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Reportaje:

Wenzhou, de sol a sol

La 'capital china del zapato' compite con éxito con la industria española gracias a las pésimas condiciones laborales de los obreros

Li Hongqun dice que no tiene sueños, y calla. Aplica la cola sobre la suela de zapato negra y calla, con la mirada ausente. El olor a pegamento se hace insoportable. En la escalera, uno de los eslóganes que siembran el edificio advierte a los empleados: "Si hoy no trabajas duro, mañana tendrás que hacerlo para encontrar trabajo".

Li, de 38 años, que parecen 50, llegó hace cinco años a Wenzhou -una municipalidad de más de siete millones de habitantes en la costa oriental de China- huyendo de la pobreza rural de la provincia de Sichuan. Desde hace dos años es obrera en Fenghao, una de las miles de empresas del calzado que abrazan esta ciudad conocida como la capital del zapato. Y trabaja duro. Comienza a las ocho de la mañana y hace jornadas de 11 horas todos los días de la semana. "Y si la producción lo exige, estoy hasta las 12 de la noche. Tengo que pagar los estudios de mi hijo

Li trabaja 11 horas cada día de la semana. A su marido lo ve "cada dos o tres años"

que está en Sichuan". A final de mes, en función de la fabricación, logra ganar entre 800 y 1.500 yuanes (de 78 a 146 euros), más de cuatro veces los ingresos medios en el campo. A su marido, que trabaja en una mina en Xinjiang, en el extremo occidental del país, sólo lo ve "cada dos o tres años". Les separan miles de kilómetros.

Como Li, miles de inmigrantes de las provincias del interior trabajan en esta industria en Wenzhou (provincia de Zhejiang), una de las ciudades más prósperas de China. Parques industriales, mercados, zonas comerciales, limpiabotas. Wenzhou vive por y para el zapato. Y por ello, sus empresarios, famosos por su olfato para los negocios, decidieron instalarse en Elche, uno de los principales núcleos de este sector en España. El resultado ha sido una fuerte competencia, que provocó el pasado 16 de septiembre el ataque e incendio por parte de trabajadores locales de dos de las 70 naves asiáticas que han surgido en los últimos años en el polígono de Carrús con la entrada de China en la Organización Mundial de Comercio. Las compañías alicantinas les acusan de competencia desleal, de trabajar horas interminables, de evadir impuestos.

La habitación del hotel ya deja claro que Wenzhou es el reino de los negocios del calzado. Una caja de preservativos y dos juegos de plantillas "para prevenir el sudor, aligerar la fatiga y evitar los callos", entre otros, reciben al visitante.

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La ciudad, bañada por el río O'jiang, a unos 1.400 kilómetros de Pekín, yace entre montañas de vegetación frondosa en las que la clase pudiente construye sus mausoleos. La industria ligera -que incluye también gafas, cuchillas de afeitar o cerraduras- representa dos tercios de su producción industrial. Pero la actividad que le ha dado verdadera fama es el calzado. En sus barrios industriales alberga más de 4.000 fábricas, que realizan el 25% del total de la producción china y dan empleo a 400.000 personas; la gran mayoría, inmigrantes de Sichuan, Guizhou, Hubei o Anhui.

La ciudad tiene una larga tradición manufacturera. Durante la dinastía Song del sur (1127-1279), ya existía fabricación profesional de zapatos en Wenzhou. Aquí se produjeron los primeros de piel de cerdo de toda China. De las 12 empresas denominadas por el Gobierno "los reyes del zapato de piel", la mitad -como Kangnai, Aokang o Dongyi- proceden de esta ciudad.

"Los empresarios de Wenzhou comenzaron trabajando en sus casas, luego montaron fábricas y

[basados en los bajos precios] empezaron a exportar a todo el mundo", explica Zhu Feng, secretario general de la Asociación de la Piel y el Calzado de la ciudad. "La gente de aquí es muy emprendedora, identifica rápidamente dónde se puede ganar dinero". El 95% de la economía de Wenzhou es privada. Su producto interior bruto ha crecido a una media del 15% anual durante los últimos 25 años.

En la calles, la actividad es frenética. Las excavadoras derriban barrios antiguos para continuar construyendo una ciudad de cemento y acero, que hasta 1989 no tuvo ferrocarril ni aeropuerto. Algunos templos han sobrevivido a la piqueta, y destacan como perlas en el desierto. Las vallas publicitarias anuncian botas, mocasines, sandalias. En los edificios de oficinas, los ascensores hablan en inglés: "Going down, going down . First, first, floor, floor [primera, primera, planta, planta]".

Sentado en un despacho oscuro, Jiang Hong, director general de Fenghao, asegura que las razones del éxito de los chinos procede de los favorables precios de las materias primas -compra la piel en países como India o Pakistán- y de la mano de obra. Los 500 empleados de la compañía se reparten en cinco plantas. En las más bajas se corta la piel; en las superiores se cose, ensambla y embala. "A nuestros empleados les gusta trabajar más horas y los fines de semana para ganar más dinero. Si no les damos más horas, se van a otras empresas", afirma Jiang para explicar las largas jornadas. Muchos operarios son alojados en las propias fábricas, en pequeñas habitaciones para ocho personas; un sistema que es habitual por todo el país.

El problema, según la organización de derechos laborales China Labour Bulletin (CLB), sita en Hong Kong, es que, a pesar de que las leyes chinas fijan un número máximo de horas y unos salarios mínimos, no son respetados. "No hay duda de que la competitividad de los fabricantes de zapatos chinos se debe a los bajos salarios y las malas condiciones que sufren los inmigrantes. A menudo trabajan 11 horas al día y no se les paga lo que se debería por las horas extras. Con suerte tienen un día libre a la semana, a veces sólo dos al mes, o incluso menos", asegura Robin Munro, director de investigación de CLB. "Y aunque hay empresas donde las condiciones son razonables, en general no es así. La mayoría incumple la ley y no contribuye al sistema de pensiones ni tampoco les proporcionan seguro médico". En China están prohibidos los sindicatos independientes.

Un empresario local, que solicita el anonimato, lo explica sin tapujos: "la forma de trabajar aquí es muy diferente a la de Europa. Allí, la gente cumple sus obligaciones, aquí muchas empresas defraudan y no pagan todos los impuestos que deberían. Éste es el secreto. La forma de pensar es distinta".

Sin embargo, el precio no es la única preocupación de los empresarios de esta ciudad. Algunas compañías, como Aokang, están promoviendo marcas propias para intentar escapar a la imagen de fabricantes baratos y de baja calidad que rodea sus productos. Y ésa será su próxima batalla en los mercados internacionales. Fue una estrategia que comenzaron algunas empresas después de que en 1987 el Gobierno de Hanzhou, también en Zhejiang, ordenara quemar por su mala calidad 5.000 pares de zapatos procedentes de Wenzhou. "Esto tuvo un gran impacto en la industria de nuestra ciudad y algunas empresas decidieron mejorar el producto y crear sus propias marcas", cuenta Wu Shouzhong, vicepresidente de Aokang, que tiene 5.000 empleados. "Este incidente, la quema de zapatos, no lo hemos olvidado. Tuvo muy buenas consecuencias para Wenzhou".

Dos obreros, en una fábrica de zapatos de Wenzhou.
Dos obreros, en una fábrica de zapatos de Wenzhou.J. R.

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