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Pantallas planas | GENTE
Columna
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Agag es la estrella del verano

Los paparazzi, como su nombre indica, se inventaron en Italia, en Via Veneto, y durante mucho tiempo fueron como los estorninos, aves del atardecer de vuelo masivo y urbano, concretamente romano, capaces de ligar con Anita Ekberg en la Fontana de Trevi. Incluso llegaron a parecerse a Marcello Mastroiani a bordo de un descapotable seguido en vespa por el chico del flash, su ayudante en la tarea de despellejar a los dioses del Olimpo de Cinecittà y Hollywood, los únicos famosos que contaban por entonces.

La mutación de los paparazzi ocurrió cuando los famosos de Via Veneto, hartos de recorrerla de arriba abajo en plan I vitelloni, decidieron huir a las playas finas. Entonces dejaron a Marcello en la Redacción, jubilaron el flash, se dotaron de potentes teleobjetivos y se apostaron en las dunas que dominaban las villas de las víctimas. Durante años, los estorninos siguieron disparando contra las mismas estrellas del celuloide, con ligeras variantes en el arte de los cotilleos, que allí se llaman pettegolezze, hasta que una tarde, hace medio siglo, llegaron la televisión, el biquini y los adulterios, esas tres costumbres de masas de la era del consumo pop. Y por mucho tiempo, los maestros fundadores hicieron el agosto combinando tetas de la tele, cuernos de la RAI y Mediaset y biquinis fondones de las antiguas divas de Cinecittà, aquí Cifesa y Cesáreo González.

Todos los 'paparazzi' andan a la caza y captura de una foto con teleobjetivo del Yerno en 'meyba' de cuadritos

La tercera parte de esta historia de los paparazzi se puede contar así: hartos de los mismos famosos, agotado el filón de las dos pantallas míticas, los estorninos italianos decidieron cambiar el objetivo de sus potentes teleobjetivos. Y entonces, otro día de los noventa, centraron sus enfoques de alta precisión hacia las villas, las discotecas y las playas privadas de los millonarios. Y las nuevas estrellas de la industria del cotilleo empezaron a ser los banqueros, los intermediarios financieros, los especuladores de la Bolsa, los fabricantes de opas, los escaladores de empresas, los nuevos ricos de esa globalización, también llamada new economy, que no sólo no produce puestos de trabajo, sino que, al no fabricar riqueza ni nada tangible (excepto millones para el bolsillo), desestabilizan un huevo político.

Pues bien, la estrella indiscutible de los paparazzi de este ferragosto italiano es un españolito con gafas, radicalmente católico y conectado en Red, pinta inequívoca de master empollón y se titula Agag, nombre impronunciable desde la otra península. Nuestro Agag, el yerno del Aznar y la Botella, antiguo secretario del PP y el hombre destinado a amasar en Italia la futura fortuna de los Aznarín por sus íntimas conexiones con Berlusconi, Pierferdinando (Casini, el cantado tapado de Sua Emittenza), el Flavio Briatore de mi paisano Fernando Alonso (mucho ojo, Nano) y dueño de la discoteca El Billonario, donde los han pillado la otra noche, y un tal Stefano Rucci, su socio en el escándalo italiano de este verano: escalar la empresa Rcs (la dueña del Corriere de la Sera y, por el mismo precio, El Mundo); un hombre de paja, gordo y misteriosamente billonario de Berlusconi.

Ustedes se preguntarán qué pinto yo aquí, hablando de las pettegolezze en general y de esa emergente estrella nacional del ferragosto italiano, cuando estoy condenado a pantalla perpetua. Pero a mí nadie me dijo en la dirección de este periódico que en agosto debería cerrar los ojos ante las pantallas italianas de tele que llegan a mi cuarto de estar vía satélite, ni ignorar dos periódicos digitales (La Repubblica y el Corriere) a los que también estoy abonado vía Internet. Y como desde mi encierro norteño con las pantallas planas veo y leo lo que veo y leo en dos de ellas, las que me conectan on-line con los siempre atentos estorninos del Mediterráneo, se lo cuento inmediatamente; dejando para nuestro corresponsal allí, el estupendo Enric González, los detalles sobre el turbio asunto que acalora el agosto italiano.

Repito lo mismo que estoy contemplando ahora mismo en las dos pantallas de la península gemela: Agag es la estrella. Y todos los paparazzi italianos, los padres del género, andan a la caza y captura de una foto con teleobjetivo del Yerno en meyba de cuadritos y por una playa vecina a las de Berlusconi. Y la razón de esta italopasión por Agag, todo un culebrón, es que lo han pillado in fraganti conspirando por el móvil (hombre de Dios) sobre cómo escalar y controlar con malas artes el muy centrista Corriere y, de paso, El Mundo, al que ya creíamos controlado sin necesidad del Yerno ni cambio de propiedad.

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