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Tribuna
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11-M: deber de memoria, deber de acción

"Todos íbamos en el mismo tren"

(Manifestaciones del 12-M)

Llovía. Miles, millones de ciudadanos de toda España se manifestaban, consternados y compungidos, llenos de dolor y de espanto. Una joven, bajo un paraguas blanco, los ojos irritados, se preguntaba: "¿Qué se puede hacer? ¿Hay solución?"... Sí, pensé, mirando alrededor. Se trata de no olvidar a las víctimas del terror, de la opresión, del desamparo, de la exclusión. Se trata de ampliar este magnífico "todos somos madrileños" a "todos somos ciudadanos del mundo", de un mundo que debe reconducirse, que puede reconducirse.

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Después del 11 de septiembre de 2001, escribí en estas mismas páginas un artículo titulado Nosotros, los pueblos..., en el que recordaba, en aquellos momentos de gran temor y angustia, que deberíamos actuar como se hizo, bajo el liderazgo norteamericano, al final de la II Guerra Mundial: unirnos para "evitar a nuestros hijos el horror de la guerra" (Carta de las Naciones Unidas) y "construir la paz en la mente de los hombres" (Constitución Unesco). No sólo se fundó la ONU en San Francisco, sino que se rodeó de una constelación de instituciones internacionales especializadas en los aspectos básicos de la tarea común: la alimentación (FAO), educación, ciencia, cultura y comunicación (Unesco), salud (OMS)..., junto a la "reedición" de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), ya existente desde la Liga de Naciones, y la creación de las dedicadas a las cuestiones financieras (Fondo Monetario Internacional) y económicas (Banco Mundial para la Reconstrucción y el Desarrollo).

En 1948 se dotó al conjunto del sistema de unos puntos de referencia éticos, de unos principios generales: la Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea General en el mes de diciembre. Existían ya las instituciones y las "normas de conducta", pero la convivencia pacífica requería una mejor distribución de los bienes de toda índole, empezando por el conocimiento. Era necesario compartir mejor, reducir las asimetrías entre los más favorecidos y los menesterosos, tender puentes de solidaridad entre los barrios más prósperos y los más necesitados de la "aldea global".

Todo parecía encaminarse bien. Sin embargo, el recuerdo del horror se fue desvaneciendo, el semblante de las víctimas desdibujando en las turbulencias y en la rutina, que en ambas las brújulas se pierden. Y la carrera de armamentos entre las dos superpotencias ocupó toda la atención, cumpliéndose una vez más el perverso adagio de "si quieres la paz, prepara la guerra". En contra de las perspectivas y de los compromisos políticos expresados al término de la Gran Guerra, sólo una parte de la humanidad (aproximadamente el 20%) disfrutaba de los beneficios del progreso científico y técnico, y la precariedad de los medios de vida de la mayoría de los seres humanos era tan grande que alrededor de 50.000 personas morían de hambre cada día, en el mayor desamparo, sin que los países ricos, absortos en su contienda "fría", tomaran conciencia de tan graves hechos y decidieran remediarlos.

En 1989, con el hundimiento de la Unión Soviética y el nacimiento de la Comunidad de Estados Independientes, que iniciaban su andadura hacia la democracia, pensamos, aliviados, esperanzados, que pronto disfrutaríamos de los "dividendos de la paz" y que podríamos cumplir las promesas realizadas a los países menos desarrollados, cuyo empobrecimiento y frustración constituían una amenaza a la estabilidad planetaria.

No fue así. Los países más poderosos se desentendieron progresivamente de las Naciones Unidas, encomendándoles a lo sumo acciones de mantenimiento -en lugar de construcción- de la paz y misiones de índole humanitaria; los cascos azules se redujeron en un 90% y los tráficos a escala supranacional (de armas, de drogas, de personas...) siguieron realizándose en la más completa impunidad, con todo tipo de transgresiones de las normativas y convenios internacionales, incluidos los relativos al medio ambiente. Además, en vez de guiarse por un ordenamiento justo y unas pautas éticas, decidieron confiar buena parte de sus atribuciones a las leyes del "mercado", irresponsable transferencia de deberes políticos a los avatares propios de intereses a corto plazo. Simultáneamente, los Estados-Nación depositaron en las manos de grandes corporaciones privadas el ejercicio de otras funciones propias, incluidas algunas relacionadas directamente con servicios públicos esenciales. Como consecuencia, la exclusión y la miseria fueron en aumento, los flujos emigratorios se hicieron incontrolables y los brotes de protesta y agresión se cernieron peligrosamente, progresivamente, sobre el horizonte común.

A pesar de los precedentes de 1945 y después de unas represalias que podrían entrar en el ámbito de lo comprensible, el uso de la fuerza, la aceleración de la producción armamentística, la invasión de Irak y los efectos "colaterales" expresados en miles de muertos civiles, jalonaron el camino hacia una hegemonía que oscurece, en lugar de esclarecerlo, el panorama de la humanidad en su conjunto.

Las terribles masacres terroristas que han tenido lugar después en Indonesia, Marruecos... y el día 11 de marzo en España, nos inducen, conmovidos y resueltos, aleccionados por los ejemplos de solidaridad, abnegación y desprendimiento, y llenos de esperanza por la actitud comprometida de los jóvenes -que tanto me emocionó en la manifestación, velas en las manos y lágrimas en los ojos- a ejercer plenamente los deberes de memoria y de acción. Vamos a transformar en acción lúcida y firme nuestro inmenso duelo. Acción para contribuir a la rápida toma de conciencia, a todas las escalas, de la necesidad de refundar unas Naciones Unidas dotadas de los medios humanos y económicos que les permitan cumplir su misión de garante mundial de la justicia, la libertad y la igualdad. Unas fuerzas de seguridad eficaces y con los efectivos y medios necesarios. Una justicia bien dotada para que la eficacia no necesite siempre ser heroica. Seguridad y justicia a escala nacional e internacional. Seguridad de la paz y no más, ya nunca más, paz de la seguridad. Éstos y no otros son los requisitos que nos permitirían formar la nueva ciudadanía apacible y armoniosa del siglo XXI.

Nada justifica la violencia. Nada, venga de donde venga, la ejerza quien la ejerza. El respeto a la vida y la radical igualdad en dignidad de todos los seres humanos no admiten enfoques parciales. Los problemas globales -los sabemos bien ahora, hoy, con heridos muy graves- necesitan soluciones globales. Desde hace tiempo son varias las organizaciones que vienen trabajando en la reforma de las instituciones internacionales. Así, los días 12 y 13 de marzo, los miembros del comité del Forum Mundial de la Sociedad Civil UBUNTU se reunían en Barcelona con este fin. Lo hacían bajo la impresión desoladora y el apremio de las imágenes de la barbarie terrorista del día anterior en Madrid. Podremos conseguirlo si grabamos en nosotros la memoria permanente de las víctimas y asumimos vivir dedicados a lo que ellos ya no pueden hacer, con el sentimiento que tan bellamente expresara el director general de la Unesco a fines de los años cuarenta, el mexicano don Jaime Torres Bodet: "Un hombre muere en mí siempre que un hombre / muere en cualquier lugar, asesinado / por el miedo y la prisa de otros hombres... / y su muerte deshace / todo lo que pensé haber levantado"...

Volveremos a empezar cada mañana. Volveremos a madrugar para reconstruir los pilares del futuro sobre el amor y el desprendimiento. Volveremos, como el día 12 de marzo en la manifestación bajo la lluvia, a buscar respuestas, a ponerlas en práctica todos juntos. "Luchar contra el terrorismo implica ocuparse de la miseria y la frustración de los pueblos", declararon Chirac y Schröder en un comunicado conjunto sobre los estragos del 11-M. Hace muchos años que se advertía que seguridad implica solidaridad. Y educación durante toda la vida para construir democracias participativas, sólidas, proactivas.

Sobre todo para no juzgar a una comunidad (cultural, religiosa, étnica) por atrocidades que hayan podido realizar algunos de sus integrantes. Cuando se trata de los "nuestros" no sentimos aversión hacia el resto. Todas las acciones educativas, preventivas, sí. Pero guardémonos siempre de guiarnos por clichés o emociones que desembocan a veces en discriminación, sospecha inmerecida, racismo. España es un país-crisol y sabe que "nosotros" significa "nos-otros". Y esta diversidad cultural es su riqueza. Culturas normalmente impuestas, que se han ido fundiendo, entreverando a lo largo de la historia. Ahora los que llegan no vienen con la mano alzada, sino tendida, y nosotros debemos recibirlos del mismo modo. Todos distintos, pero iguales en dignidad. Actuemos sin cesar, sin cejar, pensando en las víctimas de ahora, de ayer, de España, del mundo.

En Auschwitz me dije: ¡nunca más! En la isla de Gorea, de donde salían los barcos de la trata de esclavos, pensé que debía recordar aquel lugar todos los días. En los campos de Ruanda prometí dedicarme a promover una cultura de paz el resto de mi vida... y en Cambodia, delante de un mar de esqueletos, decidí arrimar el hombro para evitar los zarpazos sangrientos del fanatismo y la ceguera. Los responsables -los visibles y los ocultos- no podían quedar impunes. Teníamos que procurar que cada una de las víctimas no hubiera dado su vida en balde. En Haití, en 1994, escribí, al marcharse soldados y reporteros, quedándose el país, como antes, paupérrimo, humillado: "Ahora / volveréis a moriros / de olvido. / Como siempre". Deber de memoria.

Todos tenemos que actuar, no sólo unos cuantos. Que nadie crea que su aportación es irrelevante. "Si tu gota faltara, el océano la echaría de menos", nos advirtió la Madre Teresa de Calcuta. Pasajeros del mismo vagón, debemos trabajar para favorecer, con nuestro comportamiento cotidiano, la transición desde una cultura de imposición, de fuerza y de guerra a una cultura de diálogo y de paz. Contribuir a dejar la espada y utilizar la palabra. Nuestra gota, nuestro voto, nuestro gesto, nuestra actitud, en un momento en que se abre una nueva página en la gobernación de España, con un nuevo talante, con una nueva visión. Actuar. Contribuir. Participar. "Vivir es hacer, poder hacer", repetía Fernando Lázaro Carreter. Poder hacer. Deber de acción.

Los días aciagos me han enseñado a no olvidar, a valorar cada instante de los días apacibles, a sonreír a los demás, compañeros de viaje en el mismo tren.

Federico Mayor Zaragoza es catedrático de Bioquímica de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de la Fundación Cultura de Paz.

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