Miquel Bauçà, escritor
Ayer se supo en su microsmos de Felanitx que el poeta y narrador Miquel Bauçà (1940) ha muerto. El autor de dos libros simbólicos y de culto en la literatura en catalán, la prosa poética en entradas de enciclopedia El canvi (1998) y el poemario de estreno Una bella història (1962), premi Joan Salvat Papasseit, expiró en su torre de soledad, en su casa refugio de Barcelona. El óbito sucedió en un día indeterminado de finales de diciembre. Estaba prevista para abril la aparición de un nuevo libro Rudiments de saviesa. Las circunstancias post-morten sellan de manera imprevista una vida y obra complejas y muy singulares.
Durante un mes y una semana la noticia de la desaparición del literato de Mallorca instalado desde los años 60 en Barcelona fue ignota, no tuvo receptores entre sus parientes, editores, lectores y amigos. Su sobrino, el artista Toni Bauçà, Picamosques, con voz tímida e incierta trasladó ayer tarde desde el campo sus dudas fatales: "Estoy en Meravell petit. Nos han dicho que mi tío ha muerto. El 7 de febrero cumplía 65 años".
Desde su verso religioso abstracto Cants jubilosos, encadenó El noble joc, Poemes, Notes i comentaris, Els somins, El crepuscle encén els estels. También trazó narraciones de sí mismo y sobre sus miradas sin vacíos en Els estats de connivència, El vellard i l'escarcellera, Carrer Marsala. Un día de los 90 recogió un premio en la capital -si querer saludar a nadie- pero su imagen salió por primera vez en TV3, para sorpresa de los adictos a su fuga sin pausa.
El genial autor, un raro sin artificio, fue hallado cadáver el 3 de enero por los mossos y los bomberos, después de que sus vecinos alertaran sobre las circunstancias en las que estaba la vivienda y la falta de respuesta a las llamadas. Bauçà era un solitario, un profesional de la escritura y un adversario de la vanidad. Rechazaba tratos con autores, periodistas y editores. Se comunicaba a través de un apartado de correos (Ap 9471) que incorporó a sus ediciones masivas en los años 70. Últimamente, era un experto informático, un meticuloso de las palabras y los disquettes, que incordiaba con correcciones y cambios a los editores. Viajaba desde el Eixample barcelonés al país rural, al lenguaje atávico de la tierra, a las sombras del seminario que habitó hasta los 18 años. "A partir de entonces, no creo que sea preciso anotar nada especialmente notable", terminó sus treinta líneas autobiográficas en 1983 en Les Mirsines.
Cuando su amigo nativo y de las barras y bares de Barcelona, el pintor Miquel Barceló, fue señalado para ser hijo ilustre de Felanitx, éste rechazó el gesto y reclamó que la gloria y el honor local para el auténtico Bauçà, con quien tenía proyectado desde siempre publicar un libro con poemas y pinturas. Obra inédita.
Bauçà, que estudió Filosofía y Letras en la Central de Barcelona, plasmó un corpus mítico y su perfil biográfico resultó legengario. Bebedor, duro, algo intratable, fue profesor de catalán hasta su jubilación anticipada hace más de 20 años. En 1971 se autodefinió en "una miseria inestable, no admintida, vergonzosa,o dicho de otro modo, un status no estable, permanentemente vergonzoso". Vivió en el misterio, en una caravana en el campo, horadando un gran poema arquitectónico, una cueva a pico y pala en la grava, bajo el vehículo. Rehúsaba el contacto familiar.
Entre siglos devino un observador de la realidad a través de Internet y de la CNN, según se intuía en sus escritos torrenciales y expresivamente herméticos. "Le hubiera encantado su circunstancia última, que no se supiera que día había fallecido", reconoció su editor Ernest Folch, a quien Bauçà había entregado su última y postrera obra Rudiments de saviesa.
Nació en 1940, en una familia payesa Bauçà-Rosselló, de Can Meravell. El escritor afirmaba la soledad y sus rarezas. Ganó un premio en Sabadell y acudió en sábado al banco, fuera de horas, a cobrar en metálico los millones de pesetas. Tuvo una nieta y su editor buscaba comunicárselo a través de un contacto local y periodístico. Algunos jóvenes poetas acudían días y días a determinados bares esperando que apareciera, bajo y rudo, aquel poeta payés sin complejos.
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