_
_
_
_
Filmoteca de verano | GENTE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tomates asesinos y gazpacho

Toda filmoteca que se precie debe programar una película mala. No basta que sea mala a secas, sino que, dentro del ámbito de lo malo, debe destacar por su excelencia. Así consiguió Ed Wood pasar a la historia: siendo el peor. El ataque de los tomates asesinos forma parte de este género. Estrenada en 1978 como una parodia del terror convencional, narra la historia de una epidemia de tomates que, hartos de ser reducidos a bloodymarys, sofritos y otras humillaciones, deciden vengarse de sus verdugos. La intervención de un pesticida de crecimiento provocará la mutación que transformará a estos inofensivos frutos de la tomatera en unos asesinos más peligrosos que Godzila. Este argumento delirante se ve reforzado por un tono general de desmadre. Siendo generosos, podríamos adjetivarlo de surrealista, aunque, entre nosotros: es simplemente caótico. Mientras los tomates se van llevando por delante a niños, adultos y ancianos, el ejército y los servicios secretos intervienen para restablecer el orden. Los que deben acabar con el pánico general son, por supuesto, cretinos de uniforme, idiotas con corbatas, profesionales del escaqueo o engendros a medio camino entre el robot, el agente secreto y el tamagochi con pocas pilas. De vez en cuando, alguno de los muchos actores malos que aparecen en pantalla se detiene y, si consigue contener la risa, suelta frases como: "Cuidado con los tomates". Cuando ya empiezas a plantearte la posibilidad de abandonar la sala, te das cuenta de que todo es una tremenda broma y empiezas a divertirte con tanta acumulación de disparates.

No consta que en nuestro país se haya producido ninguna rebelión de tomates, ni siquiera de los del gazpacho

Ya se sabe que el concepto tomate tiene lecturas metafóricas y más en nuestro país, donde el programa de televisión Aquí hay tomate es uno de los que más exprimen el lado oscuro de la fama (el anuncio de tomate triturado Orlando popularizó esta expresión y el autor de aquel hallazgo publicitario fue el escritor Josep Maria Espinás). Esta tendencia a la monstruosidad alimentaria tuvo más secuelas. En Grecia, por ejemplo, se rodó otra película de culto titulada El ataque de la moussaka gigante. No consta que en nuestro país se haya producido ninguna rebelión de los tomates, ni siquiera de los que intervienen en el gazpacho, nuestra sopa fría nacional. El gazpacho tuvo su momento de gloria cinematográfica cuando Pedro Almodóvar lo incluyó en Mujeres al borde de un ataque de nervios, donde, además de los ingredientes habituales, le añadió algunos tropezones psicotrópicos, sin duda para emular a Ferran Adrià. Y en siglos anteriores, incluso llegó a llamar la atención del cervantino Sancho Panza, que dijo: "Más quiero hartarme de gazpacho que estar sujeto a la miseria de un médico impertinente".

Sobre el gazpacho existen muchas teorías, y depende de quién sea el cocinero se quitan o añaden elementos y se aumentan o disminuyen proporciones. Con voluntad de sumar, y gracias a la intervención de un espía catalano-mexicano que se infiltró en territorio amigo, les ofrezco la receta del gazpacho que toma uno de nuestros iconos de simpatía y desparpajo: Bertín Osborne. Su cocinera Isabel suele preparar un gazpacho cuya receta pongo a su disposición con la esperanza de que ningún tomate se rebele. Tomen nota. En un vaso de licuadora vayan metiendo, a mogollón, un pepino, cinco tomates pequeños (a ser posible no asesinos), medio pimiento rojo, un cuarto de cebolla, un diente de ajo, medio vaso de aceite de oliva, medio vaso de agua, sal al gusto y trocitos de pan en función de si les gusta más o menos espeso. Luego, a licuarlo todo y ya tenemos el gazpacho Osborne. Y si algún tomate se pasa de listo y pretende agredirles, dénle con la minipimer.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_