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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Urnas palestinas

Sin incidentes dignos de mención, lo que ya constituye una primera buena noticia, ayer acudieron a las urnas casi el 80% de los 1,3 millones de palestinos con derecho a voto en Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este. Las segundas elecciones al Parlamento palestino en diez años se celebran en un contexto muy diferente de aquellas. En principio, los votantes tenían dos opciones políticas claras: una laica, negociadora, institucional y apoyada tanto por Estados Unidos como por la Unión Europea, la del presidente de la ANP, Mahmud Abbas; otra, Hamás, radical e islamista, y terrorista para Washington y Bruselas. Las proyecciones iniciales basadas en sondeos otorgan en torno al 40% a Fatah y un 30% a Hamás, pero en todo caso se puede afirmar que las mismas elecciones y la probable irrupción de Hamás en las instituciones supondrán un cambio cualitativo en las relaciones con un Israel que también se apresta a acudir a las urnas con la histórica ausencia de Ariel Sharon.

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En la década transcurrida desde aquellas primeras elecciones el pueblo palestino ha perdido mucha inocencia e ilusiones, carece de un líder incuestionable como Yasir Arafat y se debate entre estas dos opciones especialmente enfrentadas en lo que respecta a su actitud hacia Israel, la ocupación y el terrorismo. La alternativa laica desde hace más de tres décadas, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y su principal partido Fatah, sin su líder histórico, afronta no sólo las frustraciones acumuladas por su pueblo y su desprestigio por su mala gestión, incapacidad para mantener el orden público, nepotismo y corrupción. Y tiene enfrente, sobre todo, a un rival en pleno auge, Hamás, que con su islamismo radical y defensa de la lucha a ultranza contra Israel goza aún entre la población de las credenciales del opositor impoluto e incorruptible. Hamás, que considera la violencia como una parte legítima e irrenunciable de su acción de resistencia, no ha tenido el desgaste propio de la responsabilidad institucional y del compromiso con el enemigo israelí, que serán inevitables si participa en la administración palestina.

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La beneficencia y la supuesta superioridad moral de la lucha sin cuartel contra la ocupación israelí pueden ser un caballo electoral desde fuera de las instituciones. Pero una vez en ellas, la política del día a día puede obligar a Hamás a tener que optar entre un cierto compromiso civilizado con Israel o su irrelevancia más allá del terrorismo. Ésta es una de las esperanzas, frágil como todas las demás, que en este momento cabe albergar.

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