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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pateras de muerte

Un saldo terrible arroja en apenas tres días el drama de la inmigración clandestina marítima hacia España. Un saldo que frena las optimistas estadísticas que supuso el descenso de un 25% de llegada de pateras en 2005. El pasado fin de semana, 45 personas murieron ahogadas en el naufragio de dos pateras, o cayucos (piraguas mejoradas), que se dirigían hacia Canarias; y ayer, otra de estas embarcaciones se encontraba a la deriva, con unos 40 pasajeros a bordo, no muy lejos de las costas de Mauritania. El país norteafricano se está convirtiendo en el centro de partida de estos pobres desesperados a merced de mafias organizadas.

La tragedia no es un hecho aislado. Se teme que otras muchas muertes anónimas se hayan podido producir en esa ruta, mucho más larga y bastante más peligrosa que la del Estrecho, pero donde se puede burlar mejor la vigilancia española o marroquí. La cooperación entre Madrid y Rabat se ha fortalecido desde hace dos años, y más después de los incidentes ocurridos en las vallas fronterizas de Melilla y Ceuta el pasado otoño. Las mafias han entendido que el flujo migratorio desde el Estrecho es ahora muy complicado y apuestan por el litoral mauritano como paso marítimo en dirección al archipiélago canario, donde sólo en los dos primeros meses del presente año han llegado 2.430 inmigrantes subsaharianos, lo que representa cerca de la mitad del total de clandestinos que desembarcaron en Canarias en 2005. Los cayucos son más grandes que las pateras y se les dota de sistemas de navegación por satélite, pero las vicisitudes que sufre el pasaje son prácticamente las mismas.

Ya se ha repetido más de una vez que el problema de la migración clandestina de África a Europa no es sólo asunto de uno de los lugares de destino (España). Comporta ante todo la cooperación de los países de tránsito (Marruecos, Mauritania, Argelia o Libia), acuerdos de repatriación y de asistencia con los países subsaharianos y, desde luego, la decidida colaboración de la Unión Europea. Bruselas parece haberlo entendido así, sobre todo tras la crisis del año pasado en las vallas de Melilla y Ceuta, que llevó al Gobierno español a reclamar un mayor desarrollo de la política migratoria comunitaria, de los programas de ayuda mediterránea y de las medidas específicas de acción inmediata. De estas últimas abriga ciertas esperanzas, pese a contar con un modesto presupuesto, la aplicación del proyecto Sea Horse, en el que además de España y Marruecos participarán Alemania, Francia, Italia, Bélgica, Portugal, Mauritania, Senegal y Cabo Verde para combatir las mafias de tráfico migratorio.

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