Las traiciones de la pasión
Antonio Álamo, autor interesado en trasladar argumentos y motivos clásicos a los ambientes contemporáneos, cuenta en el capítulo cuarto de esta novela, condensado en 35 páginas rotundas y elocuentes, el nacimiento, expansión y acabamiento de una pasión amorosa y sexual, muy bien sintetizado en el título donde la palabra "incendio" por su declarada ambigüedad es metáfora tanto de la explosión luminosa inicial como de la ruina final. En otros capítulos, generalmente inclementes para los personajes y el lector, el narrador va desgranando aspectos de la relación entre Santi y Sara con excesiva reiteración sólo compensada al final cuando hay buenas páginas dedicadas a describir el progresivo deterioro mental del protagonista y su intenso odio que le conducen finalmente a una extrema violencia y a un asesinato inmundo.
EL INCENDIO DEL PARAÍSO
Antonio Álamo
Mondadori. Barcelona, 2004
267 páginas. 18 euros
Sin embargo, hay un per
sonaje que parece estar por encima de todos los demás, incluido el narrador anónimo al que antes me he referido, y es el director del Hospital Psiquiátrico Penitenciario de Sevilla, el doctor Sergio Leiva, que escribe el informe inicial (dando a la novela su apariencia de exposición de un caso psiquiátrico) y relata las numerosas conversaciones que tiene con el paciente y preso Santi Lizarrabengoa. El doctor declara que su propósito es "hacer un relato objetivo y comprensible de un determinado estado del alma". Y para ello es necesaria una escritura fría, distanciada e impersonal, que en ocasiones perjudica el estilo narrativo del libro, aunque favorece el uso del diálogo dando lugar a largas conversaciones en las que el autor, un importante autor de teatro, se encuentra como pez en el agua. Así las entrevistas entre médico y paciente adquieren el aire de verosimilitud conveniente aunque sin sorpresas para el lector. Incluso da la impresión de que en principio la obra estaría pensada para el teatro, idea reforzada por los agradecimientos finales dirigidos a los médicos y a los pacientes del hospital ya nombrado por la ayuda, parece que de naturaleza teatral, prestada al autor. En cualquier caso, Álamo escoge, como ya hizo en otras ocasiones, la novela y el resultado no alcanza la altura de, por ejemplo, Nata soy, incursión en el mundo real del Vaticano vulnerado por ráfagas de teología fantástica. En cuanto al espinoso asunto tan de actualidad de la violencia de género, la novela ofrece un ejemplo, un sucedido único que como tal no demuestra nada pero que parece la ilustración de una idea que expuso Vicente Verdú hace algún tiempo sobre la naturaleza distinta de la pasión en el hombre y la mujer.
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