Asesinato en Beirut
Líbano se había convertido desde 1990, acabada su devastadora guerra civil de 15 años, en uno de los lugares menos noticiosos de Oriente Próximo. Hasta que un coche bomba ha hecho volar por los aires al ex primer ministro Rafiq Hariri y provocado una matanza que, por su organización y precisión, sugiere una mano experta que es difícil asimilar con el desconocido grupo terrorista que la ha reivindicado. La carnicería ha evocado inmediatamente los años de plomo.
Hariri, un multimillonario suní y arquitecto principal de la reconstrucción de Líbano, era la emblemática imagen política del diminuto país. Había sido su primer ministro durante diez de los últimos quince años, era un factor determinante de su relativa calma y el abanderado de la independencia frente a la dominación siria. En octubre abandonó el cargo ante la maniobra de Damasco para prorrogar el mandato de su marioneta en Beirut, el presidente Emile Lahud. Los dirigentes libaneses prosirios acusaban a Hariri de haber instrumentado la resolución del Consejo de Seguridad, patrocinada por EE UU y Francia, en la que se pide la salida de Líbano de los 15.000 soldados sirios.
Desde Beirut, la oposición acusa del magnicidio a Siria. Haber salido inmediatamente a la palestra para condenar el crimen y exigir responsabilidades no va a ahorrar a Damasco una nueva e inquietante vuelta de tuerca por parte de Washington. Bush considera al régimen dictatorial del presidente Bachar el Asad un factor desestabilizador en la zona y albergue de terroristas, pese a su cooperación esporádica con EE UU. En buena lógica, un Estado débil en el punto de mira de Bush -y también de Israel- no debería tener el menor interés en acercarse un poco más al precipicio. Es cierto que Damasco tenía un excelente motivo para querer eliminar a Hariri de la escena, puesto que el ex jefe de Gobierno asesinado tenía intención de concurrir a las próximas elecciones de mayo, lo que inevitablemente habría significado una derrota para Siria y sus aliados en Líbano. Pero resulta aparentemente suicida implicarse en una operación que hará insostenible seguir manteniendo bajo su férula al país de los cedros sin correr riesgos extremos.
El asesinato de Hariri puede responder a una venganza siria, a un ajuste de cuentas en el caótico escenario político libanés -cristianos maronitas y ortodoxos, musulmanes chiíes y suníes, drusos, prosirios, proiraníes, clanes, facciones...- o a un intento más elaborado para desestabilizar definitivamente el conjunto de la región. Casi cualquier hipótesis es verosímil. Pero, en cualquier caso, parece servir inmejorablemente a los partidarios del "cuanto peor, mejor".
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