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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Armas inexistentes

De forma sospechosamente discreta, la Administración Bush ha reconocido esta semana que hace ya dos meses, sus equipos especiales en Irak dejaron de buscar armas de destrucción masiva -biológicas, químicas y nucleares-, en la convicción de que éstas no existen en aquel territorio, aunque muchos científicos iraquíes siguen presos. Con este anuncio oficial concluye la búsqueda de unas armas cuya supuesta existencia, cuestionada por muchos, se convirtió en el principal argumento para la invasión de Irak, el derrocamiento de Sadam Hussein y una ocupación militar de aquel país cuyo desenlace es hoy más incierto que nunca, pese a las elecciones anunciadas para el próximo día 30 de enero. Aunque Bush reiterara ayer que invadir Irak "sin duda valió la pena".

Dos años después de que esta Administración y sus principales aliados, entre ellos los Gobiernos de Blair y Aznar, anunciaran a bombo y platillo en la sede de Naciones Unidas y fuera de ella que contaban con pruebas fehacientes de que el régimen de Sadam Hussein contaba con tales armas y suponía por ello una amenaza para el mundo, Washington reconoce que no existen ni existían cuando se ordenó la intervención. Muchos de los adversarios de la intervención en Irak verán en este reconocimiento una prueba de que Bush y sus aliados mintieron al mundo y encargaron la falsificación de pruebas para justificar una intervención que preparaban de antemano con fines muy distintos. Otros pondrán énfasis en el inmenso fiasco de los servicios de inteligencia, sobre cuya calidad reposa la doctrina de la guerra preventiva de Bush. Y muchos recordarán los denodados e inútiles esfuerzos del jefe de los inspectores de la ONU, Hans Blix, y su gente por ganar tiempo para continuar con las inspecciones, convencidos como estaban de que de existir las armas, ellos podrían encontrarlas sin necesidad de una guerra.

Es evidente que en Washington existía una voluntad de intervenir en Irak que no se basaba exclusivamente y ni siquiera principalmente en la supuesta existencia de dichas armas. También está probado que Irak dispuso de estas armas al menos hasta mediados de los 90 y que Sadam Hussein las utilizó contra Irán y contra los kurdos. Pero el hecho es que no las tenía en 2003 y que la denostada política de control del armamento de los investigadores de la ONU había tenido éxito al conseguir que el régimen de Bagdad destruyera dichas armas, aunque Sadam Husein se guardó de reconocerlo en su día, probablemente considerando el valor disuasorio de la incertidumbre sobre este armamento. Lo cierto es que las armas inexistentes fueron utilizadas como bandera propagandística para iniciar una guerra que Washington estaba decidida a hacer y que en las mismas condiciones, asegura la Casa Blanca, volvería a iniciar.

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Muchos pueden sentirse con toda la razón para exigir a Bush y a sus aliados de entonces un pronunciamiento público reconociendo su error y su culpa. Y denostar más si cabe a quienes comenzaron una guerra con premisas falsas, a sabiendas o no. Sin embargo, hoy lo más importante es subrayar que el fiasco y la falsa amenaza de entonces no paralice la vigilancia necesaria para evitar que otros países o grupos terroristas se hagan con esta clase de armas. Al igual que el fenómeno de la tortura supone un gravísimo revés para la credibilidad de la lucha antiterrorista, las falsedades de antaño pueden dificultar la lucha contra la proliferación de estas armas, que es un riesgo real. Y el hecho de que la guerra de Irak comenzara sustentada por mentiras tampoco debe llevar a la peligrosa conclusión de que puede ser deseable en Irak un escenario distinto del establecimiento de un régimen que sea capaz de tener unas relaciones de cooperación razonable con sus vecinos y con las democracias occidentales, incluido Estados Unidos, y luche contra un terrorismo allí inducido por esta insensata invasión.

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