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Columna
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Crisis de legitimidad

"El 71% no puede estar equivocado". Así rezaba el texto de la pancarta que un grupo de mujeres del Partido Republicano colocaron a la entrada del recinto en el que se celebraba la Convención de dicho partido a fin de nominar al candidato a las elecciones presidenciales de 1988, que fue George Bush padre. Con dicho texto las mujeres republicanas partidarias del reconocimiento del derecho de la mujer a interrumpir voluntariamente el embarazo durante las 12 primeras semanas hacían referencia al porcentaje de la población americana que, de acuerdo con lo que reflejaban todas las encuestas, estaban a favor del reconocimiento de tal derecho tal como había quedado consagrado tras la sentencia del Tribunal Supremo de 1973 en el caso Roe vs. Wade.

Mientras Arenas sostenga que la deuda era un montaje no podrá dirigirse con credibilidad a los ciudadanos

Creo que el PP, en España en general y en Andalucía en particular, haría bien en hacer suyo el contenido de la pancarta de las mujeres republicanas del 88. En democracia no se puede pretender tener la razón contra una mayoría aplastante de los ciudadanos. Menos todavía cuando la mayoría no es volátil o está condicionada por circunstancias emocionales muy intensas, sino que es una mayoría que se mantiene e incluso se confirma con el paso del tiempo. Cuando a pesar de ello, el gobernante continua pretendiendo tener la razón contra ella, la arrogancia que tal manera de proceder trasluce acaba conduciendo casi inexorablemente a una grave crisis de legitimidad.

Algo de esto es lo que le ha ocurrido al PP el 14-M en la doble consulta electoral. No se puede pretender tener razón contra el casi 80% de los ciudadanos que se han mantenido en contra de la participación de España en la guerra de Irak desde antes de que empezara hasta después de la retirada de los soldados españoles. No se puede pretender tener razón contra la inmensa mayoría de los ciudadanos andaluces que consideran que el Gobierno de la nación ha estado penalizando económicamente a Andalucía con la finalidad de torcerle el brazo al Gobierno democráticamente elegido por los andaluces.

El PP no ha perdido solamente las elecciones. Ha quedado en cierta medida deslegitimado para dirigirse a los ciudadanos y pedirles que depositen en él su confianza. No sé si es consciente de ello.

El PP tiene que reflexionar sobre si quiere seguir manteniendo que su decisión de ir a la guerra en Irak fue correcta o no lo fue, así como también si fue correcto o no lo fue el trato que ha dispensado durante ocho años al Gobierno de la Junta de Andalucía. Puede seguir manteniendo que, en ambos casos, su actuación fue correcta y que han sido circunstancias ajenas al normal enfrentamiento político entre los partidos lo que está en el origen de su pérdida del poder. Está en su derecho de proceder de esta manera. Pero debería saber y alguien desde dentro del propio partido debería empezar a decirlo que, mientras se mantenga en esa opinión, las dificultades que va a tener para relacionarse con los electores van a ser insuperables.

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Cuando los ciudadanos, tras haber mantenido una opinión abrumadoramente mayoritaria sobre un tema importante, acaban retirando la confianza en unas elecciones al partido del Gobierno o castigando de manera muy dura al partido de la oposición que aspira a formar Gobierno, los perdedores tienen que aceptar la manifestación de voluntad de los ciudadanos en las urnas. No basta con decir que se aceptan los resultados electorales. Eso es no decir nada, puesto que esos resultados son los que son y el partido que ha perdido no puede hacer nada contra ellos. Los resultados de unas elecciones no se aceptan o se dejan de aceptar. Se imponen y ya está.

Lo que los partidos tienen que hacer, y el que pierde todavía más que el que gana, es aceptar la manifestación de voluntad de los electores. Aceptarla de verdad. No decir simplememte que aceptan las consecuencias de dicha manifestación de voluntad. Los electores le han dicho al PP no a la guerra de Irak y no a la deslealtad del Gobierno con Andalucía. Han censurado la conducta del Gobierno del PP, han desaprobado su gestión. Esto es lo que el PP tiene que aceptar, si quiere superar la crisis de legitimidad en que se encuentra. Tiene que aceptar que se equivocó, que no llevaba la razón. Y que no la llevaba porque había una mayoría aplastante que estaba en contra de la política que había puesto en práctica. Mientras siga diciendo que hizo en Irak lo que había que hacer y mientras siga sosteniendo, como acaba de hacer Javier Arenas, que el conflicto por la no liquidación de la deuda era un montaje del presidente Chaves, no podrá dirigirse con credibilidad a los ciudadanos.

Es posible que el atentado terrorista del 11-M influyera en los resultados electorales del 14-M. Pero en lo que no ha influido en lo más mínimo es en la opinión de los ciudadanos respecto de la guerra de Irak. Los porcentajes en contra de la presencia española siguen siendo los mismos que los del primer día en que se hicieron encuestas. Es en esta contradicción entre la opinión pública y la política del PP en donde está el origen de su derrota. Sin la foto de las Azores, el atentado terrorista no hubiera tenido por qué operar en contra del Gobierno. Más bien habría operado a su favor, como suele ocurrir en estos casos. No fue el atentado sino la guerra lo que se volvió en contra del Gobierno. Pero, además, lo que el PP tiene que explicar y explicarse es por qué en Andalucía se produjo un corrimiento de votos mayor que en el resto del Estado. Porque esto sí que no se explica de ninguna manera por el atentado terrorista. El PP no tiene un problema con el PSOE. Lo tiene con la sociedad española. Tiene que aceptar que se equivocó y tiene que rectificar de manera expresa. Mientras no lo haga, estará atrapado en una crisis de legitimidad sin salida.

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