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Columna
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Ay, España

Nada puede apetecerme más que un buen referéndum, organizado por el PP, para hacer aún más entretenido (si ello es posible) este invierno de su descontento. Para que funcione, tendrían que montarlo pronto, muy pronto, en el último repecho de la cuesta de enero o, como mucho, a principios del mes próximo. No olviden que el 14 de febrero es el Día de los Enamorados: no estaría bien que esa eclosión de odio a la ruptura o desgarramiento de ¡España!, esa nueva etapa del eslogan Hoy te toco las narices más que Ayer pero menos que Mañana, coincidiera con la entrega de la Medalla del Amor y el intercambio de postales, típicos eventos practicados esa jornada por las parejas de peras y peras, o de peras y manzanas.

Qué precipitación. ¿No sería mejor manifestarse antes? Yo ya me había acostumbrado a que sacaran a sus curas a la calle, y esto de ahora, un referéndum de sopetón, me parece un tanto brusco. No es que yo esté en contra, pero pensémoslo bien. ¿Queremos llegar al orgasmo sin pasar por la fase preparatoria? ¿Así, sin ni siquiera un besito? ¿Sin la lubricación previa que supondría una buena marcha, prietas las filas, hacia el sol de la Patria una, grande y libre?

Por otra parte, a finales de febrero tampoco va a poder ser, ya que para entonces nos encontraremos en época de Carnavales y resultará prácticamente imposible distinguir una mesa preparada para recibir firmas de un caballero gordo disfrazado, por ejemplo, del tipo que llevaba la sierra eléctrica en La matanza de Texas. Personalmente me distraería mucho (no en el sentido de entretenimiento, sino de mantenerme en Babia) tener que ir buscando dónde firmar los pliegos atravesando manadas de divertidos celebrantes de las Carnestolendas. Salvo, naturalmente, que quienes se encuentren en las mencionadas mesas petitorias utilicen a su vez disfraces muy poco comunes, para distinguirse. De falangistas quedarían divinos. Nadie podría llamarse a engaño.

Acabo de darme cuenta de que me equivoco. Han planificado bien el tempo. Y no se han saltado las manifestaciones: han alentado a sus militares y a sus jueces a manifestarse.

No es una protesta, sino un desafío. La España que hiela el corazón está agitando la cubitera.

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