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Reportaje:

Tantos 'quijotes'

El libro de Anthony J. Close se cuenta entre la media docena corta de títulos que bastan para nutrir una completa biblioteca quijotesca. Es, sin más, un clásico, cuya existencia bastaría para expiar tantos y tantos pecados del cervantismo; y, al margen del cervantismo, es un buen libro, un libro espléndido como tal, bien pensado y bien escrito, más serio que un palo y, sin embargo, lleno de estupendos understatements cantabrigenses.

El contenido y las grandes líneas de desarrollo quedan claros desde la primera página: "Dentro de las interpretaciones modernas del Quijote" -resume el autor-, "hay una tradición dominante de pensamiento que se deriva, por línea recta de descendencia, del romanticismo alemán". Los rasgos fundamentales de la "concepción romántica" son la idealización de don Quijote, hasta convertirlo en un personaje esencialmente positivo, digno de admiración y respeto, no de burla, y la atenuación del carácter cómico de la novela, para entenderla como un símbolo de las relaciones entre el individuo y la realidad, o de España y los españoles, amoldándola a las ideologías de la Edad Contemporánea.

El éxito viene de la fascinación por la singular humanidad del protagonista y su escudero
¿Es plausible que el Quijote naciera como "invectiva contra los libros de caballerías"?
El Quijote es, por lo menos, un libro castellano, una institución hispánica y un mito universal

Comedia y tragedia

Close parte de la prehistoria, es decir, del periodo prerromántico, y hace suya la lectura del Quijote que prevaleció en los siglos XVII y XVIII y que básicamente, no lo dudemos, coincide con la teoría y responde a la práctica del propio Cervantes: el Quijote es una obra destinada a provocar la risa, en especial a través de la parodia y la sátira de los libros de caballerías, y está perfectamente de acuerdo con la doctrina (neo)clásica de los géneros, en cuyo marco se clasifica como poema épico en prosa, de índole cómico-burlesca.

Con esa lectura vienen a romper los románticos alemanes. Nuestro estudioso les dedica un apartado que puede antojársenos demasiado breve para el partido que después se le saca, pero es que realmente hay poco que decir. El título original de su libro (1978) hablaba de un Romantic approach; la traducción española lo trueca en "concepción". En ambas versiones, el sustantivo es válido, porque se trata menos de una interpretación, que debería caminar de dentro afuera, que de un approach o concepción, que va de fuera adentro, que arranca de supuestos extraños al texto, en vez de salir de él. Si uno se da el gusto de leer las cuatro paginitas oportunas de Schelling, y que son en verdad excelentes, comprobará que consisten en proyectar sobre el Quijote por las buenas, sin mayor análisis, toda la anterior doctrina de la Filosofía del arte en torno a los géneros literarios. Sin embargo, ahí, en una frase, está el enfoque que más tercamente ha determinado la comprensión del Quijote durante más de doscientos años, convertida en la explicación estándar que en principio acompaña siempre a quien se pone a leerlo: el tema de la obra es "la lucha de lo real con lo ideal". El proceder de Schelling, los dos Schlegel, Jean Paul...

consiste en presentar el Quijote como supremo exponente de unas convicciones previas, las definitorias de todo el fenómeno romántico, y por ende conceder al protagonista una grandeza trágica y verlo como personificación del presunto espíritu de una presunta nación española.

Una conceptualización exhaustiva

Como San Agustín la ciudad de Dios y la ciudad de los hombres, como Schelling lo real y lo ideal, Close va contraponiendo, a lo largo de la fortuna crítica del Quijote, esas dos lecturas, la prerromántica y la romántica, la que se mantiene en las coordenadas de Cervantes y del Antiguo Régimen y la que se acomoda a las de otras épocas. La primera se le aparece como justa, y sin duda acierta (entiéndase: concuerdo con buena parte de cuanto dice al respecto). Otra cosa es que sea la única justa, que no corra el peligro de resultar a su vez acomodaticia y que todas las posteriores puedan etiquetarse como románticas.

De Mayans a Bajtín, de la Ilustración a las vísperas (sólo las vísperas) de la posmodernidad, Close revisa con tal falsilla las principales opiniones que ha suscitado el Quijote, sobre todo las que se dejan situar en la órbita del romanticismo. No es su libro un repertorio de extractos y anécdotas, como las imprescindibles monografías de J. J. Bertrand o Maurice Bardon. Por el contrario, su mayor don es la capacidad de conceptualización, de abstraer el sentido y los planteamientos intelectuales, a menudo implícitos, que subyacen a las varias interpretaciones de la novela. Por ello mismo, sería impertinente abreviar aquí el catálogo de los cervantistas, escritores y críticos cuyas aportaciones repasa, y más vale anotar que el tratamiento de la materia puede juzgarse exhaustivo. Cree uno echar en falta tal cita o tal autor (Pierre Perrault, por caso), y cuando mira bien advierte que, cierto, no se nombra al autor ni se da la cita de marras, pero la sustancia está, quizá subsumida en una impecable generalización, pongamos, sobre "quienes han considerado que don Quijote representaba la viva encarnación de una actitud existencial: la imaginativa".

La estrategia de Close es sistemática. La exposición de cada exégesis o línea de exégesis quijotesca se trenza regularmente con otros dos hilos: por un lado, los elementos que la enlazan con la romántica y, por otro, los datos que la enfrentan con la prerromántica. Es admirable la inteligencia con que el profesor de Cambridge relaciona, por ejemplo, la ironía de Friedrich von Schlegel y el perspectivismo de Leo Spitzer, o apunta la continuidad de don Américo Castro con el esoterismo progresista de Benjumea, y a la vez va desplegando y matizando su propia visión del Quijote como ficción jocosa y sátira literaria. Tiene Close un extraordinario tino para recoger las observaciones más sugestivas de sus predecesores, encajen o no en las posturas que ellos respaldan o que respalda él. La suma de todas esas perspectivas, finamente cernidas, hace justicia a la inmensa riqueza del Quijote.

¿Una invectiva?

Frente a The romantic approach de 1978, La concepción romántica de 2005 abrevia la defensa del Quijote como "novela burlesca", tesis que Close tilda ahora de "demasiado simplista". No cabe sino aprobarlo. Porque la debilidad mayor de esa tesis no es tanto que no se haga cargo del origen y el sentido primigenio de la obra como que no dé cuenta de su permanencia. El gran interrogante del Quijote es por qué ha sobrevivido hasta un cuarto centenario (y a pesar, cuando menos, del tercero).

El Quijote es declaradamente "una invectiva contra los libros de caballerías", destinada a "poner en aborrecimiento de los hombres" sus "fingidas y disparatadas historias". Así lo dice Cervantes de las primeras a las últimas páginas, y debemos tomarlo como el Evangelio. Pero ese propósito censorio ¿de veras determina los contenidos del Quijote que tantos años lo han mantenido vivo y apetitoso para infinidad de lectores? Obviamente, no. Para disfrutarlo no hace falta saber nada sobre los libros de caballerías, o, digamos mejor, nada que Cervantes no nos apunte. El único Amadís y el único Palmerín que importan son los explícitamente presentados, asumidos y recreados en la novela como revés de su propia trama. En cualquier caso, según se ha argüido con frecuencia (y demasiado a menudo para torcer el argumento hacia glosas insensatas), si tal intención conformara la obra no digo ya exclusivamente, sino en una dimensión tan amplia como a veces se ha creído, el Quijote no habría interesado más que a un puñado de curiosos de antaño y, desde luego, en nuestro tiempo carecería de atractivo.

¿Es plausible que el Quijote naciera en la mente del autor como "invectiva contra los libros de caballerías"? Más razonable parece entender que la novela "se engendró" cuando Cervantes, "en una cárcel", entrevió las características esenciales del protagonista, un hidalgo trastornado por la lectura de las fábulas caballerescas y dispuesto a remedarlas en la España de Felipe II, y no porque el escritor se propusiera en primer término desacreditarlas y a tal fin forjara luego el personaje de don Quijote. No es ésa pura corazonada. Al principio de la novela, tras la aventura de los mercaderes, don Quijote se olvida de los libros de caballerías y pasa a identificarse con los héroes del romancero (I, V), como más tarde pensará en volverse pastor de bucólica (II, LXVII). Tan poco firme era la "invectiva" en la fase inicial de la obra y tan maleable aún al final.

Unos personajes fascinantes

Incluso esas rudimentarias acotaciones bastarán aquí para recordar que una explicación genuina del Quijote, es decir, una explicación auténtica y autorizada del texto en su contexto de época, la explicación del filólogo y el historiador, es insuficiente, y en tal sentido es falsa, si no esclarece también las lecturas no genuinas que de hecho ha tenido. Por ahí, la pars destruens y la pars construens de Close son igualmente preciosas. Sansón Carrasco insistía en que la obra "es tan clara, que no hay cosa que dificultar en ella", nada que no se comprenda enseguida (II, III). El dictamen del bachiller parece convincente: si la novela de Cervantes ha sido "tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes", será porque es muy transparente y muy sencilla. Si además se le atribuye "tan grande poder de alusiones simbólicas a la vida" como quería Ortega, si da pie a interpretaciones de altísimos vuelos, algún motivo habrá dentro del libro.

El éxito inigualado del Quijote viene de la fascinación que desde siempre ha ejercido la singular humanidad del protagonista y de su escudero. Ninguno de los dos se hizo de un plumazo, sino por la paulatina incorporación de perfiles nuevos, de componentes que suponen menos una evolución que una metamorfosis, hasta el punto de que, pese a la persistencia de unos datos primordiales, ni don Quijote ni Sancho son los mismos en la primera y en la segunda parte. En un texto que se permite tamañas variaciones, en el que todos los personajes van descubriendo tantas caras, acaso contradictorias, todas las situaciones, tantos aspectos, y en el que se conjugan tantos factores diversos (también con ello el Quijote inaugura la novela como género de géneros), se comprende que cada lector privilegie unos rasgos en detrimento de otros. Pero el común denominador del gusto que todos sienten es esa irresistible fascinación por don Quijote y Sancho, por unos individuos tan extraordinarios y a la par tan soberanamente naturales, tan elementales y a la par con tantos recovecos sabrosos. La tensión entre la simplicidad del esquema básico y la complejidad del deleite que produce la lectura es una de las razones de la excelencia del Quijote y de las cambiantes interpretaciones que se le han dado.

Del libro al mito

Decía Garcilaso que hay libros "que matan hombres". Un libro no tiene por qué ser sólo un texto literario y el Quijote es, por lo menos, un libro castellano, una institución hispánica y un mito universal. (Ya Schelling sostenía que el genio de Cervantes radicaba en haber imaginado "verdaderos mitos"). Del Quijote circuló desde el mismo 1605 una síntesis de personajes y situaciones, una imagen paralela, incluso gráfica y plástica, que en sustancia no era incorrecta y a la que pronto fueron anejas diferentes significaciones. El libro se desdobló en institución y en mito, y hoy no podemos echar cuentas sólo con él, no podemos leerlo como si hubiera permanecido inédito o arrinconado desde 1605. La dimensión institucional y la mítica le aseguran una atención distinta a la que prestamos a cualquier otro libro y nos fuerzan a formularle preguntas que tradicionalmente lo han acompañado: preguntas que el autor quizá ni siquiera soñaba, pero de las que esperamos respuesta.

Puntualmente registra Close, por ejemplo, que durante tres siglos se ha debatido "si Cervantes se burlaba de la 'caballería' o del 'ideal caballeresco' considerados como modos de conducta históricos. Pero la pregunta es irrelevante", -replica- "porque uno de los puntos de partida de la sátira cervantina es que la rama de ficción que causa la demencia de don Quijote no tiene nada que ver ni con la historia ni con la vida real". No llego a asentir sin reservas. No obstante, si por vía dialéctica concedemos a Close toda la razón, se vuelve aún más acuciante la cuestión de por qué desde el mismo Seiscientos muchos y agudos lectores entendieron que sí, que el Quijote, para bien o para mal, comportaba una sátira de la mentalidad caballeresca de la nobleza española.

En 1605, los libros de caballerías estaban editorialmente muertos y Cervantes muestra bien ser un "poetón ya viejo", de otra generación, al elegir un blanco tan inactual. Pero los ecos de la fantasía caballeresca, literarios o no, todavía se dejaban oír de muchas maneras y tenían abundantes implicaciones en la realidad. Lo quisiera o no el autor, la ficción se podía y se puede leer con ese trasfondo, tocaba y sigue tocando materias sobre las cuales Cervantes estaba lejos de tener y decir la última palabra. El Quijote dice muchas cosas, pero hay muchas más que no niega, e infinitas que sugiere. Que sea una "invectiva contra los libros de caballerías" no significa que se haya apreciado porque lo es. Que haya podido ser entendido tan de otros modos que como Cervantes lo entendiera es un dato del propio Quijote.

La concepción romántica del 'Quijote'. Anthony J. Close. Traducción de Gonzalo G. Djembé. Crítica. Barcelona, 2005. 352 páginas. 25,90 euros.

'Don Quijote y Sancho Panza', óleo sobre tela de Honoré Daumier, del Museo Hammer de Los Ángeles.
'Don Quijote y Sancho Panza', óleo sobre tela de Honoré Daumier, del Museo Hammer de Los Ángeles.

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