Un mundo proteico
En los últimos meses, con motivo de la concesión del Cervantes a Gonzalo Rojas, han aparecido publicados cinco libros con su firma. Todos ellos son recopilaciones -alguna equívoca- o antologías en las que se da cuenta de la calidad poliédrica de su poesía. Desde los textos, todavía influidos por el grupo surrealista La Mandrágora, escritos en los años treinta en la estela del surrealismo, aunque con la perspectiva y la voluntad del distanciamiento -"justo por lo disidente me inscribí en ese equipo", afirma Rojas-, hasta los poemas más recientes.
Nacido en 1917, Rojas es una representación viva de la poesía más innovadora que se ha producido en lengua castellana a partir de los años cuarenta del siglo XX. Perteneciente a la generación chilena de 1938, comenzó a escribir cuando en América son cuestionados los excesos de las vanguardias y comienza a apuntarse una lírica más transparente y directa: "Ese momento se distingue por una mayor conciencia crítica del lenguaje y cierto proyecto de diálogo con el mundo tal vez más coherente y lúcido, aunque sin duda menos creador que el de los grandes volcanes de la década del veinte: Huidobro, De Rokha, Neruda y -un poco antes- la Mistral", cuenta el chileno. Esa experiencia literaria alimentará la dialéctica que a lo largo de los años ha cruzado su obra: el lenguaje como espacio de lo irreverente, como lugar de la sorpresa. La palabra como "relámpago intuitivo". La poesía como objeto de reflexión sobre su propio sentido. El mundo como realidad injusta, objeto del desacuerdo y de la crítica, pero también de la celebración. En definitiva: la obra de Rojas es una dilatada convivencia entre su visión inconforme del mundo -en una actitud que tiene su origen en su vida junto a los mineros de Atacama en los años cuarenta y que dio lugar a su libro iniciático, La miseria del hombre (1948)- y la aceptación y el disfrute, llenos de sensualidad, de sus ofrendas más telúricas.
Esa convivencia se confirma
en los libros recién aparecidos, entre los que se encuentran dos que recogen sendas grabaciones con la voz del poeta. ¿Qué decir de ellos? En primer lugar que, salvo la Antología poética que presenta Fabienne Bradu, llevan títulos de poemas ya publicados y son recopilaciones: La reniñez, texto aparecido en Metamorfosis de lo mismo (Visor, 2000), su poesía completa, acoge un libro-homenaje al pintor Roberto Matta, fallecido en 2002; Concierto, poema procedente de Materia de testamento (1988), da título a la antología elaborada por Nicanor Vélez, y No haya corrupción procede, también, del título de un poema ya publicado.
En La reniñez dibuja un recorrido por las distintas caras de su experiencia lírica: la presencia de la voz ajena (Kafka, Baudelaire, Neruda...); el valor del poema como revelación de un idioma otro (Lo inhablable); la vigencia de lo amoroso-erótico como parte de una mística laica (el Eros); la muerte como reverso y la perduración del poeta en la obra después de la desaparición física. Los dibujos de Matta, cargados de erotismo y de una inocencia primitivista, dan al libro una rara frescura.
La Antología poética, con una selección de poemas sólo en parte distintos a los que aparecen en La reniñez, realiza un recorrido similar. Con mucha mayor densidad y extensión, Concierto afronta un recorrido riguroso por su obra entre los años 1935 y 2003. El prólogo, medido e iluminador, de Vélez junto a la amplitud de la selección, apunta en la dirección de convertir este libro en la antología canónica de Gonzalo Rojas.
En La reniñez y en Antología poética se anuncian textos inéditos. Cierto. Pero la casi nula información que se da acerca de ellos hace que el lector se vea obligado a descubrirlos por comparación con los poemarios ya publicados. Sólo hay una excepción: el poema La desabrida, que aparece en La reniñez con el pie "inédito". El resto de los inéditos hay que descubrirlos por eliminación. Y el lector descubre que hay siete poemas que no aparecen en su Poesía completa publicada en 2000 (¿son inéditos?), de ellos cuatro en La reniñez y tres en Antología. Especialmente desconcertante a este respecto resulta el libro No haya corrupción. Su calidad de volumen breve, el hecho de que se publique sin prólogo y de que en la solapa se deje entrever que es un libro nuevo induce al equívoco. Por una razón: se trata de una recopilación de poemas ya publicados. En teoría hay dos inéditos (Del zumbido y El cofre) que aparecen en la antología citada. Pero dos poemas sobre los veintitrés que componen la totalidad no pueden, en ningún caso, justificar la ausencia de una información imprescindible sobre el carácter del libro. Sería necesario aclarar ese extremo en futuras ediciones. La incuestionable entidad literaria de la obra de Rojas lo exige.
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