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Columna
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1614

José Luis Ferris

Prometí hace unas semanas que antes de acabar el año, es decir, antes de que entre en vigor la Ley Antitabaco y de que el Vaticano aplique su nueva normativa sobre la homosexualidad en los seminarios católicos, les volvería a hablar de El Quijote. Perdonen mi insistencia, pero conviene recordar que cuando Cervantes escribe las aventuras del ingenioso hidalgo, tal y como se publicaron en 1605, éste era un escritor discreto, sin fama y sin gloria. Pese a ello, concibe su obra con una mirada limpia, sin resentimientos ni amarguras, y sin ánimo de complicarse la existencia con valoraciones políticas acerca del tiempo que le tocó vivir. Ello justifica la ausencia de referencias a acontecimientos cercanos a la acción de la novela. Sólo sabemos, por la primera frase del libro, que los hechos que se relatan sucedieron "no ha mucho tiempo" de cuando fueron escritos, es decir, durante el reinado de Felipe III. Era, pues, una obra de humor destinada a parodiar los libros de caballerías en la que un hidalgo enloquecido sale dos veces de su aldea en demanda de aventuras y regresa enjaulado en un carro de bueyes. Tuvieron que pasar diez años para que Cervantes, convertido ya en un prosista afamado e intuyendo quizá su final (murió pocos meses después) se animara a escribir la segunda parte de El Quijote. La acción se inicia entonces sólo un mes después de donde fue interrumpida una década atrás; sin embargo, ni el autor era ya el mismo ni el propósito de la obra respondía a sus primitivas razones. Cervantes es ahora un hombre sin miedo, seguro y dispuesto a dar testimonio de una España que se resquebraja, de ahí su denuncia, entre otras, de la expulsión de los moriscos y de sus graves consecuencias, hecho que tuvo lugar entre 1609 y 1614. Si convenimos que las aventuras de Alonso Quijano se libran en el transcurso de un mismo año, no es de extrañar que estemos hablando de 1614, fecha en la que Sancho rubrica la carta que envía a su esposa desde Aragón un 20 de julio. La lectura final es que Cervantes gobernaba en su libro y en su ficción y que pudo permitirse el placer de publicar en 1605 una historia que iba a transcurrir, por imperativos históricos, nueve años después.

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