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Columna
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El orden natural catalán

Josep Ramoneda

Durante 23 años, reinó en Cataluña el orden natural de las cosas que, como ha escrito Juan Pablo II, sólo la familia y el patriotismo pueden garantizar. Los nacionalistas gobernaban y los socialistas, cómodamente instalados en el poder municipal, nunca supieron movilizar a la totalidad de su potencial electorado para cambiar la situación. A este orden se le llamó oasis catalán. Y sólo una carambola postelectoral, guiada por la ambición de Carod Rovira, hizo que se quebrara. De pronto, la sociedad catalana descubrió que aquel orden no era eterno. Y que el devenir orgánico de las naciones puede ser súbitamente quebrado.

Si en lo simbólico el cambio se notó poco, porque Pasqual Maragall optó por la continuación del pujolismo por otros medios, en el sistema de intereses se produjo un verdadero sobresalto. Porque, aunque Cataluña sea pequeña y siempre quede la esperanza de que todo se resolverá en familia, 23 años cronifican muchos hábitos y relaciones y siempre es costoso desplazar el entramado de intereses del país de una tutela a otra. No debería sorprender, por tanto, que la primera experiencia de gobierno hecha en Cataluña contra lo que había ido siendo aceptado como orden natural de las cosas haya sido traumática y que el nuevo Gobierno -complejo en su composición, con cada uno vigilando al otro por el retrovisor- haya vivido siempre al borde del precipicio.

Lo que es curioso es que las dos principales crisis las ha provocado el factor humano. Así fue en el caso Carod y así ha sido en el caso 3%. Hay un profundo resentimiento mutuo entre Maragall y Mas. Cada uno ve en el otro lo que encuentra en falta en sí mismo, y ésta ha sido siempre la fuente de los peores odios. Mas tiene un cartesianismo expositivo y una velocidad de respuesta que sulfura a Maragall porque sabe que siempre le ganará en los debates parlamentarios. Y Maragall tiene este lado imaginativo, caprichoso, carismático que Mas no conseguirá nunca, marcado por su imagen de personaje robotizado. Cara a cara, tarde o temprano tenía que llegar la gran explosión. Y llegó: la limitada capacidad de contención de Maragall, que es de los políticos que sólo saben vivir al ataque, saltó por los aires cuando Mas le recriminó haber intervenido, por fin, en el pleno del Carmel pero sin hablar del Carmel. Y empezó el desastre.

Algunos dirán que Maragall ha conseguido poner el 3% sobre la mesa, que es lo que el PSC fue incapaz de hacer en 23 años de oposición. Pero las reglas del Estado de derecho son muy claras y todo presidente debe ser muy escrupuloso en predicar con el ejemplo: no acusarás sin pruebas. Los dos están metidos ahora en un callejón sin salida porque en el fragor de la batalla, Mas propuso el chantaje y Maragall lo aceptó. Es decir, por unos minutos la tan cacareada omertà catalana pareció obscenamente escenificada en sede parlamentaria. ¿Qué pasos se pueden dar para restaurar las relaciones rotas sin que la sombra del cambalache se enseñoree de la situación? La huida hacia delante sólo es factible si el Gobierno catalán tiene pruebas que poner sobre la mesa judicial. Pero ni parece probable, ni siquiera todo el mundo piensa que sea deseable. La experiencia italiana es toda una advertencia. No está nada claro que el PSC (donde Montilla no para de predicar prudencia) o el propio Gobierno (donde Castells y Nadal han demostrado repetidas veces su sentido de lo institucional) siguieran a Maragall en un viaje que no se sabe dónde puede acabar. CiU tiene la oportunidad de hacer naufragar el Estatut (nunca les gustó que Maragall se apuntara este tanto) cargando las culpas en la insensatez del presidente. Y aunque ciertamente la opinión pública parece haber recibido sin sorpresa la insinuación del 3%, no está claro que conceda el prejuicio de inocencia a los demás partidos, y especialmente a los socialistas que han tocado mucho poder.

Todos pierden. La sensación de desgobierno crece. Y, sin embargo, domina la idea de que esto acabará en un pacto. Pero ¿hay pacto posible sin que las dos partes reconozcan su cuota de culpa? ¿Y es pensable que estén dispuestas a ello? CiU debería estar muy asustada para dar una cabeza compensatoria. Y Maragall muy acorralado para dar marcha atrás. Algunos dicen que se resolverá a la catalana: el paso de los días lo engullirá todo. Pero, esta vez, tanto puede ser lo engullido que sólo queden los huesos del gran cambio que debería haber roto la organicidad política en Cataluña.

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