Europeo, humanista, cosmopolita
Stefan Zweig brinda a través de dos libros una lección del arte de narrar y una reflexión sobre la manera en que la cultura hace mejores a las personas. Su biografía sobre Erasmo de Rotterdam parte de la admiración que éste tuvo tanto por el hombre como por su labor intelectual. Noche fantástica reúne certeros relatos acerca de la expresión de sentimientos.
El escritor austriaco Stefan Zweig (1881-1942) consideró al humanista Erasmo de Rotterdam (1467- 1536) un modelo intelectual y personal. De él admiraba su mesura, tolerancia y benevolencia naturales, su amor a los libros y la escritura; aunque se sentía ajeno a él en otras cosas -Erasmo era poco sensible a la música y a las bellas artes-, pensaba que el espíritu que animó las reflexiones de aquel ilustrado precoz debía erigirse en símbolo y luz de Europa. Los ideales que el gran humanista ya había propugnado a comienzos del siglo XVI -cultura, sabiduría, razón, lucha contra el oscurantismo y el fanatismo religioso y político- debían ser los propios de un continente cuyo futuro habría de contemplar la unión de todos sus Estados y naciones.
El buen europeo que fue Zweig, un hombre civilizado, culto, libre y cosmopolita, hijo agraciado de la mejor tradición del "mundo de ayer" anterior a la I Guerra Mundial, veía en las ideas difundidas por Erasmo y el "erasmismo" el código ético, el cuaderno de bitácora que debía servir de proyecto a una Europa unida por ideales comunes que insuflaran vida a un verdadero "todo" supranacional y supralingüístico.
Igual que el pacífico y tranquilo Erasmo en la convulsa época que le tocó vivir, también el pacífico y tranquilo Zweig temía el fanatismo, la cerrazón nacionalista, las escisiones culturales y el racismo, el belicismo y la violencia política, tan comunes en la Europa de entreguerras. Como el pensador de Rotterdam, también el escritor vienés creyó socráticamente que la ilustración, el contacto con el arte y la sabiduría, la "Cultura" en definitiva, tenían que hacer mejores a los seres humanos. Su temperamento, afín asimismo al de otro gran sabio humano y mesurado como Montaigne, jamás se identificó con el furibundo y revolucionario Lutero: a Zweig no le iban esos exabruptos exaltados de odio aunque fueran en nombre de la "Verdad" y la "Justicia", sino más bien la serenidad y armonía que deben acompañar a todo saber profundo.
Hoy sabemos que tanto Erasmo como Zweig se equivocaron en sus anhelos idealistas. Ambos se dieron de narices contra esa obtusa realidad que enseña que aun siendo cierto que el saber nos vuelve más tolerantes y nos hace mejores para con nosotros mismos y los otros, una gran parte de la humanidad se le resiste y prefiere vivir en la ignorancia, secundar los dictados de la estulticia de moda o seguir los que le impone el poder de turno; hombres extasiados e imbuidos de odio, excluyen de su alma a quienes no hablan su lengua o a cuantos no piensan igual que ellos y prefieren antes el voceo de consignas en masa que la reflexión individual.
Fue el triunfo de Hitler en Alemania, en 1933, lo que impulsó a Zweig a iniciar su biografía de Erasmo -que también puede ser considerada una especie de autobiografía intelectual-. Entonces era ya un hecho consumado que una inmensa masa de europeos había tomado partido por la sinrazón. El escritor retrataba en su Erasmo a un álter ego, y con la historia de su vida y desvelos presentaba una defensa desesperada del ideal clásico de humanidad en una Europa ciega e inhumana. Como unos años más tarde haría en su magnífico libro Castellio contra Calvino (Acantilado) -asimismo de imprescindible lectura-, en la biografía de Erasmo Zweig destacaba principalmente la tenaz aunque callada lucha del hombre mesurado, del homo pro se o individuo completo, verdaderamente civilizado y culto, contra el poder implacable del totalitarismo y el fanatismo, contra el poder de los hombres-masa. Que el retrato de Lutero no salga bien parado históricamente y que incluso pueda identificarse vagamente con la encarnación del fanatismo nacionalsocialista, como sucede también con el repugnante retrato de Calvino, parecido a Hitler en su locura totalitaria, era una mera licencia poética del autor, que necesitaba personificar la ofuscación rayana en locura de manera comprensible para un público amplio que fácilmente pudiera extrapolar las figuras históricas al presente. El Zweig biógrafo era, antes que un erudito historiador, un genio singular de la alta divulgación histórica, y sus personajes medio inventados se tornaban más creíbles que los verdaderos.
Por otra parte, el Zweig narra
dor fue uno de los autores más leídos de la Europa de entreguerras y el que mejor supo reflejar los anhelos y los miedos de sus contemporáneos. Noche fantástica, este nuevo volumen de relatos breves, procedentes de diversas épocas de su vida (desde el año 1900, e incluso un relato póstumo), es un magnífico complemento a otros volúmenes publicados también en Acantilado: Amok, Ardiente secreto o Novela de ajedrez. Este digno sucesor de Chéjov y Balzac, aun a pesar de la desigualdad de algunas de sus narraciones, se muestra siempre certero en la expresión de los sentimientos y en el retrato psicológico de sus personajes, pero, sobre todo, en el arte de no dejar jamás indiferente al lector.
Erasmo de Rotterdam. Stefan Zweig. Traducción de Rosa S. Carbó. Paidós. Barcelona, 2005. 212 páginas. 14 euros. Noche fantástica. Stefan Zweig. Traducción de Roberto. Bravo de la Varga. Acantilado. Barcelona, 2005. 284 páginas, 18 euros.
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