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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Concilio traicionado?

El Concilio Vaticano II fue el mayor acontecimiento de la Iglesia católica del siglo XX. Sin él, la Iglesia de Roma sería hoy peor. Convocado por el anciano Juan XXIII con la finalidad de acercar Iglesia y sociedad laica y abrir un diálogo con el ateísmo de la época, la curia romana intentó convertirlo en un foro de condenas de desviaciones doctrinales y de fortalecimiento de la disciplina religiosa. Juan XXIII zanjó aquella tentación conservadora pidiendo que se abrieran de par en par las ventanas de la Iglesia para dejar entrar aire nuevo. A salvar el concilio, continuado por Pablo VI, contribuyeron no poco jóvenes teólogos progresistas.

Hay quien sostiene ahora que aquella asamblea que abrió el camino al ecumenismo acabó siendo traicionada; que los conservadores fueron poco a poco vaciándola de su fuerza. El fallecido Juan Pablo II, uno de los que quedaron en minoría, acabaría introduciendo en algunas de sus encíclicas documentos de corte conservador. Con él, uno de los personajes que contribuyeron a poner incluso en tela de juicio la oportunidad del concilio fue el entonces teólogo alemán Joseph Ratzinger y hoy papa Benedicto XVI, que mantuvo enseguida posturas abiertamente contrarias a muchas de las proposiciones aprobadas.

Ratzinger es la autoridad suprema de la Iglesia católica. Sus actitudes van en una dirección bien diferente a lo que fue el espíritu conciliar. La Iglesia vuelve a estar en crisis y alejada de los verdaderos problemas de la sociedad moderna. Europa se descristianiza a ojos vistas; América Latina se vuelca en las iglesias evangélicas de origen protestante y la curia romana sigue manteniendo las riendas de la ortodoxia. Pero, como todos los movimientos revolucionarios, el Vaticano II ha dejado huellas profundas que la Iglesia ya no podrá borrar.

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