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Un laberinto dulcificado por la solidaridad

EL RELATO de un día cualquiera de los vecinos desalojados cansa sólo de escucharlo. La mayoría de los afectados que se alojan en hoteles pero tienen hijos pequeños prefieren que éstos duerman en casa de los abuelos, para alterar lo mínimo su cotidianeidad. El trasiego se traslada entonces a los padres, que pasan el día del hotel al trabajo; de éste a casa de los abuelos, en el barrio, y vuelta al hotel, en la otra punta de la ciudad. Clara, la hija de Rosa López y Juan Selfa, por ejemplo, duerme casi todos los días en casa de su abuela.

Desde hace un mes los abuelos del Carmel se están ganando a diario un monumento en la entrada del barrio. La de Clara también le hace cada día la comida. Es el momento, el del almuerzo, que los padres aprovechan para estar con ella. Y eso que la madre, que trabaja conduciendo autobuses, está de baja. "A ver, yo estoy bien. Pero conducir requiere mucha concentración y si hiciera daño a alguien no me lo perdonaría", dice

Rosa. Conducir "el 24" es lo que hacía cuando se produjo el socavón. "Me sonó el móvil y tuve un mal presentimiento". Era Juan, su marido, que trabaja de topógrafo. Ella tuvo que aguantar el tipo y seguir al volante hasta la una y media del mediodía, cuando cambiaba el turno.

Afortunadamente para una situación de crisis como ésta, las familias en el Carmel son extensas y forman un entramado que permite que se puedan ayudar unos a otros en un radio de pocas calles. Hay familias con un hermano fuera de su casa que se aloja en la de los padres, pero como falta espacio, uno de los nietos pasa las noches en casa de los tíos. No son casos aislados.

También ha cambiado el día a día de los alumnos del colegio público El Carmel y del concertado Santa Teresa. Los alumnos de éste, cuyo patio está a 10 metros del socavón, imparten clases entre las aulas que les ha cedido otro centro del barrio y las instalaciones que ellos mismos tienen en otro edificio. Los alumnos de El Carmel se reparten también: los de preescolar acuden a un centro cívico y los de primaria han ocupado un ala vacía del colegio Sant Antoni Maria Claret, en el vecino distrito de Nou Barris. De los traslados se encarga la Empresa Municipal de Transportes. "Añoran la escuela y las rutinas en sus espacios,. Pero académicamente hemos intentado aprovechar la dificultad, porque es educativa. Los alumnos han madurado", indica el jefe de estudios de El Carmel, Toni Solé.

En general, tanto los afectados como los profesionales de los colegios reconocen que las administraciones se han volcado en la asistencia a los vecinos. El operativo, entre efectivos de emergencias, asistencia social y seguridad, alcanza casi el millar de personas. La presencia continua de patrullas de policías, bomberos y la irrupción, a veces, de vehículos de urgencias hospitalarias o de la Cruz Roja han modificado por completo el paisaje. Los efectivos desplegados controlan que no se produzcan robos en las casas, vigilan que nadie acceda sin permiso al perímetro de seguridad y procuran que el tráfico sea fluido a pesar de las restricciones. Además, muy a menudo son el blanco de las quejas más airadas o el punto de información más próximo para los vecinos.

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