Francia va más lejos de ultramar
Más del 10% de los 311 deportistas de Atenas 2004 había nacido fuera del país
París ha tardado en digerir la victoria de Londres para ser sede olímpica de los Juegos del 2012, pero, al fin, parece reaccionar. El ministro del ramo, Jean-François Lamour, anunció hace días su decisión de invertir 100 millones de euros suplementarios los tres próximos años para construir algunas de las infraestructuras previstas en la candidatura parisiense -base náutica en los alrededores de la capital, piscina olímpica, instalaciones de tiro, velódromo...- y dotar mejor los organismos que encuadran a los deportistas de élite. Además, Lamour invertirá antes de 2008 115 millones de euros en el INSEP, el centro de alto rendimiento francés, que necesita ser modernizado.
La selección de deportistas que envió Francia a los Juegos de Atenas 2004 corresponde sociológicamente al perfil actual de la sociedad francesa, integrada por un gran número de extranjeros, muchos de ellos ya convertidos en franceses de derecho, como son los hijos o nietos de las oleadas de emigrantes polacos, italianos, españoles o portugueses, y otros en vía de integración definitiva, como los hijos de quienes vinieron del Magreb, el África negra subsahariana o de las antiguas colonias, pero que ya han nacido en territorio metropolitano y tienen, por tanto, nacionalidad francesa. Quedan por último los detectados en países que no disponen hoy de medios para participar en la costosa carrera hacia las medallas. Son deportistas originarios de los antiguos países comunistas o nacidos en África y que han optado por nacionalizarse franceses. Como es el caso del gimnasta ruso Dimitri Karbanenko o de la atleta sierraleonesa Eunice Barber, por citar dos ejemplos.
En total, de los 311 deportistas que integraban el equipo olímpico en Atenas, algo más de un 10%, 36, habían nacido fuera del territorio francés; otros 19, en lo que podría llamarse territorios de ultramar (Nueva Caledonia, la Reunión, Guadalupe...), pero franceses, y alrededor de 40 eran hijos o nietos de inmigrantes.
Todos esos datos son relativamente fiables en un país en el que los documentos oficiales no admiten suministrar ningún dato étnico o religioso. Por ejemplo, el actual primer ministro, Dominique de Villepin, nació en Casablanca (Marruecos), pero nadie duda de que es francés, como tampoco se pone en duda la nacionalidad del principal perseguidor de inmigrantes clandestinos, el ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, a pesar de que sea hijo de húngaros, ni se cuestiona la nacionalidad del antiguo primer ministro Edouard Balladur, que es hijo de Esmirna (Turquía), ni nadie se interroga sobre los derechos de Ségolene Royal a ser la candidata presidencial de los socialistas a pesar de ser originaria de Dakar (Senegal).
El color de la tez y la sonoridad de los apellidos de los Ramalalanirina, Maraoui, Okori, Mang, Wright, Putra, Lahssini..., no es menos francesa que la de otros atletas que responden a apellidos también importados, como Baala, Gomis, Kapek, Sánchez, Noumonvi, Szczepaniak o Ripoll, todos ellos, como los anteriores, presentes en Grecia 2004. Unos han nacido en Kaliningrado, Nis, Yaundé, N'Djamena, Karcag o Teherán mientras que los otros lo han hecho en Amiens, París, Estrasburgo, Besançon o Toulouse.
El problema para Francia puede que se presente por la pérdida de peso de sus empresas en África, un continente del que tienden a desentenderse por la escasa rentabilidad de las inversiones y la poca seguridad de las mismas grupos como Bouygues, Accor, Total, Balloré, Vinci... Esa retirada lo es también por parte de otras infraestructuras francófonas y francófilas, entre ellas las de ojeadores y entrenadores. Las consecuencias se notarán en 10 o 15 años.
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