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Reportaje:AUTOMOVILISMO | Gran Premio de Gran Bretaña de Fórmula 1

La furia desatada de Montoya

El colombiano resurge tras un año horrible en el que acentuó las peripecias de una carrera que inició como aspirante a suceder a Schumi

Robert Álvarez

Acostumbrado a la presión que le imponía su padre, que hipotecó su casa para costear sus inicios en las carreras de coches, Juan Pablo Montoya se caracteriza por la garra y la temeridad en la conducción. Sus compañeros lo saben muy bien. Es un tipo duro que no se detiene ante nada ni ante nadie. En Silverstone lo comprobó Fernando Alonso, que fue rebasado en un visto y no visto en la salida. Nada extraño. Hace ya cuatro años, en Brasil, en el segundo gran premio de su vida en la F-1, Montoya ya dejó ver su temperamento. Ni corto ni perezoso, adelantó con una arriesgada maniobra al mismísimo Michael Schumacher, que, por entonces, ya iba por su cuarto título mundial. Unas vueltas después, Montoya abandonó, pero, tras este episodio y su primer triunfo, en Italia, se extendió la creencia de que estaba destinado a ser el heredero de Schumi.

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Montoya es un rara avis por su procedencia. No falta afición a la fórmula 1 en Colombia. Pero antes que él sólo un piloto colombiano se dejó ver en el gran circo y con modestos resultados. Fue Roberto Guerrero, quien, a los mandos de un Ensign y un Theodore Ford Cosworth, disputó 21 carreras entre 1982 y 1983 y tuvo por mejor clasificación un octavo puesto en Alemania. Guerrero entró en la F-1 gracias al patrocinio de Café de Colombia, que también consiguió que otro colombiano, Roberto Londono, disputara la clasificación del GP de Brasil en 1981, aunque sin éxito. Por entonces, Montoya tenía seis años y empezaba a frecuentar el circuito de Tocancipá, 40 kilómetros al norte de Bogotá, donde él nació en 1975.

El apoyo de su padre le permitió progresar como piloto en Estados Unidos, donde empezó a competir cuando tenía 17 años. Acto seguido destacó en Europa y en 1998 ganó la F-3000, antesala de la F-1, por delante de Nick Heidfeld. Pero Frank Williams consideró que todavía no estaba preparado para la F-1 y lo envió de nuevo a Estados Unidos, donde ese año ganó la fórmula CART y en 2000 las 500 Millas de Indianápolis. Se casó con Connie Freydell, regresó a Europa -reside en Montecarlo, como la mayoría de los pilotos de la F-1-, y se aseguró un puesto en Williams BMW.

Después de su estreno en 2001, consiguió siete veces la pole position, pero no logró confirmarlas en carrera en 2002. Un año después, más problemas, los derivados del chásis de su Williams. Una vez solucionados, enlazó ocho podios y obtuvo dos triunfos en Mónaco y Hockenheim. A falta de tres carreras para el final del campeonato, se situó a sólo un punto de Schumacher. Su furia desatada al volante le llevó a sacar de la pista a Rubens Barrichello en el GP de Estados Unidos. Fue penalizado y su sexta posición le hizo perder las posibilidades con vistas al título.

El año 2004 fue decepcionante para él. Se despidió por anticipado de Williams y ganó el último gran premio del año, el de Brasil. Esta temporada, en la escudería McLaren, en la que relevó a David Coulthard, se esperaba muchísimo de él. Pero a su gris inicio se añadió la lesión que sufrió cuando, según él, estaba jugando un partido de tenis y también dos abandonos: el primero, en Canadá, sonrojante, tras haberse saltado en boxes un semáforo en rojo. Así hasta Silverstone, donde ganó el quinto gran premio de su carrera. Una de cal y otra de arena. Montoya, en estado puro.

Juan Pablo Montoya, ayer en Silverstone.
Juan Pablo Montoya, ayer en Silverstone.EFE

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Sobre la firma

Robert Álvarez
Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona, se incorporó a EL PAÍS en 1988. Anteriormente trabajó en La Hoja del Lunes, El Noticiero Universal y el diari Avui.

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