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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Trascendencia de los detalles

Resulta difícil describir de qué tratan las novelas de Wilhelm Genazino (Mannheim, 1943). Prescinden de cualquier acción reconocible, apenas ofrecen diálogos, no enfocan ningún tema en especial y tampoco despliegan teorías, ni exploran profundidades interiores del ser humano. Sus protagonistas suelen ser meditabundos señores de mediana estatura y edad, amablemente desquiciados, con una pronunciada afición por los paseos urbanos y, por lo demás, estas novelas están pobladas de personajes tan insípidos que automáticamente se visualizan en blanco y negro. Decididamente no sucede gran cosa, aunque si algo las caracteriza es precisamente la deliberada atención a lo insignificante, a las nimiedades de cada día que se densifican imperceptiblemente hasta descubrir su trascendencia: un sombrero olvidado remite en Mujeres cantando suavemente (Bassarai, 2003) al asesinato de la madre de Paul Celan en un campo de trabajo; unas zarzas enmarañadas recuerdan en Un paraguas para ese día (Galaxia, 2002) el desconcierto de la vida moderna; y un mantel continuamente descolocado en un café revela en la presente novela la inquietante noción existencial de lo "incesante".

UNA MUJER, UN PISO, UNA NOVELA

Wilhelm Genazino

Traducción de Carmen Gauger

Galaxia Gutenberg

Barcelona, 2004

173 páginas. 15 euros

Wilhelm Genazino ha desarrollado una sutilísima hermenéutica de la bagatela muy apropiada para un mundo exento ya de contextos inteligibles. Y especialmente ad hoc para este estudiante recién expulsado del instituto, tan receloso de las esforzadas apariencias de bienestar de los años sesenta: "De pronto me di cuenta de por qué, en aquella época, me gustaba la posguerra: los rostros de las personas estaban llenos de un horror que no trataban de ocultar. No había absolutamente nadie, en ningún sitio, que les exigiera que fuesen alegres, exitosos, divertidos, optimistas o lo que quiera que fuere". Weigand es precoz para sus diecisiete años y aunque se esfuerce por aparentarlo, no es un chico del montón. Esa conciencia de su diferencia es el primer dolor que intenta paliar con la escritura.

Pero en vez de un futuro de escritor, le espera un puesto de aprendiz en una empresa de transportes -igual que a Abschaffel, el héroe monocromo de la trilogía del mismo nombre que, en los años setenta, dio a conocer a su autor- y allí es introducido en la más anodina rutina laboral. Si la soporta es gracias a una "doble vida" que le introduce en la escritura profesional: en sus horas libres redacta artículos para la sección de asuntos sociales en el periódico local. Y es en el concurso de imitadores de estrellas, en la inauguración de la "Semana italiana" en unos grandes almacenes o en la visita a un constructor de torres de Eiffel de cerillas, donde Weigand completa su aprendizaje por el lado más absurdo de la vida. No le duele la simpleza y pequeñez de este mundo, sino su exposición despiadada. La delicadeza con que se recogen estos conocimientos tristes, la melancolía y compasión que define la mirada del escritor en ciernes, se complementan felizmente con la lucidez e ingenuidad con la que éste penetra en los secretos del arte literario: "La ilusión de la claridad (...) surge porque el texto siempre es más claro que la vida de quien lo escribió. El texto es incluso más claro que la vida de cualquier lector. En eso reside la terrible capacidad de atracción de la literatura: que la vida siga por fin al texto, que se transforme en claridad".

El trasfondo autobiográfico

-Genazino empezó a escribir como colaborador libre para periódicos locales y publicó a los veinte años una primera novela- no ha impedido una representación contrastada: proximidad y distancia mantienen un perfecto balance. De hecho, todo el libro parece un fino ejercicio de equilibrismo dialéctico, en lógica consonancia con la "doble vida" del protagonista que se mueve inmutable entre banalidad y poesía, ilusión y desencanto, experiencia vital y contemplación reflexiva. La levedad y la transparencia con que se conjugan estos contrarios en Una mujer, un piso, una novela, conforman su innegable encanto y le confieren una profundidad de conocimiento tan disimulada como extraordinaria.

El autor alemán Wilhelm Genazino.
El autor alemán Wilhelm Genazino.EFE

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