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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Aquella alegría automática

Dado que a Milena Busquets, editora de RqR e hija de editora, le gustan los niños más que cualquier otra cosa en el mundo, su madre acostumbra a decirle que lo esconda.

-Está bien, es realmente hermoso y edificante. Eres una buena madre. Pero, por favor, no lo vayas pregonando. Lo que espera la gente de ti es que digas que lo que más te gusta en el mundo son los libros.

La madre, Esther Tusquets. Un ser de inteligencia desconcertante. Cuidó amorosa, disciplinada y eficazmente de sus hijos (y ahora de su nieto), mientras decía amar los perros, los libros y el juego. Disimulando. Lo hace realmente bien. Ahora acaba de idear y editar un librito con los sueños de los otros, aunque ha incluido uno propio. Explica que un sueño recurrente de su vida fue el final del verano, en Cadaqués. Todos se iban y ella se aferraba a la idea de que estaban locos, de que el verano no podía acabarse. Y dice, al final de su narración: "Ahora, desde hace dos o tres el sueño ha desaparecido. Quizá porque sé que he navegado mucho, que me he dado cientos de baños en alta mar, que he jugado a todos los juegos durante infinitas noches, que he disfrutado de charlas interminables, que conozco todos los matices de la salidas y de las puestas de sol en el Cabo de Creus: que no importa demasiado que termine ya el verano, ni siquiera en el caso de que se trate de mi último verano". Ah, ah. Toda la ferocidad de la muerte se ve mucho mejor en esa nonchalance, en el desasimiento, en ese fare finta a la vida. La educación es disimulo, sobre todo en los momentos críticos. Aunque es un disimulo inocuo, que se advierte rápidamente si se observa con atención el escenario de la vida y las intervenciones de los protagonistas. Nada que ver, esa elíptica elegancia, con lo que se dijo una vez de alguien. Realmente dañino. "No tiene sentimientos, sino sólo la imitación de los sentimientos".

Esther Tusquets y su hija Milena aman a sus hijos con disimulo, mientras dicen que lo que más les gusta en el mundo son los libros

Milena ama los niños. El más persistente de sus grafitos urbanos tiene que ver con su embarazo. Como el marido trabajaba fuera ella se lo dijo por teléfono. Aquella misma noche volvió, o quizá fuera al día siguiente. En un momento anodino, de ir y venir entre quehaceres o entre dos soplos de una conversación, el marido le dijo que le había dado un billete de 5.000 pesetas a la mendiga de Anglí, una vieja conocida de los dos. Sí, que había sido un gesto automático de alegría, como los hay de furor y de violencia, y que, en fin, estaba francamente contento y que bien, vamos a cenar, que mañana debo levantarme muy pronto.

Este incidente ocurrió hace seis años. El embrión hizo bien su camino y ahora es un niño sano llamado Noé: poco antes de nacer sus padres consultaron de urgencia la Biblia y les gustó el nombre que había inventado el vino y salvado a los animales. Hace seis años la mendiga de Anglí pasaba en la esquina muchas horas. Ahora hay una rumana con su niño y la veterana aparece más bien a deshoras, incluso en la noche ya entrada. Es una mujer de mediana edad, con el pelo gris, una señora arreglada, de la que se diría en un informe rápido que hace las labores de su casa en la calle. Lleva una bolsa de plástico transparente donde mete el dinero, y se comporta con una naturalidad perfectamente discrepante con el oficio que practica, cuya esencia describen bien los mendigos del metropolitano cuando entonan la salmodia es muy triste pedir, más triste es robar. Es evidente que la mujer practica una naturalidad como de último verano y que no le importe.

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Milena pasa mucho por esa esquina y a menudo veces se tropieza con ella y le da o no le da, pero siempre recuerda la vez que su marido le dio 5.000. Un recuerdo ciertamente misterioso porque no se desgasta con el uso: no ha perdido nitidez, ni fuerza, ni brillo, y convive raramente con el presente. Puede ensayarse todo tipo de teorías. La joven Milena no rechazaría que la mujer de la bolsa transparente fuese una lápida, algo así como en aquel tiempo yo fui feliz, y fue hasta aquí donde justamente llegaron las aguas del éxtasis, y es sabido que cuando se funde la vida, sólo queda la lápida, en fin, ese tipo de cuestiones graves. O bien sea la mujer y el acto que la convoca el punto más alto de su joven mala conciencia burguesa, porque es realmente indiscutible que los mendigos no aflojan, que siglos y siglos de estar representando en las ciudades el mismo papel, las mismas llagas, la misma mugre, las misma mano tendida, y no decae, siguen provocando en los cruces esta incomodidad, este ronco zureo en la canción de la vida.

Sin embargo, lo más probable, y lo más inquietante, en los mendigos como en la vida, es que no haya nada que interpretar. Milena no ha olvidado una escena de Ciudadano Kane. El amigo de Kane le cuenta que fumaba en un andén, una noche, llegó el tren y vio bajar a una mujer con un vestido blanco. Los trenes son un escenario donde las decisiones se toman en milésimas de segundo. Bien: la cuestión importante es que ni un slo día de su vida había dejado de pensar en ella, eso le dijo el amigo a Kane.

Y quizá suceda exactamente así: que los recuerdos, una calle, un andén, una noche, se claven a nosotros como garrapatas. Como diría un literato, no para que nosotros vivamos de ellos, sino para que ellos vivan de nosotros.

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