_
_
_
_
_
Reportaje:NUESTRA ÉPOCA

Agonía y éxtasis

Timothy Garton Ash

Ver al presidente George W. Bush esta semana en Bruselas era ver el camino que le queda todavía a Europa si quiere que el mundo la tome en serio. A un lado estaba César. Al otro, el primer ministro de Luxemburgo. Y de Bélgica. Y el presidente de la Comisión Europea. Y el alto representante de la Unión para la política exterior. Y los comisarios de relaciones exteriores y comercio. Y docenas más de jefes de Gobierno, diversos departamentos e instituciones europeos, todos desviviéndose por disfrutar del sol de esa presencia imperial que tantas veces condenan en privado.

"Si el ridículo matase, habría montones de cadáveres en las calles de Bruselas", dijo el primer ministro luxemburgués, Jean-Claude Juncker, uno de los responsables de organizar la recepción al presidente de Estados Unidos porque la presidencia rotatoria de la Unión la ocupa en la actualidad Luxemburgo ("un área... ligeramente inferior a la de Rhode Island", dice el libro de consulta de la CIA). Y nos promete que habrá un divertido fragmento en sus memorias sobre las rencillas intraeuropeas para conseguir "un rato" con el emperador.

El primer ministro belga aprovechó su momento ante los focos mundiales y dio al presidente Bush la bienvenida a "la capital de Bélgica y la capital de Europa"
La pregunta que siempre se le atribuye a Henry Kissinger -"dice usted Europa, pero ¿a qué número tengo que llamar?"- sigue vigente
A pesar de la ampliación de la UE, o tal vez a causa de ella, lo cierto es que estamos avanzando en la dirección acertada, tanto en teoría como en la práctica

Mientras tanto, allí estaba César. Dos horas antes de que empezara su discurso, entramos por una vieja entrada trasera al Concert Noble, un gran salón de baile con cortinas granates en el que la aristocracia belga se reúne todavía, una vez al año, para el Bal de la Noblesse. Poco a poco, las filas delanteras se llenaron de embajadores y pequeños dignatarios de la periferia del imperio. Se podía ver a unos cuantos tribunos, prefectos y comerciantes estadounidenses. A continuación llegaron los procón-sules, hombres llenos de gravitas imperial, majestuosa cortesía y cortes de pelo de estilo militar. Todos llevaban la seria toga washingtoniana: traje oscuro y camisa blanca.

Tras una larga espera, llegó el momento de los cónsules y altos funcionarios del imperio, incluida Condoleezza Rice. La muchedumbre empezó a animarse. Los teléfonos móviles se apagaron y nos pusimos en pie, guiados por la casa imperial, para saludar a la esposa del César, Laura. Pocos minutos después, los altavoces anunciaban al "primer ministro de Bélgica... y el presidente de Estados Unidos". Volvimos a levantarnos y allí estaban, el primer ministro belga con un trotecillo como de chico de colegio grande y desgarbado, con sus gafas y su cabello despeinado, y luego, flanqueado por su guardia pretoriana, el presidente de Estados Unidos, que entraba como un emperador. Tom y Jerry.

El primer ministro belga aprovechó su momento ante los focos mundiales y dio al presidente Bush la bienvenida a "la capital de Bélgica y la capital de Europa". Adaptó una frase de uno de los padres fundadores de la Unión Europea, el belga Paul-Henri Spaak, para decir que Europa está compuesta solamente de pequeños países, pero algunos lo saben y otros no. "Sólo una Europa unida", dijo, "puede ser un socio firme de Estados Unidos". Para caminar, concluyó, necesitamos dos piernas fuertes.

¿Pero dónde está la pierna europea? Cuando habló, por fin, tras la introducción un poco excesiva del primer ministro belga, el presidente Bush presentó un programa claro y ambicioso para lo que su Gobierno llama "diplomacia transformacional" en todo el mundo. Había algunos elementos importantes, como la insistencia en un Estado palestino con un territorio contiguo en Cisjordania ("un Estado de territorios dispersos no puede funcionar") y el hecho de colocar la "reforma democrática" en primer plano de nuestro diálogo con Rusia. El programa puede gustar o no, pero, desde luego, está muy claro cuál es.

Multiplicidad de personas

¿Quién sabe cuál es el programa de Europa para el mundo? La pregunta que siempre se le atribuye a Henry Kissinger -"dice usted Europa, pero ¿a qué número tengo que llamar?"- sigue vigente. La pasmosa multiplicidad de personas con las que el presidente estadounidense tuvo que encontrarse en Bruselas -entre ellas, jefes de países pequeños con amplitud de miras y países grandes de mentalidad cerrada, responsables de diversas partes institucionales que rivalizan dentro de la Unión Europea, para no hablar de la OTAN, que se encuentra un poco más allá- demuestra lo lejos que estamos todavía de tener una respuesta.

Sin embargo, a pesar de la ampliación de la Unión Europea, o tal vez a causa de ella, lo cierto es que estamos avanzando en la dirección acertada, tanto en teoría como en la práctica. En Ucrania, el ministro de Exteriores designado por la UE, Javier Solana, colaboró con los presidentes polaco y lituano, en un trío de circunstancias, para ayudar a garantizar un resultado pacífico de la revolución naranja. En las relaciones con Irán, tres países, Francia, Alemania y Gran Bretaña, se están haciendo con las riendas, en estrecha colaboración con Solana. Seguramente volverá a haber estas coaliciones intra-europeas improvisadas con gente dispuesta a trabajar.

Si los 25 Estados miembros aprueban el tratado constitucional, el próximo otoño, Solana se convertirá en el ministro de Exteriores de la UE, que incluye presidir el consejo de ministros de exteriores de todos los países y dirigir lo que, eufemísticamente, se puede denominar el Servicio de Acción Externa Europea. Los británicos, y otros, no están dispuestos a llamarlo lo que verdaderamente es: un incipiente servicio diplomático europeo. Algunos amigos míos que están en instituciones europeas han intentado dar con un acrónimo simpático que permita prescindir de un nombre tan largo y complicado. Lo que se les ha ocurrido es Extase (EXTernal Action Service), que evoca visiones de éxtasis muy poco eurocráticas.

Hay que luchar

Para llegar al Extase, Europa todavía tiene que sufrir mucha agonía, parte de ella en el sentido original griego de agonía, que quiere decir lucha. Hay dos tipos de oposición: nacional e institucional. Muchos Estados miembros, sobre todo Gran Bretaña y Francia, se niegan a ceder el control de la política exterior. Como consecuencia, aunque el tratado constitucional permite un voto de mayoría cualificada en el consejo de ministros de Asuntos Exteriores que preside el ministro de Exteriores europeo, también da a cada Gobierno nacional el derecho a invocar "razones vitales y declaradas de política nacional", e insiste en que el asunto en cuestión se lleve ante el Consejo Europeo de jefes de Gobierno, en el que habría que llegar a un acuerdo por unanimidad. Los euroescépticos que hacen campaña para que el no gane en el referéndum británico ignoran deliberadamente este aspecto e insinúan que nuestra política exterior va a quedar en las manos despiadadas de eurócratas sin rostro. Como dice un viejo proverbio judío, una media verdad es toda una mentira. Pero con esas medias verdades pueden obtener el no en Gran Bretaña. Entonces habría que volver a partir de cero para elaborar una política exterior europea.

Vistos desde Bruselas, los obstáculos institucionales son también inmensos. En el corazón de la capital de la Unión Europea -no "de Europa", como sugirió el primer ministro belga, pero sí de la UE-, dos enormes edificios de oficinas se observan mutuamente desde los dos lados de la Rue de la Loi. Son la sede de la Comisión Europea, el remozado Berlaymont, que representa la faceta más supranacional de la Unión, y la del Consejo de Ministros, el lúgubre edificio Justus Lipsius, que representa su faceta más intergubernamental. Para que Extase funcione, los funcionarios de estas dos instituciones tan distintas tendrán que fundir sus esfuerzos, construir puentes por encima de la calle de la Ley. Para que la política exterior de la Unión Europea tenga alguna influencia, tendrá que encontrar formas de sincronizar los principales instrumentos del poder europeo -la política comercial, la política de competencia y la ampliación- con los objetivos estratégicos fijados por los Estados miembros y el ministro europeo de Exteriores. Una labor burocrática muy aburrida, pero crucial.

Al final de todo ese proceso, desde luego, no habrá otro César. La Unión Europea no es un nuevo Imperio Romano; más bien, una Commonwealth posmoderna. Pero, si todo sale bien, es posible que el próximo presidente de Estados Unidos tenga una experiencia menos confusa cuando venga -él o ella- a visitarnos en 2009.

El primer ministro británico, Tony Blair, con el presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, en la cumbre de la OTAN celebrada esta semana.
El primer ministro británico, Tony Blair, con el presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, en la cumbre de la OTAN celebrada esta semana.AP

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_