Último tranvía para el Gobierno de Camps
El presidente de la Generalitat y del PP valenciano, Francisco Camps, ha de admitir, aunque lo niegue tres veces, que el reajuste del Consell que acaba de hacer es una chapuza que únicamente se explica por las componendas que ha de asumir en el seno del partido, donde todavía se cuestiona y condiciona su liderazgo. En tales circunstancias, y hábilmente, ha tratado de que se analice lo menos posible este episodio y nada mejor para ello que desviar la atención y opinión hacia el adversario, el PSPV. Y así, con poca sintonía con el prudente estilo a que nos tiene acostumbrados, ha puesto a parir al dócil colectivo socialista. De éste ha dicho que no tiene "ideas, ni ilusión, ni proyecto", y también que "está desesperado y en su peor momento", además de situarlo "fuera del tablero político".
No nos extraña esta súbita hostilidad, muy propia del rigodón partidario, pero la verdad es que se nos antoja injusta y desagradecida. El PSPV ha venido siendo una malva, con muy pocas excepciones a cargo de algún que otro tenor ingenioso más que afilado. A los socialistas les ha bastado -o eso han creído- callar y contemplar el fratricidio de su adversario, el PP indígena. Ellos, los sociatas, saben de sobra por lo mucho que las han sufrido cómo acaban estas reyertas familiares, cual es la disputa entre campistas y zaplanistas. No hace falta terciar ni azuzar: ellos solos se acuchillan. Y tal ha sido, o así nos parece, la actitud de Joan Ignaci Pla y su muchachada: mirar y callar con tanta discreción como cinismo. También hubieran podido meter baza y exprimir la oportunidad, pero para eso necesitaban recursos intelectuales, retóricos y tácticos de los que hoy carecen. Una minusvalía de la que un día u otro se recuperarán. ¿O cree el PP que gobernará siempre sin más oposición que bulle en su seno?
De lo dicho puede desprenderse, quizá, que en el PP se ha fumado la pipa de la paz y que todos son ya una piña. De eso, nada. Hoy el PP está trufado de heridas, resentimientos y sospechas. En los periódicos emergen algunos de los incidentes que delatan las diferencias, como el contencioso entre el presidente de la Diputación Provincial alicantina y el alcalde de aquella capital. Pero lo realmente expresivo del problema no es el incidente puntual que se publica, sino lo que se desprende del desdén e insidia con que unas facciones hablan de las otras. Un fenómeno que estallará como un big-bang a poco que se comprima el pesebre y no haya nómina pública para todos. El consejero Alejandro Font de Mora declaró que en el PP no había "fracturas, amenazas ni coacciones". Justo lo que estaba a la orden del día.
Y esto nos aboca a la crisis de gabinete que ha dado pie a estas líneas y que sumariamente queda calificada mas arriba. Una chapuza necesaria, decíamos, de la que no nos convence que haya tenido que financiarse a cargo de los dineros públicos y no de los partidarios. Alumbrar nuevas consejerías, forzando arteramente los límites estatutarios, conlleva un desmadre de gastos suntuarios e inútiles que no se compadecen con los agobios de nuestra hacienda autonómica. ¿No hubiera sido mejor haber hecho el nombramiento, enviar el sueldo a casa y olvidarse de acumular más cargos y burocracia? Y no lo digo únicamente por el buñuelo ese de la Cooperación y Participación que dirigirá Gemma Amor. El mismo titular de Relaciones Institucionales y Comunicación, González Pons, va a tener que agudizar la imaginación para nutrir el embolado con el que premian su azaroso tránsito por Cultura y Educación. Justo Nieto, el ya legendario rector de la Universidad Politécnica, ha sido agraciado con un departamento en el que todo está por inventar. Es como el colofón de una larguísima carrera. Y la nueva vicepresidencia, esa sí hacía falta, sólo porque Víctor Campos, su titular, no sabía cómo liberarse de lo que se llevaba entre manos, la Justicia y las Administraciones Públicas.
Tiempo y ocasión habrá para pulsar la gestión y rendimiento de los cambios en la demediada legislatura que nos queda. A todos, y al presidente primero, les incumbe salvarla aprovechando este último tranvía que les pasa por la puerta y que acaso signifique el impulso que les faltaba.
OTRA DE TRÁNSFUGAS
Tres concejales tránsfugas de Moncada, expulsados del PSPV, son requeridos por el partido para que justifiquen gastos por valor de 120.000 euros efectuados mientras fueron dirigentes del mismo. Podría ser una acusación infundada o una maniobra para desacreditarles. En todo caso, lo lógico hubiera sido que saliesen inmediatamente al paso de la acusación, demostrando la vileza de los acusadores, ya que la penosa condición de tránsfuga, agravada por su idilio con la derecha municipal para desplazar a los socialistas, abona la peor sospecha. El PP habría de considerar qué clase de socios avala su posible gobierno, si lo avalan.
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