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Reportaje:ARQUITECTURA

La ciudad blanca

No hay de qué sorprenderse. Tel Aviv posee la mayor y más homogénea concentración de edificios de la primera vanguardia. Aunque la ciudad se fundó en 1909, su centro histórico tal y como lo conocemos hoy se erigió durante la década de 1930 por un grupo de jóvenes arquitectos sionistas emigrados desde una Europa crecientemente hostil para ellos. Además de Arieh Sharon, Dov Karmi o Joseph Neufeld, dos arquitectas de talento: Genia Auerbouch y Elsa Gidoni. Todos eran seguidores de la primera generación de modernos europeos; de Le Corbusier, Loos, Mendelsohn y, sobre todo, de la Bauhaus. Más allá de estas influencias, concibieron un lenguaje arquitectónico propio, una adaptación regional distintiva relacionada con el clima y los modos de vida, pero muy especialmente con un marcado sentido de identidad nacional. Ese lenguaje estaba basado en una síntesis abierta e inclusiva de todo lo que significaba progreso. En términos arquitectónicos esto se traducía en una recombinación de los pilotis, las ventanas corridas y las cubiertas-jardín de las villas de Le Corbusier, junto con las amplias terrazas que incorporaban las curvas sensuales y dinámicas y los ojos de buey náuticos que el propio Mendelsohn había llevado a Palestina, y que se manifiestan de forma especial en el hospital Hadassah de Jerusalén.

Estas áreas se han convertido en el último legado de un periodo dorado de la arquitectura y el urbanismo modernos
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Viejas heridas

Tel Aviv no es sólo una acumulación de obras maestras racionalistas; es una ciudad, y una ciudad que le dio la vuelta al mito de que la arquitectura moderna ha sido incapaz de definir o crear entornos urbanos. Hoy acoge al sector más pujante de la tercera generación de pobladores del Estado de Israel, y de hecho es el centro cultural y económico del país, que bulle lo mismo en la animada vida de sus cafés que en su floreciente desarrollo tecnológico. Pero la ciudad de los años treinta fue también producto de un pensamiento regionalista, y se trazó de acuerdo con el movimiento de la ciudad-jardín, especialmente en sintonía con el escocés Patrick Geddes, para procurar la calidad de la vida social entre sus habitantes y el contacto con la naturaleza. Todo ello, en combinación con la exuberante vegetación mediterránea y su localización junto al mar, con extensas playas de arena, explica que continúe siendo unos de los enclaves residenciales más deseados y caros.

A pesar de sus cualidades arquitectónicas y urbanas, Tel Aviv no puede encontrarse en ninguna de las historias canónicas del siglo XX. Hay distintas razones para explicar esa amnesia, entre ellas el hecho de que estos arquitectos no eran escritores prolíficos. Apenas había revistas en el momento, y los principales protagonistas fallecieron sin llegar a poner por escrito su versión de los hechos.

La primera persona en llamar la atención sobre Tel Aviv fue Michael Levin, ahora profesor en el Technion de Haifa y en el Shenkar College de Ramat Gan. Lo hizo en 1984, como comisario de una exposición que se exhibió en el Museo de Tel Aviv y después en el Museo Judío de Nueva York, y con un catálogo en dos volúmenes titulado La ciudad blanca. Y ahora está a punto de publicar un trabajo monográfico sobre el tema. Gracias a su activismo, al de personalidades como Dani Karavan, escultor israelí residente en París, o Nitza Szmuk, al frente del Departamento de Patrimonio de Tel Aviv entre 1993 y 2003, y a otros estudiosos que han seguido sus pasos, la iniciativa de difusión de Levin ha tenido éxito.

Hasta el momento se han catalogado

para su preservación 1.679 edificios. Corresponde tanto a las autoridades municipales como al programa de la Unesco que el plan de conservación afecte no sólo a edificios concretos, sino a fragmentos completos del tejido urbano. Este tejido corresponde a tres localizaciones céntricas: el entorno del bulevar Rothschild, la plaza Dizengoff y la calle Bialik. El gobierno local se ha comprometido a impedir las adiciones en edificios originales y las construcciones irregulares en las áreas comprendidas en la declaración, y a aprobar el plan de conservación. Pero no se trata de congelar el tiempo y convertir la ciudad entera en un museo. La designación de la Unesco se basa en una selección de las partes más delicadas y preciosas de ese tejido, despojadas del velo de la amnesia, rescatadas de las máquinas de demolición y protegidas frente a la especulación.

Estas áreas de la ciudad se han convertido en el último legado de un periodo dorado de la arquitectura y el urbanismo modernos, un tributo al idealismo y la inventiva de una gente que construyó a partir de la nada una ciudad humana y próspera. Así que el plan de conservación asume que la ciudad es un organismo vivo, previendo su crecimiento en las áreas no incluidas como patrimonio de la humanidad. Este enfoque es nuevo, y se sitúa inteligentemente entre la momificación de su patrimonio y el laissez-faire total. Pero lo más importante es que la designación de la Unesco arroja luz sobre el hecho de que Tel Aviv es el más raro de los especímenes, una ciudad enteramente construida en el siglo XX en la que a la gente le gusta vivir. El mundo tiene mucho que aprender de sus logros, pasados y presentes.

La Unesco ha catalogado, hasta ahora, 1.679 edificios de Tel Aviv.
La Unesco ha catalogado, hasta ahora, 1.679 edificios de Tel Aviv.MUSHIR ABDEL RHMAN

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