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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El corazón del bolígrafo

La bola de carburo de tungsteno que hay en la punta de un bolígrafo gira a una velocidad de vértigo cuando escribimos: normalmente a unas 2.800 revoluciones por minuto. Ahora bien, hay estudios que indican que en el momento de firmar la velocidad se dispara y puede alcanzar hasta 6.000 revoluciones por minuto. Es decir: una barbaridad. Claro que hay firmas y firmas. El futbolista que firma un autógrafo suele hacerlo a una velocidad que infringe todos los límites de la "tolerancia cero". Ante la firma de una hipoteca, sin embargo, es muy posible que nos entre el tembleque y que la velocidad disminuya. Son cosas de la boligrafía.

Entrar en el corazón de un bolígrafo puede ser un viaje fascinante. Tuve ocasión de comprobarlo hace unos días, en una visita a la fábrica Inoxcrom, un gigante catalán que produce 500.000 bolígrafos diarios y que exporta a 70 países. Inoxcrom fue fundada en la primera posguerra por Manuel Vaqué Ferrandis (1914-2003), en un pequeño taller de Pallejà, con la idea de fabricar plumas y bolígrafos. El éxito fue tal que la fábrica ha ido creciendo hasta los 18.000 metros cuadrados de la que es ahora su sede principal, en el barrio del Bon Pastor, con una ampliación en curso de 10.000. "Trabajamos con más precisión que los relojeros", comenta Manuel Vaqué Boix, hijo del fundador y actual factótum de la empresa. "Las bolas de carburo de tungsteno, uno de los metales más duros que hay, tienen que ser perfectamente esféricas, con un diámetro de 0,8 milímetros que se ajusta a la micra. Por otra parte, en la punta de acero inoxidable en la que se aloja la bola hay cinco canalillos por los que baja la tinta que han de tener 0,12 milímetros, con una tolerancia de 0,005".

Viaje al corazón del bolígrafo. Una visita a la fábrica Inoxcrom revela la compleja tecnología tras tan común utensilio

Mientras paseamos por Inoxcrom, tengo la impresión de estar en una especie de nave secreta de la NASA. La maquinaria es compleja y automatizada en su mayor parte, por lo que uno tiene la impresión de que está rodeado de robots que hacen su trabajo sin pestañear. Hay una máquina, por ejemplo, que se encarga de probar los bolígrafos. De momento, se limita a trazar círculos para comprobar el buen funcionamiento de la bola, pero al paso que vamos, no sería de extrañar que dentro de unos años empezara a escribir por su cuenta cuentos o novelas de ciencia-ficción. O de ciencia-fricción, en este caso, ya que el secreto del bolígrafo, según cuenta Manuel Vaqué, está en la fricción de la bola contra el papel. "Cuando se aprieta la punta del bolígrafo", explica, "hay una fricción que provoca la rotura de la molécula de tinta que baja por el tubo. Una vez en el papel, ésta se reestructura y es absorbida por la porosidad del papel o de la ropa, como bien saben los que se han manchado la camisa por una pérdida inoportuna".

"En las pruebas, el bolígrafo tiene que girar en todas las direcciones", continúa Vaqué, "porque la raya es muy fácil. En línea recta está comprobado que un bolígrafo normal puede escribir unos cinco kilómetros, aunque los nuestros pueden llegar a los 10. Pero, claro, nadie escribe en línea recta. Cuando escribimos, la bola se detiene en algunos momentos y cambia de dirección constantemente, lo que supone un gran desgaste. Por eso, al cabo de mucho escribir el bolígrafo acaba perdiendo tinta".

La tinta, claro está, es básica. En el caso de los bolígrafos, es un complejo viscoso formado principalmente por un colorante disuelto en un solvente que ensucia la bola. La fórmula, como la de la Coca-Cola, es secreta, pero es imprescindible que tenga "documentalidad"; es decir, que los documentos que se escriban con ella no se borren. Para ello se utilizan colorantes especiales que no se vean afectados por elementos atmosféricos como la luz del sol. En caso contrario, estaríamos ante una escritura volátil que, aunque tiene su poesía, sin duda peca de poco práctica.

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Para que el depósito de tinta pueda vaciarse por medio de la escritura, es imprescindible que el bolígrafo tenga una entrada de aire alternativa. Esto es lo que hace que, en condiciones de baja presión, la tinta baje sola, como bien saben los que antes subían a un avión. Hoy el problema parece que está solucionado, aparte de que han salido alternativas al bolígrafo, como la llamada "tinta libre", que sustituye el plumín por un tubo capilar y regula la entrada de presión mediante unos depresores que son como las branquias de un pez. Otro sistema es el hi-gel, con una tinta menos viscosa que la del bolígrafo. Al ser gelatinosa, le da gran suavidad a la escritura. "Las tintas con un disolvente no acuoso permiten, además, incorporar perfumes, lo que tiene mucho éxito en países como Francia y Japón", comenta Vaqué. Las tintas de los rotuladores, por su parte, son más líquidas y tienen que estar contenidas en una especie de esponja que deja que el papel absorba la tinta, que contiene un disolvente muy volátil para que se seque más rápido que el agua con la cola. Los rollers son algo parecido, sólo que entre la esponja y el papel hay una bola de plástico que hace de válvula y suaviza el roce de la punta con el papel.

En fin, lo dicho, que un viaje al corazón del bolígrafo es algo parecido a una visita a la NASA. ¿Quién nos iba a decir que el acto de escribir, inspiraciones al margen, fuera algo tan complejo y tan científico?

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