Cuando el peso de la bici es crucial
El reglamento de la UCI prohíbe usar máquinas más ligeras de 6,800 kilos
En una pequeña habitación de un vetusto hotel el estadounidense Lance Armstrong disfruta con su Sheryl Crow de una siesta bien merecida. Fuera, luce el sol sobre la Saboya. En el aparcamiento, un camión pintado con los colores del equipo Discovery Channel se abre a los curiosos y acumula bicicletas en su costado. Los primeros acordes de "Always the sun", bonita canción de The Stranglers, acompañan la llegada de Juan Luján, el mecánico personal de Armstrong, que desciende del camión llevando en sus manos un cuadro de carbono, con la rueda delantera engarzada sobre las palomillas.
Luján, con el delantal manchado de grasa, se dispone a preparar una bici, la que hoy usará Armstrong para subir a Cornet de Roselend y a Courchevel. Una vez montada, la cuelga de un gancho similar a los que se usan para los jamones, con un muelle. Es un peso.
El reglamento de la Unión Ciclista Internaciona (UCI) prohíbe usar bicicletas más ligeras de 6,800 kilos. Juan maldice: le faltan 100 gramos para llegar. Necesitará poner una rueda más pesada. En vísperas de la montaña, el territorio en el que el enemigo es la fuerza de la gravedad, el peso lo es todo.
"Es la misma de todos los años, pero con pintura nueva", advierte Luján refiriéndose a la bicicleta "Trek", monocasco de carbono, ésa a la que está dando retoques mientras a su espalda Chris van Roosbroeck, pinta de negro los tubulares de algunas ruedas. Cuestión de estética.
Algunos mecánicos, atendiendo la obsesión de los ciclistas por mover poco peso, montan componentes tan ligeros que a la hora de acudir a la báscula sudan para alcanzar el peso. Así, Piepoli, uno de los más bajitos y ligeros del pelotón, necesita una bicicleta tan pequeña que obliga al mecánico del Saunier Duval a lastrar la bici adhiriendo cargas de plomo bajo el asiento y en la parte posterior del plato.
Ocaña agujereaba piezas, incluido el plato, para aligerar la máquina y hubo quien se presentó no hace mucho a un pesaje con el tubo helado un día tras otro. Al final un juez descubrió el invento: Para alcanzar el peso, nuestro anónimo tramposo, llenaba el tubo bajo el sillín con hielo, que en carrera se derretía.
Lance Armstrong escapa a esa tendencia. Asegura Luján que antepone la seguridad al peso. "Por eso sólo corre con bicicletas de 6,800 en montaña, el resto llega a 7,800". Fernando, mecánico del Illes Baleares, avala esa tendencia: "Con Indurain pasaba igual. Es mejor tener una bicicleta dura, que no de problemas, a que se te parta contra el primer arcén". Así, en el Baleares, sólo se usa bicicleta de 6,800 en montaña. "No es nada maniático", asegura el ayudante del estadounidense, mientras mide que la distancia entre el tornillo de la biela y la base del sillín sea de 65 centímetros. "Antes era un centímetro más, pero el nuevo diseño de las zapatillas me ha hecho modificar el sistema y ahora la distancia correcta entre el culotte y el pedal es ésa". Miente benévolo el mexicano, uno de los tres mortales que han ayudado a Lance a ganar seis Tours y que sabe, como todos en el pelotón que el estadounidense monta el sillín de su bicicleta inclinado unos dos centímetros hacia delante.
Cae la tarde en el vetusto hotel y los mecánicos de Discovery y del CSC se intercambian balanzas para asegurarse de que las bicicletas dan el peso. Lance sabe que hoy, cuando suba a la bici, el arma estará dispuesta para subirla al cielo.
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