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Columna
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Pobre Cervantes

Veo a don Miguel muy feriado estos días. Ensalzado, elevado a los altares de la cultura oficial. Hasta una "misa por el alma del escritor y soldado Miguel de Cervantes" se celebró en Sevilla el día 23. No se me cae del pensamiento lo que fue su verdadera vida, su triste vida, por estos andurriales de la España imperial. Comisario de suministros para la Invencible, a lomos de mula renga, de Sevilla a Écija, La Rambla, Castro del Río, Cabra, Carmona..., de la ceca a la meca. Una Andalucía, eternamente feudal, que lo recibió de uñas y dio con él varias veces en la cárcel, le escamoteó el trigo que el Rey demandaba para alimentar su locura, y hasta una excomunión le llegó, seguramente por haber osado tocar los almacenes de la Iglesia. No pudo el demente de El Escorial asignarle un oficio más cabrón.

Gracias a él, sin embargo, se forjó el autor del Quijote. Como que fue en la Cárcel Real de Sevilla, hacia 1597, donde le asistió el primer vislumbre de la sátira descomunal. Allí ejercía de capellán el jesuita Pedro de León, quien, según las últimas pesquisas, bien pudo suministrar el primer cargamento: el Relato del Peregrino, una autobiografía de Ignacio de Loyola, dictada al jesuita portugués Luis Gonçalves, publicada en 1572. Diez años antes de que el biógrafo oficial de la Compañía, el Padre Ribadeneyra, escribiera ese edulcorado engendro que es la biografía del santo, "flagrante delito de deformación hagiográfica", como ya observó Marcel Bataillon, contra la opinión, más beata, de los historiadores españoles. (Menos mal que existen los hispanistas extranjeros). El Relato fue escondido por los propios jesuitas, y no reapareció hasta mediados del siglo XX. Fue entonces cuando un discreto profesor de instituto de Sevilla, el extremeño Federico Ortés, gran lector de Cervantes, reparó en las analogías dobles que hay entre la novela, la biografía trucada de Ribadeneyra, y la biografía verdadera de Gonçalves. Un hallazgo de mucha importancia que pueden ustedes disfrutar en El triunfo de don Quijote, con sus 689 páginas llenas de descubrimientos. Libro que, ni que decir tiene, ha sido reglamentariamente apuñalado de silencio por los cervantistas del reino.

Una cierta analogía entre los primeros capítulos del Quijote y la biografía de San Ignacio había sido observada de antiguo. Ya Voltaire daba por hecho que la criatura de Cervantes nació como una caricatura del santo -por cierto, perseguido en vida por la Inquisición, a causa de sus tendencias inequívocamente erasmistas-. Opinión seguida por Bowle, Unamuno, Cejador, Corradini... Pero lo que ninguno de ellos observó fue que había un doble juego en la parodia, puesto que Cervantes tuvo a la vista las dos biografías, y decidió arremeter contra la manipulación efectuada por los propios seguidores del fundador de la Orden. De hecho, Cervantes fue tachado de hereje durante mucho tiempo en los colegios de la Compañía, y silenciado. Mayáns, en la primera biografía fiable del alcalaíno (1737), observó "el ambiente anticervantino que predominaba en los grupos de intelectuales de la corte". Pero Cervantes nunca le ha debido nada a la Corte, ni a la Academia, ni a la Universidad. Sino a sus fieles lectores. La historia se repite.

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