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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Claude Esteban, poeta

Ensayista y traductor, escribió poemas en francés y en castellano

Ayer mismo, sin saber aún la mala noticia, consultaba yo una vez más su libro Poèmes parallèles (1980), recopilación de algunas de sus traducciones dispersas de poetas hispánicos, precedida por un ensayo, Traducir, que es una pieza maestra en su género. Hoy, enterado de su fallecimiento, ¿cómo podré volver a sus libros sin la sensación de que la muerte ha cambiado definitivamente el perfil de su autor? Nacido en París el 26 de julio de 1935, el poeta, ensayista y traductor Claude Esteban murió en la misma ciudad el pasado 10 de abril.

En España tenemos muchas razones para lamentar doblemente la desaparición de un poeta y de una personalidad intelectual que no sólo por sus orígenes (era hijo de un refugiado español), sino también por vocación y por destino, dedicó a España y a la lengua española una buena parte de su vida. Su relación con la lengua española la contó en ese espléndido relato de sus años de formación que es Le partage des mots (1990), traducido por Juan Abelaira entre nosotros en 1998 con el título de La heredad de las palabras. "Ser bilingüe -afirmó en cierta ocasión- es confrontar en uno mismo dos horizontes, atravesar dos espacios mentales que sólo se confunden por la adecuación ilusoria de los conceptos: esa quimera, arraigada en nosotros, de una gramática universal".

Claude Esteban era, esencialmente, un poeta en lengua francesa. Su primer libro, La Saison devastée, es de 1968; el último acaba de ver la luz en Gallimard: Le Jour à peine écrit; en prensa se halla otro más, Trajet d'une blessure. En medio, una docena de títulos que han modulado una voz poética singular, consciente en todo momento de la peculiar travesía del espíritu que es la escritura poética, una escritura no identificada con una sentimentalidad complaciente sino con un trabajo de lenguaje que es siempre una aventura; él mismo lo dijo con claridad al hablar de un poema que "no está hecho de sentimientos, sino del trabajo que el poeta no cesa de realizar en el corazón de la lengua". Entre esos títulos conviene destacar, tal vez, Morceaux de ciel, presque rien, de 2003, que obtuvo el premio Goncourt de poesía. Otros libros suyos le valieron el premio de la Academia Mallarmé (1984), el premio France Culture (1991) y otros importantes reconocimientos. No puede dejar de mencionarse aquí un dato poco conocido: a pesar de que el francés fue siempre su lengua literaria, escribió en español un libro de poemas, Diario inmóvil (1987), libro que -me confesó en la dedicatoria del volumen- no pudo dejar de escribir "en una lengua de distancia".

No menos importante y significativa es su obra ensayística, especialmente centrada en la reflexión sobre la palabra poética y en la crítica de arte. En la primera vertiente resalta un libro, Critique de la raison poétique (1987), de gran calado teórico, cuyo texto inicial, Inactual y modernidad, hice traducir en 1989 en la revista Syntaxis. Como crítico de arte, son muy conocidos sus ensayos sobre Velázquez, Goya, Picasso, Palazuelo, Ubac, Chillida y otros artistas contemporáneos. También lo son sus traducciones: Quevedo, Jorge Guillén, Jorge Luis Borges, Octavio Paz, entre otros, hermosos frutos de su "neurosis de Jano". En español, además de lo que ya se ha mencionado, cabe encontrar sus libros de poemas Siete días de ayer (1996), En el último páramo (1998) y Coyuntura del cuerpo y del jardín (2001), o el ensayo Los pícaros en Arcadia (2000), bella aproximación a Los borrachos de Velázquez.

Tanto Siete días de ayer como En el último páramo fueron traducidos al español con el método de la traducción colectiva que Claude, Bernard Noël y otros poetas franceses practicaron en la Fondation Royaumont. Sus enseñanzas fructificaron también entre nosotros. No me resignaré a la idea de no poder conversar ya con Claude en los jardines de Royaumont o en su casa de la rue Daguerre. En su última carta me hablaba de volver a "charlar en tu isla, bajo un cielo azul", como en 1996. "Las imágenes de España me persiguen", añadía en esa carta. Su destino fue habitar el territorio que en él construyeron dos lenguas, inscribir la palabra en ese territorio. Y en ese territorio yace hoy.

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