La secta yihadista del 11-M
El grupo Takfir Wal Hijra, los islamistas más duros y clandestinos, se implanta en España y abre seis mezquitas para captar adeptos. Fueron el motor de la matanza de Atocha
Junto a la estación de Atocha, Moneir Mahmoud, de 46 años, el imán de la mayor mezquita de Madrid, no había terminado un duro discurso contra los terroristas que protagonizaron el 11-M cuando observó desde el atril el rostro de Mohannad Almallah pegado a una cámara de vídeo. El sirio, al que cuatro años antes Moneir expulsó de su centro de oración, le grababa camuflado entre los manifestantes. "¿Qué haces? ¿Por qué me grabas?", le espetó el imán egipcio, doctor en Teología islámica por la Universidad Autónoma de Madrid, cuando terminó su alocución y se abrió paso entre la multitud. "Chej (jefe), no es por nada. Es un recuerdo para mí. Nada más", respondió Almallah.
La autoría intelectual del 11-M, el soporte ideológico que alimentó a los autores de la matanza de Atocha, 191 muertos y miles de heridos, tiene el cuño de una secta, Takfir Wal Hijra (Anatema y Exilio), la corriente más extremista y clandestina del salafismo, los más duros e intolerantes del movimiento yihadista que lidera Al Qaeda, según fuentes policiales. Un grupo que los informes de los servicios secretos franceses definen como "el núcleo logístico de la mayoría de los grupos terroristas islamistas que actúan en Europa".
El sirio Almallah, presunto ideólogo del 11-M, tenía prohibido el acceso a la mayor mezquita de Madrid
"Se separó de su mujer porque no podía darle más hijos para hacer la 'yihad' (guerra santa)"
Ideas radicales
El sirio Mohannad Almallah, de 41 años, era presuntamente uno de los miembros de este club del odio, de este núcleo duro del terror cada vez más presente en España, según el testimonio facilitado a la policía por dos testigos protegidos. "Se separó de su mujer porque no podía darle más hijos para hacer la yihad (guerra santa)", asegura de él alguien cercano a su familia. Almallah tuvo cuatro hijos con su primera mujer y uno con la segunda. Su hermano Moutaz, de 39 años, detenido en Londres y pendiente de extradición a España, tiene ocho hijos. Los dos son fervientes detractores de los anticonceptivos.
Para los agentes que investigan el 11-M, los hermanos Almallah fueron el sustento ideológico de los autores del atentado. Sin su labor de reclutamiento, adoctrinamiento y dirección, el ataque "posiblemente no se hubiera producido", dice un informe policial que destaca la cantidad de documentos sobre Takfir Wal Hijra que se encontraron en los ordenadores de los terroristas. "Los sirios jugaron en el atentado un extraordinario papel en el terreno ideológico", asegura el principal responsable de la investigación policial. "Los marroquíes, en cambio, fueron la mano de obra", añade convencido.
La secta Takfir Wal Hijra se ha implantado en España. Pese a su férrea clandestinidad, tanto la Unidad Central de Inteligencia de la policía como el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) han detectado signos inquietantes de su presencia. Fuentes de los servicios secretos aseguran que los takfiris han creado seis mezquitas donde ejercen el proselitismo y captan en secreto a nuevos adeptos. Cuatro están en Barcelona y dos en Valencia. Las dirigen imanes argelinos y marroquíes. "Su gancho es la formación religiosa", asegura un investigador. "No he visto ninguno por aquí. Son más patentes donde hay gobiernos islámicos", dice Abderrajin, imán de la mezquita valenciana de El Puerto.
Tras la matanza de Atocha, tanto la policía como el CNI trabajan en secreto en la elaboración de un censo de mezquitas y oratorios, antes inexistente, para estudiar sus corrientes y determinar si en alguna de ellas se proclaman impunemente ideas en favor de la yihad. La cifra inicial de centros de culto islámico detectados se eleva a 600, más del doble de las 272 entidades religiosas musulmanas que aparecen en el registro del Ministerio de Justicia. Sólo una docena son monumentales. La mayoría se trata de oratorios en pisos y locales fuera del control de la Administración, y algunas desconocidas para la Comisión Islámica, el órgano de representación de los musulmanes que ha mostrado su firme rechazo al terrorismo yihadista. "El registro es voluntario y no están todas las que hay", señala Ana Planet, consejera de Justicia. Desde el ministerio se apunta que las no inscritas no tienen por qué ser clandestinas.
El Gobierno estudia crear un registro oficial de mezquitas para "controlar a los imanes de las pequeñas mezquitas", según palabras de José Antonio Alonso, ministro del Interior, pero Riay Tatary, secretario de la Comisión Islámica, advierte: "No hay que victimizar a las mezquitas pequeñas. Atienden la demanda de culto, enseñan árabe a los niños y les acercan a sus costumbres".
En España predomina la corriente salafista y wahabita, según aseguran los responsables de los estudios confidenciales que elaboran los servicios de inteligencia. "Alrededor de un 10% de las mezquitas que hemos detectado propaga ideas radicales", afirma un jefe de la lucha antiterrorista. Un porcentaje demasiado alto. Rohan Gunaratna, director del Instituto de Estudios Estratégicos de Singapur, advierte de los riesgos: "El nacimiento de estas mezquitas takfiris provocará la radicalización de más musulmanes".
¿Quiénes son los takfiris cuyas ideas inspiraron a los principales autores del 11-M? "Para los takfiris todo el mundo es malo menos ellos. Antes no asistían a las mezquitas y ahora están saliendo a la luz y crean las suyas. Se refugian en la imagen de ser corriente y no grupo. Informes de servicios amigos dicen que sus miembros son irrecuperables", señala un jefe de la Unidad Central de Inteligencia de la policía.
De la oscuridad a la luz
El secretismo es la seña de identidad de los miembros de esta secta, que para pasar inadvertidos pueden fumar, beber alcohol, mantener relaciones sexuales, comer durante el Ramadán, pasear un perro o vestir ropa occidental. "Son amables, educados y maestros del disfraz. Se infiltran sin despertar sospechas", dice un agente experto en terrorismo islamista. "Si entras en la secta, ya no sales", añade.
Para Mohamed Kamel Mustafá, el imán de la mezquita de Fuengirola, "son personas ignorantes poseídas por el odio. Trabajan en la oscuridad y no les gusta contactar con los imanes. Salen a la luz cuando hay mucha presión con ellos. No se puede negar que aquí hay salafistas radicales, pero no se mueven a ese nivel. Ése es el nivel más duro. Si no piensas como ellos, te conviertes en su enemigo". La policía, en cambio, estima que unos cincuenta salafistas presos en cárceles españolas son takfiris. Además de los presuntos autores del 11-M están los hombres de Mohamed Achraf, un argelino que pretendía volar la Audiencia Nacional.
Takfir Wal Hijra figura en la lista de grupos terroristas elaborada por la Unión Europea. Nació en Egipto en 1969 bajo la dirección de Shukri Ahmed Mustafá, un ingeniero agrícola para el que las sociedades musulmanas habían renegado del islam. Mustafá lanzó un anatema contra todos los musulmanes que no comulgaban con sus ideas y pidió a sus fieles que se refugiaran en un exilio interior y exterior. Fue ejecutado en 1978 tras haber sido acusado del asesinato de Mohamed al Dhahabi, ministro de Asuntos Religiosos. Entonces el grupo contaba con unos 5.000 miembros; entre ellos, los autores del asesinato, en 1981, del presidente egipcio Anuar el Sadat. El palestino Abulkader, de 55 años, imán de la mezquita granadina de La Paz, destaca que antes del 11-S casi nadie hablaba de ellos: "Después se empezó a rebobinar para ver si tenían algo que ver, y de ahí el temor a que resurjan".
Tatary, imán de la mezquita Abu Baker, de Madrid, los describe así: "Antes no hacían nada violento. Dejaban la ciudad, se iban al campo y luchaban contra la modernidad. Cortaban con todo. Nacieron como reacción a las torturas insoportables que sufrieron los Hermanos Musulmanes detenidos en las cárceles de Egipto. Si hay algo en España, viene de fuera y son casos individuales".
La ejecución de Shukri, el fundador del grupo, no impidió que sus ideas sigan vivas. Desde Egipto, los seguidores takfiris emigraron y extendieron sus raíces por otros países hasta el norte de África, donde encontraron el apoyo del Grupo Islámico Armado (GIA) que en los años noventa exportó sus ideas a Francia. Los Renseignements Généraux son el servicio de inteligencia europeo que mejor conoce a este grupo. Uno de sus responsables en París da un dato clave: "En toda Europa, su principal vivero de reclutamiento está en la delincuencia", una seña de identidad que aparece en la mayoría de los salafistas detenidos en España, más de 200 desde 2001. Takfir legitima la delincuencia si el objetivo es la yihad. "Son más comprometidos y decididos que los salafistas", precisa Gunaratna.
En 1995, tras los atentados del GIA en París, los takfiris estrecharon su relación con este grupo terrorista argelino, de cuya escisión nació el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate. En la reunión que Osama Bin Laden convocó en Peshawar (Pakistán) en 1998, el Takfir Wal Hijra se incorporó al Frente Islámico Mundial para la Yihad contra los Judíos y Cristianos. Tres años antes, Bin Laden había sufrido un atentado de un hombre que se sospecha era takfir. La secta mantenía entonces discrepancias con el saudí.
Meses antes del 11-S, en 2001, los takfiris criticaron a Bin Laden porque apoyaba a los talibanes que reclamaban el reconocimiento de la Organización de Naciones Unidas; para los takfiris, un organismo enemigo. El jefe de Al Qaeda pidió ayuda a Omar Mahmud Othman, Abu Qutada, el clérigo palestino, de 44 años, referente espiritual en Europa de los grupos salafistas. Desde su casa en Londres, el barbudo Qutada redactó una fetua en la que defendía a Bin Laden, a los talibanes y a la Hermandad Musulmana. Los takfiris la acataron. "Qutada y la mayoría de los dirigentes ideológicos y operativos de Al Qaeda en Europa son takfiris. Mohamed Atta también lo era", recuerda Gunaratna.
Mohannad Almallah, el sirio que grabó en vídeo al imán de la mezquita de la M-30, y su hermano Moutaz, los supuestos ideólogos del 11-M, se arrodillaban tras la túnica de Qutada. Con tanta veneración que éste llamó en agosto de 2002 a Moutaz para que dejara Madrid y se fuera a trabajar con él. El sirio, que no tenía trabajo conocido, se fue a Londres con su mujer y sus ocho hijos.
La historia de Moutaz parece calcada a la de Mustafá Setmarian, de 47 años, el sirio-español y hoy alto jefe de Al Qaeda detenido en Pakistán. Otro escudero del fanático Qutada que dirigió campos terroristas en Afganistán. Una sola frase de Qutada, hoy en libertad vigilada en Londres, define su pensamiento: "La condena de Dios sobre los no creyentes es matarlos". Los viernes, Moutaz frecuentaba la mezquita de Finsbury Park, una de las más radicales de Londres, donde los takfiris reparten folletos contra la literatura occidental. "Si los ves, no parecen fanáticos", dice un jefe de Scotland Yard.
Mohannad vivía del trapicheo y arreglaba lavadoras en un local de la calle de la Virgen del Coro, cerca del Centro Islámico de Madrid donde se levanta la mezquita M-30 del imán Moneir. "¿Se arreglan lavadoras aquí?", le preguntó una vecina a Mohannad y éste contestó: "Sí, pero no la traiga porque no han llegado los repuestos". "Aquello era una tapadera, un lugar donde se reunían para exaltar la yihad. Ponían canciones religiosas para que no se les oyera y hablaban de cometer atentados. La clave para encontrarse era 'vamos al río'. Las reuniones empezaron en 2002, durante el Ramadán. Si hablaban de Bin Laden, le llamaban el emir", ha revelado un testigo protegido. El egipcio Ayman al Zawahiri, jefe de los takfiris, era otro de sus ídolos, y también Abu Musab al Zarqawi, el líder de Al Qaeda en Irak. El local estuvo vigilado por la policía desde 2003.
Mohannad no podía pisar el Centro Islámico de Madrid ni la mezquita del imán egipcio al que grabó en vídeo tras el 11-M. "La dirección del centro ha prohibido tajantemente la entrada del señor Mohannad Almallah", decía desde el año 2000 un cartel colocado a la entrada del recinto. El sirio propinó una paliza a una mujer a las puertas de la mezquita. "La tiró al suelo y pisoteó delante de todos", asegura un testigo. La joven denunció la agresión en una comisaría. "Tiene un carácter variable y cambiante. No está bien de la cabeza", asegura una persona que convivió con él.
El sirio pidió permiso al imán para volver a entrar, pero Moneir se lo negó. Los guardias le descubrieron dentro y expulsaron del centro. "¿Qué haces aquí?", le preguntó el responsable de seguridad. "He venido a ver qué se necesita para el matrimonio", respondió Mohannad, que se acababa de separar de su primera mujer porque no le daba más hijos. "Vino aquí furioso y enfadado, pero no dijo que había pegado a una mujer", recuerda Tatary, imán de la otra gran mezquita madrileña.
Mohannad, al igual que otros protagonistas del 11-M, se alejó de las mezquitas, un comportamiento típico de los takfiris. Algo que también hicieron Sarhane Ben Abdeljamid, El Tunecino, uno de los siete terroristas que se suicidaron en Leganés, y Amer el Azizi, Othman al Andalusi, un marroquí recién llegado de los campos terroristas en Afganistán que en 2001 escapó disfrazado de mujer de una redada policial. Para su fuga utilizó el pasaporte de Mohannad. Azizi y Sarhane asistían a clases de recitación del Corán con el imán Moneir. El tunecino, de 36 años, "lloraba de emoción cuando leía. Parece increíble, pero Sarhane era un sentimental", dice una persona que le trató.
El imán de la M-30 observó la radicalización de los tres y pronto llegaron a sus oídos las críticas al centro: "No se puede rezar detrás de ese imán", decían a las puertas de la mezquita. Los discursos de Moneir contra Qutada, el referente espiritual de los Almallah, le convirtieron en enemigo.
Azizi, Sarhane y los Almallah eran adictos a Internet. El Tunecino, que estudiaba el doctorado en Económicas en la Universidad Autónoma de Madrid, iba con su portátil a cuestas y, cuando no estaban reunidos en el taller de lavadoras, se comunicaban por correo electrónico. "Sarhane quería ser el jefe de todo el que estuviera a su alrededor", ha declarado Mohannad tras ser detenido. No hablaban por sus móviles y, cuando llamaban desde cabinas, usaban lo que la CIA denomina los "códigos idiota", palabras en clave.
Tras el atentado de Casablanca, el 16 de mayo de 2003, el confidente Cartagena, un imán que confiaba a la policía datos sobre el grupo, informó de que los sirios y el resto pertenecían al club de los más duros, a los más locos entre los locos. "¿Dónde situarías a esta gente?", le preguntó un agente. Y respondió: "Por su carácter multinacional se podrían encuadrar en el movimiento Takfir Wal Hijra". "Los takfiris odian que en Marruecos existan bares, hoteles y mujeres vestidas al estilo occidental. Creo que tras el atentado de Casablanca están los takfiris", afirmó. El CNI investigaba entonces la mezquita Assalam en Melilla, donde un grupo de takfiris ayudó a varios autores de la matanza de Casablanca.
En el verano de 2003, el suicida Sarhane, hijo de un alto funcionario tunecino, se definía como takfir y sus compañeros le llamaban "el ángel blanco" por su disposición al "martirio". Uno de ellos era Rabei Osman, Mohamed El Egipcio, otro takfir, un tipo fantasioso de manos largas y afiladas que se cuida las uñas de forma obsesiva y viste pantalones arremangados en señal de orgullo. Fue detenido en Milán (Italia) tras arrogarse la organización del ataque.
Moutaz, presunto "motor intelectual" del grupo, volvió a Madrid por última vez en el verano de 2003 para entrevistarse con "el ángel blanco", que en aquellas fechas proclamaba su obsesión de castigar a España por el apoyo del Gobierno de José María Aznar a la guerra de Irak y legitimaba el tráfico de drogas para hacer la yihad.
¿Cuándo y quién decidió el 11-M? Según el escrito de acusación que redacta la fiscal Olga Sánchez, cuando el 18 de octubre de 2003 Bin Laden citó a España como objetivo por su apoyo a la guerra de Irak, "la decisión del 11-M ya estaba tomada". Al día siguiente, Youssef Belhadj, presunto dirigente del Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM), "la mano de obra del ataque", compró un móvil y escribió el 11 de marzo como fecha de su nacimiento. Se cree que fue este hombre, detenido en Bruselas y entregado a España, quien decidió cuándo sería el ataque, pero se ignora quién fijó el objetivo. Un terror indiscriminado, otra seña takfir. Los jefes del GIM en Europa, brazo de la red norteafricana de Al Qaeda, se habían reunido meses antes en Bélgica.
Para la fiscalía, el inicio del ataque lo marcó la reunión en Estambul (Turquía), en febrero de 2002, de los grupos yihadistas tunecinos, libios y marroquíes en la que se acordó que los "buenos musulmanes" hagan la yihad en los países donde residen. Tras ese encuentro se produjeron los ataques en Yerba (Túnez, 2002), Casablanca (Marruecos, 2003) y Madrid (en 2004).
Dos meses después del 11-M, Mohannad Almallah, que niega cualquier implicación en el ataque, se afilió al PSOE, otra táctica de camuflaje. Se había separado de su segunda mujer tangerina, a la que maltrataba, y quería pasar inadvertido. En aquellas fechas, el sirio Imad Eddin Barakat, Abu Dahdah, el jefe de Al Qaeda condenado a 27 años de prisión y amigo de Moutaz, comentó sobre el 11-M a los funcionarios de la cárcel: "Ha sido la secta Takfir Wal Hijra. Matan a mujeres y niños".
El marroquí Jamal Zougam, de 32 años, uno de los presuntos autores de la masacre, bebía alcohol, fumaba, vestía vaqueros y cortejaba a las chicas de Lavapiés. Tras su detención parece haber cambiado. "Se ha vuelto un místico y no para de rezar", afirma una fuente judicial. Lo hace de rodillas en su celda, de pie en las ruedas de reconocimiento y sentado, entre pregunta y pregunta, ante el juez Juan del Olmo y la fiscal Sánchez. "Los takfiris y gente que como Zougam no parecía radical siguen aquí, entre nosotros", dice convencido un musulmán ceutí.
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