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Crónica:FÚTBOL | 23ª jornada de Liga
Crónica
Texto informativo con interpretación

Robinho se inspira en San Mamés

El jugador brasileño destroza a un limitado Athletic en un partido con fases de violencia

Santiago Segurola

Robinho se inspira en San Mamés, no importa la clase de partido que se dispute. Éste fue una batalla de punta a punta, una noche para espíritus fuertes. La tensión se convirtió muchas veces en violencia. El Athletic tiró por la tremenda y jugó el único partido que podía: todo coraje, sin importarle demasiado el reglamento. El Madrid respondió con entereza cuando fue necesario y con clase cuando necesitó de sus mejores futbolistas. Ninguno fue mejor que Robinho, cuya habilidad resultó letal para los torpes defensas del Athletic, defensas de otra época, gente que desconoce los misterios del fútbol actual.

Finalmente fue una cuestión de fútbol. El Madrid tiene jugadores. El Athletic, no. En su estado actual, al Athletic sólo le queda la heroica, esa mística que a veces se produce en San Mamés cuando el ambiente está inflamado y el equipo se lanza a la aventura sin otro equipaje que la voluntad. Sin Yeste, ni Etxeberria, sus posibilidades quedaban más reducidas. Toda la presión, la ansiedad, la angustia pesaba sobre un equipo sin apenas recursos futbolísticos, con tres chicos -Ustaritz, Amorebieta y Dañobeitia- que acaban de aparecer en Primera División, con una defensa que se distingue por su incompetencia, con la esperanza depositada en un delantero de 35 años que sólo puede saltar. Pero ni tan siquiera Urzaiz recuerda al poderoso ariete que se imponía en el juego aéreo. Le pesan los años y los kilos. Le pesó el marcaje de Woodgate, que le ganó en cada cabezazo. Sin otra bandera que la de Orbaiz, el único jugador que tiene empaque, el Athletic se encontró con la realidad de la vida en el arranque del partido. A todos sus innumerables problemas, añadió uno definitivo: el gol de Robinho.

ATHLETIC 0 - REAL MADRID 2

Athletic: Lafuente; Lacruz, Prieto, Ustaritz (Murillo, m. 46), Amorebieta; Orbáiz, Gurpegui, Iraola, Dañobeitia (Guerrero, m.71); Aduriz y Urzáiz.

Real Madrid: Casillas; Míchel Salgado, Woodgate, Sergio Ramos, Roberto Carlos; Pablo García (Gravesen, m. 24), Cicicho (Bravo, m.87), Guti (Baptista, m.89), Zidane, Robinho; Ronaldo.

Gol: 0-1. M. 4. Zidane sale de un recorte en el medio campo y lanza a Robinho, que recibe dentro del área grande y bate a Lafuente entre las piernas. 0-2. M. 92. Bravo remacha una jugada de Robinho.

Árbitro: Ramírez Domínguez: Mostró cartulina amarilla a Aduriz, Woodgate, Gravesen, Salgado, Sergio Ramos, Guerrero y Amorebieta.

Lleno en el campo de San Mamés. Unos 40.000 espectadores.

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El encuentro comenzó como se esperaba, con mucho brío y los tacos afilados. El Athletic tenía todo el interés por llevar el partido a un combate cuerpo a cuerpo. El Madrid se dispuso para otra cosa: aprovechar la inmensa superioridad técnica de sus jugadores. Lo hizo inmediatamente. En la primera jugada donde pudo respirar, Zidane bailó a dos rivales y filtró un pase maravilloso a Robinho, definitivamente inspirado en San Mamés. Ante la mirada perpleja de Lacruz, mirada que no abandonó durante toda la noche, Robinho despegó y superó a Lafuente con un zurdazo seco. Todos los planes del Athletic se derrumbaron. Clemente había dicho que el comienzo del encuentro diría mucho del desarrollo de los acontecimientos. No le faltó razón.

En el admirable esfuerzo del Athletic se apreció también su dramática situación. Sólo le quedó el coraje, el último vínculo con su extraordinaria historia. No tuvo más. Con ese escaso arsenal, apuró al Madrid en algunos momentos, sostenido por una hinchada que no desesperó. Pero la diferencia entre los dos equipos fue abismal. Cada vez que el Madrid dibujó tres pases, la jugada anunció un gol. En cuatro ocasiones desbordaron a la ingenua defensa del Athletic. Fueron acciones brillantes, de gran categoría, desbaratadas milagrosamente por Lafuente, que desvió con el pie un cabezazo de Robinho y rechazó el remate de Ronaldo después de una fenomenal jugada del astro brasileño. Hubo otra más, desperdiciada por Robinho. Se le escapó el tiro.

Detrás de todo eso, se jugó un partido violento, de una tensión casi irrespirable. Partido sin tregua, en definitiva. El Athletic no se ahorró una patada. El Madrid no se achicó. Tenía su mérito porque los tobillos peligraban en cada entrada. Nadie lo explicó mejor que Pablo García, que se sintió en su elemento hasta que le retiraron en camilla. En realidad, le retiró una artera patada de Urzaiz. Pero antes, Pablo García había participado en todas las refriegas. Nada cambió después. El Madrid se sintió incómodo en ocasiones, molesto en el fragor del duelo, pero siempre atento a marcar distancias cada vez que Zidane y Guti armaban los contragolpes. Lo más sorprendente fue la contribución de Robinho. Ligero como una pluma, su repertorio de regates no parecía el más adecuado en una noche de gresca. Pues bien, Robinho todo coraje: destrozó a Lacruz en el primer tiempo, anotó el gol y volvió a ser la principal amenaza del Madrid en la segunda parte. Se temía por sus ligamentos en cada quiebro, en cada bicicleta, en cada amago. Pero Robinho sobrevivió. San Mamés le inspira.

El Athletic llegó hasta donde le condujo su voluntad. Sólo Orbaiz, y en ocasiones Iraola, jugó con criterio. Lo demás se tradujo en una fuerza desbocada y dispersa, sin otra recompensa que algunos remates lejanos y un desmedido interés por colgar el balón. Sin ningún éxito. Urzaiz no se impuso nunca en el juego aéreo. Cada ataque significó un mundo de esfuerzo, un ejercicio de fe que no tenía relación con el juego. Era otra cosa, un empuje terco que el Madrid sofocó con entereza. De lo otro, se ocuparon sus jugadores de más clase, con Robinho a la cabeza. Porque al final se trataba de fútbol. Ahí no hubo dudas. El Madrid tenía los futbolistas. El Athletic, no.

Robinho remata entre Guroegui y Aduriz.
Robinho remata entre Guroegui y Aduriz.SANTOS CIRILO

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