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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Leopoldo de Luis, in memoriam

El tópico del erial, referido a la pobreza cultural española de los años cuarenta y cincuenta, es uno de los más consolidados de nuestra historiografía, a pesar de que no faltan trabajos que lo han revisado y cuestionado. Pero cualquier reivindicación de la literatura y el arte en esos años de hierro choca con los esplendores de los tiempos de la dictadura de Primo de Rivera y de la República. Comparada con ellos, la cultura de la postguerra había, por fuerza, de parecer cosa baladí a los que hicieron recaer las miserias del franquismo en quienes, con él o contra él, trataron inútilmente de suturar la brecha abierta por la guerra de 1936. Leopoldo de Luis, muerto el 20 de noviembre de 2005, fue uno de los que contribuyeron más intensamente a que esta sima no fuera aún más honda.

Nacido en Córdoba en 1918 y colaborador de las revistas más importantes de su tiempo (Ínsula, Cántico, Espadaña, Papeles de Son Armadans, Revista de Occidente...), a él se debe, en muy buena medida, la recuperación editorial de Miguel Hernández, muerto en la cárcel en 1942. Él fue, así mismo, el compilador de la poesía social de su época en una antología de 1965, cuando ya la literatura engagée comenzaba a ser vista como cosa del pasado en un país cuya apuesta desarrollista le llevaba a desentenderse del ayer inmediato y optar por una literatura más formalista.

Su Poesía social, reeditada numerosas veces, sufrió las arremetidas de quienes condenaban esa literatura por su mediocridad estética y su dudosa eficacia revolucionaria.

Para De Luis, poesía social es aquella que, desde una perspectiva antiidealista, sublima sentimientos colectivos latentes en un marco histórico caracterizado por la opresión política y la explotación económica. El hecho de que muchos autores no consiguieran armonizar los nobles propósitos con la calidad artística comportó su decadencia ante las poéticas pujantes del sesentayochismo, y su absorción por la canción protesta, menos mediatizada por la tradición literaria.

Pero Leopoldo de Luis fue, antes que antólogo, ensayista o editor literario, un poeta. Poeta social, sí, pues algunos de sus más de 30 libros se caracterizan por la historicidad, el realismo y la participación épica o narrativa.

No pueden, sin embargo, ignorarse otras notas de tema y de entonación, como el existencialismo, ni su maestría formal, absolutamente incompatible con la "poesía de la berza", como llamaban a la poesía social con manifiesto reduccionismo sus impugnadores. Su pesimismo de raíz temporalista se relaciona con la ideación filosófica del absurdo, pero no incurre en los espasmos expresionistas ni en las exasperaciones desaforadas a que llegaron los malos imitadores de Blas de Otero: léanse, para comprobarlo, libros como Los imposibles pájaros (1949), Teatro real (1957) o Juego limpio (1961).

De su generosidad dan cuenta los medallones sobre diversos poetas contemporáneos que reunió en Aquí se está llamando (1992).

Su dominio de la fluencia rítmica le condujo, en títulos de vejez como Generación del 98 (2000), a excelentes figuraciones visionarias, sin que ello lo alejara definitivamente de los ejercicios de depurada maestría clásica, que, todavía en 2003, fructificaron en los sonetos de Cuaderno de San Bernardo, cuyas conmovedoras consideraciones sobre la soledad y sobre la propia muerte no empañan la justeza de su dicción.

En esta ocasión, la desaparición del poeta no ha pillado a la cultura española con el pie cambiado. En 2003, año de publicación de su Obra poética (1946 2003), De Luis fue galardonado con el Premio Nacional de las Letras Españolas. Al menos, el sentimiento por su muerte no va acompañado de la vergüenza ajena por el desdén institucional, tan desgraciadamente frecuente en estos pagos.

Ángel L. Prieto de Paula es profesor de literatura en la Universidad de Alicante y crítico literario.

Leopoldo de Luis.
Leopoldo de Luis.MIGUEL GENER

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