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Reportaje:

La última batalla de Bush

El presidente de Estados Unidos librará en los dos próximos meses -desde la convención republicana, que se abre mañana, lunes, en Nueva York, hasta el 2 de noviembre, día de las elecciones- la gran batalla de su reelección. Hace un año, George W. Bush calculaba que este otoño electoral de 2004 iba a ser mucho menos complicado para sus aspiraciones.

Pero ni Irak salió como él esperaba ni la situación económica es tan buena como para olvidarse de que las armas de Sadam Husein no aparecieron y que en algún momento de las próximas semanas los soldados muertos habrán llegado a la simbólica frontera del millar.

Bush soñaba este otoño como un paseo, con Irak normalizado y los soldados volviendo a casa, y con una economía con índices de crecimiento como los del segundo semestre de 2003.

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No ha sido así, aunque tampoco el panorama es catastrófico en ninguno de los dos ejes electorales: el presidente salvó los muebles con la mayor implicación de Naciones Unidas y con la entrada en escena del Gobierno provisional iraquí, y el crecimiento económico se mantiene, aunque haya perdido fuelle y el empleo no se haya recuperado por completo de la crisis.

Hace un año, además, el adversario casi no existía; el Partido Demócrata empezaba a salir de la parálisis del 11-S y de la guerra, y parecía inclinarse sin remedio hacia un candidato, Howard Dean, que era el preferido de la Casa Blanca. Pero los demócratas despertaron con más fuerza de la prevista y se unieron; no detrás del candidato más popular y más fácilmente tachable de extremista, sino detrás del que vieron con más posibilidades reales de llegar a la Casa Blanca, John Kerry.

Difícil horizonte

Ahora, el horizonte es difícil para Bush: la mayoría de los estadounidenses creen que el país no va en la buena dirección y está prácticamente empatado en los sondeos con Kerry, pero los pocos indecisos que hay ven con mejores ojos al demócrata. Para luchar contra el fantasma de que se repita la historia que vivió su padre en 1992 -perder unas elecciones, frente al candidato demócrata Bill Clinton después de ganar una guerra- George Bush y los republicanos están volcándose y no descansarán ni de día ni de noche en los próximos 64 días.

Los republicanos tienen, para hacer la campaña y los anuncios por televisión, millones de dólares, una financiación que ha batido el récord, pero los demócratas también poseen recursos. Tienen los republicanos a su servicio una militancia movilizada como nunca antes, pero los demócratas también, y tienen la ventaja, a diferencia de los demócratas, de contar con el formidable aparato del poder, con la gravitas que da la presidencia y que sirve para amplificar la dimensión del candidato y convertir las elecciones en un referéndum.

Bush, el presidente de guerra, como él mismo gusta definirse, está librando su última batalla política. Una batalla para ganarse la confianza de los votantes en las primeras elecciones que se celebran en Estados Unidos tras los atentados de las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001.

Con el nivel de enfrentamiento que hay y con un electorado dividido casi al 50%, la fórmula para ganar es relativamente sencilla: conseguir que todos los partidarios voten -que ningun votante en potencia se quede en casa o caiga en la tentación de pasarse al adversario- y luego ganarse al puñado de electores independientes que determinará los resultados en los 17 Estados en los que hay diferencias mínimas en los sondeos.

En el caso de Bush, señala Xavier de Souza Briggs, profesor de la John F. Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard, lo que tiene que hacer para ganar está claro: "Lo que debería hacer, y está haciéndolo, es intentar frenar a aquellos votantes que optaron por él en 2000 y que ahora están enfadados, por Irak o por lo que sea, frenarlos para que no voten por Kerry. Su mensaje, en la convención y en las próximas semanas, va a ser éste: 'Bueno, es posible que no os apasione todo lo que ha ocurrido; os escucho, lo entiendo. Pero estamos trabajando para afianzar la recuperación económica, estamos trabajando para resolver la situación en Irak, y vamos a reconstruir las alianzas en el mundo siempre que eso no comprometa la seguridad de Estados Unidos... Y Kerry es mejor que no salga, porque no está hecho de la fibra que tienen los comandantes en jefe, no es una buena opción'. Es decir, tienen que llevar a la gente a que no le guste la alternativa, aunque no estén fascinados con el candidato".

¿Es posible que este mensaje tan simple cale en el electorado? ¿Es posible que Bush no resulte penalizado por las imprudencias y los errores cometidos? "Si Bush puede ganar estas elecciones a pesar del fracaso de sus dos decisiones más claras -librar una guerra y tratar de no sufrir las consecuencias económicas-, será auténticamente un político milagro", escribe el veterano analista David S. Broder en The Washington Post. Broder cree que la apuesta de Irak ha fracasado, porque "no existen las razones de una guerra que ha costado ya casi mil vidas de estadounidenses y cuyos gastos superan los 100.000 millones de dólares", y que la apuesta de reducir los impuestos en un periodo así ha fracasado porque hay déficit gigantescos, una recuperación económica lenta y menos empleo de lo que debería haber. Por eso calcula que las probabilidades de perder que tiene Bush son mayores que las de ganar.

El presidente tendría graves problemas si se aplicara este análisis en todo el país, pero no todo Estados Unidos piensa como San Francisco o Nueva York, y el 11 de septiembre sigue muy presente en buena parte de la sociedad. Los mayores esfuerzos del equipo de Bush se destinan a recordar que hay una guerra en marcha y que el presidente es más fiable que Kerry para enfrentarse al terrorismo.

"Muchos estadounidenses tienen aún miedo. Comparado con el electorado de hace cuatro años, el de ahora está preocupado por la crisis económica y, sin duda, está bajo el recuerdo del 11-S y alarmado por la posibilidad de que haya otros atentados. La base republicana que está en el centro y en el sur del país ve las cosas de otra manera", recuerda De Souza Briggs.

Éste amplía el argumento: "Por una parte, sí es chocante que después de lo que ha pasado en Abu Ghraib, después del consenso que hay sobre los fallos de los servicios de información y sobre la ausencia de justificaciones para la guerra, es chocante e incluso asombroso que Bush no pague un precio mayor; por otra parte, hay una amplia franja de estadounidenses que responden a mensajes políticos sencillos sobre cómo hay que hacer para que el país sea más seguro y que durante muchos años han confiado más en los republicanos que en los demócratas para los asuntos relacionados con la seguridad nacional. Los demócratas están aún pagando el precio de que se les asocie con los años de los movimientos a favor de los derechos civiles primero y contra la guerra de Vietnam después, y eso es utilizado, y tiene impacto entre moderados y conservadores".

Extrema radicalidad

Algunos de estos conservadores, por otra parte, están descontentos con la extrema radicalidad de los neoconservadores en política exterior y con la irresponsabilidad fiscal que ha contribuido a volatilizar el superávit de los años de Clinton.

Para no perder su apoyo, los mejores horarios de la convención se han reservado a figuras moderadas y populistas del partido, como el ex alcalde de Nueva York y héroe nacional Rudy Giuliani; el gobernador del Estado, George Pataki; el senador demócrata -aunque en proceso de despedida del partido- Zen Miller y el gobernador de California, Arnold Schwarzenegger.

Álex Burgos, portavoz del Comité Republicano en la Cámara de Representantes, lo explica así: "Bueno, en Nueva York hay que tener a Giuliani y a Pataki... En cuanto a Schwarzenegger, es lógico que hable. Es el gobernador del Estado más grande y no importa que uno sea demócrata o republicano o independiente: a Schwarzenegger, todo el mundo le conoce y seguramente mucha gente va a escucharle; es fácil que al menos una de las noches de la convención la gente preste atención para ver qué tiene que decir el gobernador Schwarzenegger".

"Van a trabajar muy en serio para mantener a los leales y también para llegar a los moderados, a los republicanos centristas", coincide el politólogo de Harvard De Sousa Briggs. "Es una elección inusual, mucho más reñida que en 2000, y en este campo Bush tiene un reto difícil. A diferencia de Reagan, buena parte de la base de Bush está formada por la derecha religiosa, y hay una serie de asuntos, como el de mantener el derecho a la interrupción del embarazo tal y como está o los matrimonios gays, que son importantes para esa base. Al mismo tiempo hay líderes republicanos de la escuela de Reagan, republicanos de California o personalidades como el senador John McCain, que en estos asuntos están más cerca de los demócratas, y el partido no puede permitirse el lujo, por hacer caso a la base religiosa, de enfrentarse a clases medias moderadas o conservadoras que han asumido también esos asuntos".

Cheney corrige el rumbo

Después de la política dura de los últimos meses para satisfacer a las bases religiosas, ahora se corrige el rumbo. Ése es el mensaje que el vicepresidente Cheney -cuya hija Mary, lesbiana, dirige la campaña para su reelección- lanzó el pasado martes en Iowa: "La libertad es libertad para todos", dijo al distanciarse de la propuesta presidencial de enmendar la Constitución para cerrar el paso a los matrimonios gays. Como señala De Souza Brigss, "lo que la Casa Blanca quiere hacer, y eso es lo que veremos en la convención, es tratar de reeditar el mensaje del año 2000, y presentar un Partido Republicano tipo gran carpa, bajo la cual se encuentra gente con diversos puntos de vista, sin fijar estrictamente las líneas de juego para que nadie se sienta excluido".

Si el Partido Republicano consigue amarrar la base religiosa, por un lado, y satisfacer a los moderados, por otro, irá después a por el voto de los independientes, especialmente difícil en estas elecciones, porque ha disminuido la franja de swing voters, de votantes abiertos al cambio. Y las opciones políticas están repartidas a la mitad, tanto si se examinan las cámaras de representantes de los 50 Estados como si se atiende a la identificación política de los ciudadanos. De los 7.382 congresistas y senadores de los Estados, el 49,95% son republicanos, y el 49,13%, demócratas.

Y según Gallup, el 45,5% de los estadounidenses se consideran republicanos o independientes conservadores, y el 45,2% se confiesan demócratas o independientes que simpatizan con los demócratas.

La pelea es de la mitad contra la otra mitad, con unos cuantos independientes -entre el 6% y el 10% del electorado- en medio.

El analista político Charles Cook, en un reciente encuentro con corresponsales extranjeros en Washington, se confesó impresionado por la polarización de los votantes y por la intensidad de sus sentimientos: el odio que los demócratas sienten por Bush es sólo comparable al que tenían los republicanos hacia Clinton: "Y esto es inusual. Yo jamás encontré a nadie que odiara a Bush padre, y aunque muchos demócratas odiaran la política de Reagan, casi ninguno le odiaba personalmente. Hubo republicanos que tacharon de débil y dubitativo a Carter, pero no le odiaban. Y jamás encontré tampoco a nadie que odiara a Gerald Ford. Hay que remontarse a los tiempos de Nixon, y antes a los de Roosevelt, para encontrar a amplios sectores de norteamericanos que expresen sentimientos tan cargados contra un presidente como ahora y en la época de Clinton".

En opinión de Cook, los estadounidenses están muy divididos sobre sus apreciaciones de los candidatos, los resultados van a ser muy ajustados -con lo que eso supuso en 2000- y por ello "va a haber un alto grado de participación, quizá la mayor en los últimos veinte o treinta años".

En mal camino

Cook cree que si no ocurre algo extraordinario, Bush puede perder el referéndum presidencial, porque los indecisos que a estas alturas no tienen claro su voto no apoyarán mayoritariamente la reelección: "El 74% cree que el país está en el mal camino". ¿Qué entiende por algo extraordinario? Un atentado, por ejemplo. Pero depende del momento: "Los norteamericanos nos unimos en torno a nuestro presidente cuando hay una crisis internacional o un ataque de ese tipo, y eso es lo que ocurriría en el primer momento y durante días o semanas, es difícil de concretar. Podría haber una segunda fase en la que algunos se preguntaran por las prioridades presidenciales en los tres últimos años, y de ahí se podrían sacar conclusiones en cualquier dirección".

En privado, algunos intelectuales conservadores admiten que el presidente no merece la reelección: "Ha tomado decisiones sin fundamento, ha dirigido un Gobierno imprudente en política exterior y en política fiscal, ha separado más que ha unido", según un miembro de un think tank notablemente conservador.

En privado también, algunos dirigentes republicanos confiesan su preocupación por la posibilidad de la derrota. Oficialmente, líderes y militantes van a Nueva York con la moral alta: "Creo que llegamos a la convención en una buena posición. No tenemos necesidad de hacer el gran esfuerzo que habíamos previsto, porque los demócratas casi no consiguieron impulso después de su Convención de Boston. Creo que estamos bien, en buena posición", asegura Álex Burgos, convencido de que su partido, además de seguir en la Casa Blanca, mantendrá la mayoría que ahora tiene en las dos cámaras.

Y añade: "Es muy pronto aún para hacer pronósticos, pero yo creo que a partir de esta convención, con el presidente y los otros candidatos, con los grandes recursos financieros que tenemos para la campaña y con el impulso que vamos a conseguir después de la convención, las perspectivas son buenas. ¿Que si soy optimista? Sí, definitivamente".

El presidente Bush se dirige al estrado en un acto político celebrado el pasado jueves en Las Cruces, Estado de Nuevo México, tras ser presentado por el ex alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani.
El presidente Bush se dirige al estrado en un acto político celebrado el pasado jueves en Las Cruces, Estado de Nuevo México, tras ser presentado por el ex alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani.AP

De Vietnam a Irak

LA GRAN DISTRACCIÓN de la campaña electoral, que no se ha tomado ni un respiro en agosto, en contra de lo habitual, ha sido el debate sobre el pasado de Kerry en Vietnam. Es difícil probarlo, pero no hay experto que no vea la astuta mano del cerebro político de Bush, Karl Rove, en el asunto. En todo caso, es evidente -ha habido dos dimisiones por el momento- que había asesores de la campaña republicana que colaboraban con el grupo Veteranos de las Lanchas Rápidas por la Verdad (como también es evidente que hay operadores demócratas coordinados con el partido en los grupos paralelos que actúan bajo los paraguas de MoveOn.Org y America Coming Together).

¿Ha tenido éxito la campaña publicitaria de los veteranos que han puesto en duda los méritos de Kerry, la profundidad de sus heridas o su papel en las protestas de 1972 contra la guerra? En parte sí, porque los medios la han amplificado enormemente, ha creado dudas sobre el historial del candidato demócrata y le ha puesto a la defensiva. Pero también ha tenido el efecto de galvanizar a independientes y moderados que adivinan juego sucio. Y, en última instancia, si para ser presidente es importante el historial militar de los dos candidatos, no hay color en la comparación. Como dijo John Modesta, antiguo jefe de gabinete de Clinton, "hoy, el senador Kerry tiene metralla en la pierna, y el presidente Bush tiene dos empastes de su mili en Alabama, correspondientes al único día en que estaba de servicio".

La habilidad, en todo caso, de la Casa Blanca reside en haber llegado a esta Convención de Nueva York con el debate nacional más centrado en Vietnam que en Irak. Los demócratas no han logrado -Kerry no tiene las manos libres en este terreno- poner en evidencia los errores de la guerra y la posguerra ni presentar mejores alternativas a la reorganización de los servicios de información o a la lucha contra el terrorismo, y eso es fundamental, porque la victoria será de aquel que convenza al electorado de que es más fiable para llevar las riendas de la seguridad nacional.

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