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El que no corre huye | CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Columna
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Caca

1974, mundial de fútbol en República ¿Democrática? Alemana. Ralf Edström, jugador sueco, marca un gol importante. Y además de ese gol, marca también una nueva tendencia para celebrar goles. Ralf no emprendió una carrera salvaje a lo largo del terreno de juego, como se estilaba entonces, porque los futbolistas de antes iban sobradísimos de fuerza, no como los de ahora, que son más guays pero que no corren ni para huir. Ralf se paró en seco, después de ese alegre trotecillo provocado por la inercia del chut, se paró como un árbol enraizado en el césped, levantó un puño al aire, tipo black power, y allí se quedó, y los compañeros hicieron piña en torno a él y bla, bla, bla...

A partir de entonces, todos los niños suecos, cuando marcaban un gol, imitaban a nuestro héroe y se quedaban quietos, con su puñito apuntando al cielo, tiesos como una vela de barco, y los otros hacían piña en torno a ellos y bla, bla, bla... Todo era felicidad. Hasta que unos quince años después, el amigo Ralf confesó en una entrevista que si se quedó clavado en el suelo, y no corrió, no fue ni más ni menos que porque se estaba cagando. Y que si se movía se iba por la patilla para abajo. Así de prosaica es la vida. Imagínate, todos esos niños rubios, ya con veinti o treinta y tantos añitos, diciéndole a sus mujeres y a sus hijos que miren y que se sienten, que este tío era un fenómeno que ya veréis, y, con sus sonrisas expectantes, ir dándose cuenta de que lo que han estado copiando era una postura provocada por una simple diarrea. Los patios de los colegios llenos de monumentos a la colitis. Años y años y años de homenaje al apretón. Y la mujer y los niños partiéndose de risa y el pobre sueco, muertecito de la vergüenza, pensando para qué os habré llamao.

Los patios de los colegios llenos de monumentos a la colitis. Años y años y años de homenaje al apretón

Es curioso que siempre nos de risa o vergüenza el tema de la caca. Además, siendo una palabra que desde los cero a los cuatro años nos repiten sin parar. No hay más que pegar la oreja a un grupo de gente con niños que ya andan y se oye "caca" exactamente cada trece segundos. En cambio, no parece tan incómodo si obsevamos la naturalidad de las madres a la hora de mostrar interés por las heces: ¿Has hecho? ¿No has hecho? ¿Sigues suelto? ¡Pues el mío lleva sin ir cuatro días! O esa soltura al echar mano del tránsito intestinal para todo, como cuando teníamos un dolor y nos decían que no nos preocupáramos, que eso son gases. Hasta cuando te dolía el corazón eran gases. ¡Qué prosaica la vida! El interés de las madres por la caca (sin llegar a lo de Léolo) sólo es comparable al de los dueños de perros, pero éstos es más por tener que recogerlo que por amor maternal ni nada de eso. De hecho, si fuera amor maternal lo de los dueños de perros, se tomarían la molestia de hacer como las madres con los hijos, y enseñarían a sus mascotas a hacer sus cositas en el váter, como toda la familia. Aunque no tiraran de la cadena.

Refresco del día: si tiene usted la suerte de tener un amigo influyente, pero influyente a nivel sideral, hay que conseguir que establezca una justicia verdaderamente infinita. Se trata de crear un dispositivo que, en el momento en que alguien pisa una caca de perro, automáticamente le caiga un rayo al dueño del perro. Un rayo flojo, tampoco se trata de matar a nadie porque si no no se acordaría después y dejaría a su perro sin nadie que le recogiera la caca. Un calambrazo guapo vale.

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