco al modo abrupto y escasamente argumentado con que entre nosotros Santiago Carrillo liquidó el leninismo, pocos meses después de confirmar solemnemente la continuidad del partido. El PCI se transformó en "la cosa", finalmente titulada Partido Democrático de la Izquierda, mientras los disconformes se organizaban en lo que es hoy Refundación Comunista.
En los años siguientes, la tarea de los "demócratas de izquierda" consistirá en la creación de plataformas unitarias de centro-izquierda, haciendo una labor sacrificada que ahora culmina, al mismo tiempo que merman la militancia y su electorado. Frente a ellos, el demagogo Berlusconi sigue agitando hasta hoy mismo el fantasma del peligro comunista. En la pinza así formada, nada tiende de extraño que, aun siendo la viga maestra de la coalición vencedora, el balance logrado por los DS en la distribución de los principales cargos haya sido bien pobre. Ni presidencia del gobierno, ni de las cámaras, con el competidor Bertinotti al frente de una de ellas, y veto afortunado de la derecha contra una eventual candidatura de Massimo d'Alema a la presidencia de la República. Menos mal que por fin este cargo supremo en el orden simbólico ha recaído en una de las grandes figuras en la historia del que fuera PCI. Con dos inconvenientes. Uno de ellos que su elección sigue al bloqueo sufrido por el presidente del actual partido, D'Alema. El segundo, la edad: Giorgio Napolitano es octogenario, y ello entraña el riesgo de un prematuro replanteamiento de la elección presidencial. Con un Berlusconi en el papel de fiera herida, dispuesto incluso a declarar una huelga fiscal "si la izquierda legisla contra los intereses del país", que lógicamente él interpreta, cabe augurar una persistencia del pésimo ambiente hoy instalado en la vida política italiana. De nada valió el curioso precedente de 1994, cuando en plena sesión parlamentaria Berlusconi se levantó para felicitar a Napolitano por su discurso como portavoz de la oposición.
Las palabras pronunciadas entonces por Napolitano son representativas de ese estilo político que le ha ganado el respeto de todo el espectro parlamentario, y resultan bien actuales. Proponía al gobierno de derecha "un ejercicio medido y responsable del principio mayoritario" y ofrecía un máximo esfuerzo de capacidad crítica y constructiva. En la línea de Togliatti, Napolitano ha creído siempre en la necesidad de hacer política tanto desde el poder como en la oposición, pero, a diferencia del mismo Togliatti y del propio Berlinguer, creyó desde su madurez inútil recurrir, incluso transitoriamente, al sectarismo y a la agresividad contra el adversario político. Incluso en las formas, que en sentido humorístico bien pueden compararse a aquel "socialismo de guante blanco" que García Lorcaveía personificado en Fernando de los Ríos, Napolitano ha seguido los pasos de su mentor Giorgio Amendola, impregnando al comunismo de un sorprendente espíritu liberal. Volviendo otra vez a la comparación con España, lo que en nuestro PCE representó la actividad política e intelectual de Manuel Azcárate. Lo cual no significa en modo alguno debilidad ideológica, sino visión consecuente con la trayectoria que para un sector minoritario del movimiento comunista supuso el enlace con los precedentes reformadores, enlace que sería preciso recuperar una vez que resultaron evidentes tanto el fracaso del modelo soviético posestaliniano como la imposibilidad de reformarlo. La fórmula hispana de una política democrática desde el partido comunista "de siempre" y la berlingueriana de profundizar en la democracia sin cortar hasta muy tarde el cordón umbilical con la URSS sirvieron sólo para que surgiera el fugaz espejismo "eurocomunista".
En toda su historia, las relaciones entre comunismo y democracia fueron conflictivas. Nada expresa mejor la tensión entre ambos términos que la experiencia de las llamadas "democracias populares". A pesar de lo cual, en plena noche de los grandes procesos, Togliatti había explicado al austriaco Ernst Fischer que si los comunistas no asumían la democracia, estaban condenados al fracaso. Pero incluso en el PCI bajo su dirección y la de sus sucesores, el vínculo con la "patria del socialismo" nunca fue eliminado, y por eso resultó enorme el coste político del desajuste con la política democrática efectivamente realizada desde 1945. La búsqueda de una "tercera vía" no impidió que el PCI fuera cargando sobre sí el peso de una política soviética cada vez más anquilosada. "Ma dove vai, se la meta non ce l'hai?", preguntaba el humorista Forattini al sucesor de Berlinguer, evocando una famosa canción de un filme de Alberto Sordi y Monica Vitti.
La lucidez de Giorgio Napolitano quedó de manifiesto a partir de 1976, al ir trazando una línea crítica respecto del promotor del "compromiso histórico", muy bien documentada en el reciente libro de Silvio Pons, Berlinguer y el fin del comunismo. Al igual que Azcárate en el PCE, Napolitano se convirtió en el chivo expiatorio para los soviéticos por su insistencia en marcar las distancias con el "socialismo real" y proclamar sin reservas la democracia y el europeísmo, sin olvidar la puesta en guardia contra los peligros que entrañaba para Italia el Pacto de Varsovia: ejemplo, Praga 68. "Nuestra democracia lleva sesenta años de existencia, le espetó Suslov, vuestras ideas son sólo eso, ideas". Pero Berlinguer prefería un distanciamiento cauteloso, y a ello se unió el giro izquierdista, haciendo casi del socialismo el enemigo principal, a comienzos de los 80. Napolitano resaltó entonces la esterilidad política a que llevaba ese enfrentamiento, apuntando cada vez más a la incorporación del PCI al campo de la socialdemocracia, y franqueando de una vez la frontera respecto del comunismo tradicional. De ahí sus críticas, primero ante Berlinguer, luego contra Occhetto. En la línea de Togliatti, si el reformismo constituía una necesidad, había que asumirlo, no quedarse satisfecho con las palabras.
Napolitano citó más de una vez la célebre metáfora togliattiana sobre la naturaleza del PCI, entre la jirafa, animal extraño pero real, y el unicornio, maravilloso pero inexistente. Era preciso rechazar la segunda opción. Al cerrar sus memorias, publicadas en enero de este año, Giorgio Napolitano dice haber alcanzado el tiempo del recuerdo y de la reflexión. Pero por si acaso añade una cita tomada de Plutarco: "Lo importante es hacer actividad política, no haberla hecho".
Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.
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